Llena de temor y encerrada en una pensión pasa los días la cubana Yaquelín Blanco. El documento que le ha otorgado la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) poca seguridad le brinda. En cualquier momento pueden tocar a la puerta de su habitación o puede encontrarse en la calle con guardias del Instituto Nacional de Migración de México (INM), que la devolverían a la Estación Siglo XXI o la deportarían a la Isla.
DIARIO DE CUBA habla con esta cubana, que se cortó las venas días atrás en el centro de detención migratoria de Tapachula.
Las alucinaciones, tres semanas de reclusión, ocho días de fiebre producto de la mordida de una rata, sumados a la mala alimentación y el miedo a la repatriación, la llevaron al desespero y a la idea de terminar con su vida.
"Pasé la enfermedad, tirada en el piso, ardida de fiebre", dice Yaquelín Blanco y asegura que no le brindaron atención médica. "A toda hora, en mi cabeza daban vueltas la selva del Darién, el cadáver abandonado de un niño y el recuerdo de la anciana cubana" muerta en la crecida de un río el 23 abril.
Según Yaquelín, ella y su esposo, a pesar de contar con amparo migratorio, como decenas de cubanos, fueron detenidos mientras caminaban por las calles de Tapachula.
Después de retenerlos varias horas en una patrulla, miembros del Instituto Nacional de Migración (INM) les informaron que serían llevados a un centro de atención para migrantes. Al ingresar a Siglo XXI se percataron de que aquello en nada se diferenciaba de una prisión.
"El llanto huele a frustración"
"Al llegar, un guarda me requisó, me quitó los cordones de los zapatos e introdujo sus dedos en mis partes. Me sentí como una delincuente de la peor calaña", relata la cubana.
Ella y su esposo fueron separados al cruzar la primera reja de Siglo XXI. Yaquelín relata que se deprimió cuando pasó a los patios para mujeres. "Vi embarazadas, adolescentes, ancianas y niños recién nacidos hacinados en celdas, tirados en el piso, prácticamente uno encima del otro".
"Me entregaron un colchón y una cobija con una mezcla fuerte de olores a vomito, sudor, orines. Estaba claro que la pasaban de emigrante a emigrante sin lavarlas", señala.
"Uno cree que el llanto no tiene olor, pero los miles de lágrimas de las noches de desespero quedan en las prendas. El llanto huele a frustración, miedo, incertidumbre. Solo quien ha vivido este infierno reconoce su olor".
Yaquelín y su esposo estuvieron tres semanas detenidos en la Estación Siglo XXI.
"Fueron 22 días en el infierno", dice la mujer. "A las 6:00 de la mañana nos levantaban, uno a uno guardábamos los colchones y mantas y esperábamos la orden para salir a los patios. Allí nos hacían formar en fila, nos llamaban por lista y nos contaban. Después, en medio de codazos, empujones e insultos nos entregaban los tickets para el desayuno".
"Mujeres con niños en brazos, embarazadas y adolescentes salían corriendo a reclamar una porción de arroz, frijoles y huevo, que cabía en un vaso desechable. En las filas se sufrían estrujones, golpes y hasta peleas se daban por alcanzar un bocado. Era normal que quedaran personas sin recibir comida, no alcanzaba para tanta gente".
"En Siglo XXI el peor trato es para los cubanos, allá somos menos que nada", critica la cubana. "No dormíamos bien por el temor a una deportación en medio de la madrugada. El mínimo ruido o cualquier golpe en las rejas nos ponían alertas. Allí es normal que a las 3:00 o las 4:00 de la mañana llamen a los cubanos para ser deportados".
"A los de otros países los sacan en el día, bajo la supervisión de defensores de derechos humanos, y los entregan a funcionarios de las embajadas, pero nosotros somos rechazados hasta por el Gobierno de nuestro país. Aprovechan la madrugada con los cubanos, porque en las instalaciones no hay nadie de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) o de derechos humanos", considera.
Cinco días después de llegar a Siglo XXI, Yaquelín Blanco fue mordida por una rata mientras dormía en los baños, en unos bancos de cemento donde puso su colchón.
"A los dos días me empezaron la fiebre y un fuerte dolor en la pierna. A pesar de ello, y de las súplicas de otras mujeres, nunca me llevaron a un médico, solo me dieron seis pastillas de paracetamol", continúa.
"Una emigrante africana me ponía compresas de agua en la frente. Fueron varios días sin comer, nunca escucharon mis súplicas para que me dieran comida, ni permitían que otras personas reclamaran la mía. Sobreviví porque otras emigrantes me traían algunos bocados y agua".
Y la situación empeoró. "Pasaban los días y no me daban respuesta a mi solicitud de refugio. A mi esposo ya se lo habían otorgado".
"Le pregunté a la oficial de Migración por mi caso y me dijo: 'sus papeles no aparecen, debe empezar los trámites de nuevo y esperar 45 días hábiles'. El mundo se me vino encima. Supe de casos similares y todos habían sido deportados".
"Nos merecemos un trato digno y humano"
Al verse sin salida y débil —según su versión— Yaquelín entró al baño, se tiró en su colchón, cubrió su cuerpo con la manta y se cortó las venas de sus brazos con una cuchilla de afeitar desechable.
"Sentía la muerte tan cerca a causa de mi enfermedad, qué decidí terminar con mi vida. Así el mundo sabría del drama de los emigrantes cubanos en México. Nos merecemos un trato digno y humano".
Una emigrante que estaba a su lado —dice— se percató de la situación al ver un hilo de sangre que corría por el suelo.
"Las mujeres empezaron a pedir auxilio, vagamente recuerdo que una oficial de Migración me hizo torniquetes en los brazos para parar la sangre y fui llevada a la enfermería. Después de curarme, la médica le dijo a las guardias: 'a esta mujer la deberían meter un mes al pozo por lo que hizo'", recuerda Yaquelín.
Cinco días después de salir de la enfermería a la cubana le aceptaron la solicitud de refugio. "El 22 de junio llamaron a todas las cubanas menos a mí. Apenas salieron, pusieron al tanto de mi situación al enlace de Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Una oficial federal, muy buena gente, me llamó y me dijo 'Yaquelín te voy a ayudar'. Acto seguido me llevó donde el enlace de COMAR. Ahí sí me entregaron mi papel. Las oficiales, muy sonrientes, se tomaron fotos conmigo y orgullosas exhibían mi solitud de refugio firmada".
Yaquelín sabe que su futuro, como el de miles de cubanos varados en México, es incierto.
"El refugio se lo aprueban a muy pocos cubanos", advierte. Llegar a Estados Unidos puede ser "un sueño muerto. Si no nos dan refugio, de seguro volveremos a Siglo XXI y después viene la deportación".