Martí es el medio y la sangre es el mensaje. Con licencia teórica o sin ella, Clandestinos ha reescrito a su forma y estilo uno de los pilares de la comunicación contemporánea, aplicándolo no a la aldea global, de Marshall McLuhan, sino a nuestra aldea local: Cuba.
En su columna más reciente en este diario, Andrés Reynaldo afirma que Clandestinos ha marcado un antes y un después, al menos como fenómeno semiótico; y asegura que estamos ante el primer gesto opositor que enfrenta lo que él llama la entelequia martiano-castrista.
Tiene razón, porque en términos semiológicos, todo lo que se pone ante la vista de los demás tiene un significado. Aunque en este caso hay quien podría decir que el mensaje de Clandestinos es polisémico, pues se presta no a una, sino a varias interpretaciones, dado que el grupo ha pintado de rojo lo mismo murales de Fidel Castro que bustos de José Martí.
Volvamos a McLuhan y a su tesis "el medio es el mensaje"”, en la que sostenía que la luz eléctrica era información pura y que por carecer de contenido no podía ser considerada un medio, mientras no alumbrara una marca registrada.
Durante 60 años a nuestro héroe nacional le manipularon el contenido. Martí no alumbró, sino que, como "medio", portó la marca del castrismo. Desde el mismo principio, Fidel Castro le endilgó al Apóstol la autoría intelectual de su revolución; y, unos años antes, el leitmotiv de la escaramuza del Moncada.
A lo largo de estas largas décadas y con un solo propósito, la figura de Martí fue reducida a incontables bustos de yeso, incluida la esfinge suya en la efímera Plaza Cívica, desde la que mira hacia ningún lado. En el discurso oficial, Castro era Martí y Martí era Castro. Tanto en la obra como la ejecutoria pública y la cultura, se le llegó incluso a clasificar como un fiel marxista. Una horrorosa canción de Pablo Milanés fraseaba: "Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló, Fidel la dignificó para andar por estas tierras". La tergiversación musical de nuestros nacionalismos. El cubano y el venezolano.
Más allá del mensaje, estamos ante un hecho que representa una forma de protesta cívica. Frente la falta de recursos y espacios para la lucha política, Clandestinos ha apelado a la imaginación para sacudir la conciencia nacional. Si su mensaje es o no polisémico, ambas posibilidades hay que aplaudirlas. El asunto es que hay una acción contestataria y una intención manifiesta a través de un medio, que relaciona símbolos por vía de un lenguaje y un trabajo estético encaminados a cuestionar y desacralizar la entelequia martiano-castrista. Clandestinos nos plantea una manera menos alambicada de ver a la nación. E incluso de repensar la nación con bustos de yeso o sin ellos. El grupo está diciendo algo que debe ser tomado en cuenta por la sociedad.
Su aparición coincide con dos hechos similares ocurridos en México y Gran Bretaña, donde el escándalo causado por la salida de la Casa Real de la duquesa de Sussex Megan Markle y su esposo el duque y príncipe Harry ha movido los cimientos simbólicos de la monarquía británica, al punto de desplazar a un segundo plano el debate sobre el Brexit. En la capital azteca, un cuadro de un Emiliano Zapata afeminado, con tacones de mujer y cabalgando desnudo sobre un caballo blanco, ha desatado la polémica, pero ni su autor, Fabián Cháirez, ni la obra han sido censurados ni retirada esta del Palacio de Bellas Artes.
Clandestinos es solo un principio. Surgirán nuevos medios y mensajes, no solo para observar o interpretar.