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Opinión

La distancia de Dios

'Mientras las iglesias se quedan vacías, las redes sociales se llenan de plegarias, de jaculatorias, de himnos e impetraciones.'

Nueva York
Una enfermera en un hospital de Wuhan, China.
Una enfermera en un hospital de Wuhan, China. AFP

La pandemia del Covid-19 ha logrado, como ningún otro fenómeno contemporáneo, hacer pasar todas las otras noticias a un borroso trasfondo. El precio de 15 millones de dólares por la cabeza de Maduro, los últimos misiles que ha disparado el tirano de Norcorea y la muerte de un posible agente de EEUU en Irán apenas si encuentran resonancia en los medios de prensa. El coronavirus es omnipresente hasta en el último rincón de la Tierra.

Frente a la pandemia, la humanidad ha reaccionado con pánico y con fe. Y mientras las iglesias se quedan vacías, las redes sociales se llenan de plegarias, de jaculatorias, de himnos e impetraciones. Los milenaristas encuentran justificación para volver sobre el inminente fin del mundo y el cumplimiento de las profecías bíblicas.

Otros, sin el consuelo de la religión, creen que en verdad el mundo va a cambiar significativamente porque ellos estén encerrados o porque se enfermen y mueran. Se trata de una humanidad acorralada que clama contra esta injusticia que le impone un enemigo invisible, un enemigo que en pocos días ha logrado prácticamente paralizar la tierra como no lo ha hecho ninguna guerra.

Entiendo que a mucha gente le fortalezca rezar, acudir a la supuesta fuerza generatriz del universo en el momento en que los recursos humanos  parecen impotentes para frenar una plaga que nos aterra y que amenaza con matar a muchos. Pero. ¿Escucha realmente Dios estos ruegos? Y, si los escucha, ¿los responde?

Es obvio que no. Nunca lo ha hecho, ¿por qué tendría que empezar ahora? ¿Por qué tendría que alterar su inmutabilidad eterna y romper el equilibrio de la naturaleza en beneficio de nuestra especie (la más rapaz que se conoce) y en perjuicio de otra de sus criaturas: un virus diminuto que solo intenta replicarse en la humedad de nuestra vías respiratorias?  

Si Dios existe —como una inmensa mente creadora— y es justo, como solemos decir, no puede alterar sus propias leyes para favorecernos. El coronavirus tiene tanto derecho a replicarse (aunque en ese empeño, y de manera absolutamente inocente, termine por causarle la muerte a quien lo hospeda) que el nuestro a matar vacas, peces y plantas para sustentarnos. Desde una perspectiva divina, el Covid-19 y nosotros no tendríamos ninguna diferencia.

El que seamos capaces de escribir, medir la distancia que nos separa de los astros, componer oratorios en alabanza del Señor y escribir enjundiosos volúmenes para intentar explicar la naturaleza y proyectos de la Deidad, es algo que a esta, al parecer, le resulta indiferente. El acudir en nuestro socorro, como solemos exigirle (ahí están incontables plegarias para probarlo) no está entre sus tareas, como tampoco parece contarse entre ellas eso de salvarnos, redimirnos y darnos vida eterna.  

Además, ¿para qué nos hace falta la salvación eterna? Cualquier proyecto de eternidad resultaría tan aburrido que terminaría por ser infernal. La mayor gracia de nuestra vida es su precariedad. La muerte hace preciosa la existencia, como la de una delicada porcelana, o cristal fino, a punto de quebrarse. La mera idea de la eternidad es obscena y degrada la valiosa finitud de nuestra vida.

¿Estamos, pues, solos frente a esta pandemia? Como lo hemos estado siempre desde nuestros remotos orígenes. Dependiendo tan solo de nuestras propias fuerzas y recursos que, ciertamente, se han hecho cada vez más eficaces. Dios acaso se limita a observar o, si en algo interviniese, a instilar en todas sus criaturas el impulso a la supervivencia, a la conservación, que se da tanto en ese virus invisible que hoy nos agrede cuanto en la más compleja organización de los seres humanos.

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6 comentarios

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Profile picture for user NARCO

ANATEMA. Sin eternidad y vida futura la existencia humana es un holograma vacío y hollywoodense. Echerri el anglicano se ha convertido en apóstata. La Reina Isabel debe ser informada de este cambio de casaca de uno de sus más renombrados súbditos. Pido que se le retire el bastón de empuñadura plateada y que deje de ser peer virtual de la House of Lords en exilio.

Que bien, aun queen Cubanos intellectualmente lucidos!

Lo que llamamos Dios es la gran energia del universo. No la entendemos, pero existe.

Cuanta tinta por algo que no existe.

Excelente como siempre Echerri.