Aún hay lápidas rotas y mármoles tirados por el piso. En algunas bóvedas, la vegetación le gana al cemento, pero poco a poco el primer cementerio judío de Cuba comenzó a ser rescatado y, con él, la memoria de esta pequeña comunidad en la Isla.
"Siento una paz y tranquilidad muy grande cuando visito el cementerio… Para mí es como estar junto a mi madre, a mi única hermana y a mi sobrino", dijo a la agencia AP Adela Dworin, presidenta del Patronato Hebreo de Cuba, de pie junto a una tumba adornada con las pequeñas piedras que los familiares judíos suelen usar para rendir homenaje a sus muertos.
Aquí y allá pueden verse esas rocas —un equivalente de las flores entre los católicos— al lado de las placas que inmortalizan el nombre de un abuelo, de un padre o de una tía rodeados de estrellas de David y palabras de consuelo en yiddish. En otras partes, una brigada de obreros pule las láminas, cementan calles o encuadran un panteón que fue saqueado.
"Aquí están enterradas las personas que vinieron escapando del fascismo durante la guerra, las que fundaron la comunidad, que compraron estos terrenos para hacerlo cementerio", explicó a la agencia norteamericana David Prinstein, vicepresidente del Patronato Hebreo de Cuba. "Tiene valor histórico y sentimental".
Los terrenos de este cementerio judío asquenazí —adjetivo que identifica a los originarios de Europa central y oriental— fueron comprados en 1906 por los miembros de la primera sociedad hebrea que se formó en la Isla, con personas que venían sobre todo de EEUU, y se inauguró en 1910. Muchas otras familias arribaron además en el periodo de entre guerras mundiales, huyendo de la persecución a la que eran sometidos.
En otra parcela colindante, décadas después se instaló uno de tradición sefardí, oriunda de España.
Hace algunos años, Prinstein y otros miembros de la comunidad estimaron en 200.000 dólares el presupuesto para arreglar el cementerio, pero no consiguieron los donativos necesarios. Ahora el rescate está corriendo a cargo de la estatal Oficina del Historiador de la Cuidad.
A punto de cumplir sus 500 años, La Habana y la Oficina del Historiador están planes de arreglo de calles, monumentos históricos, rescate de documentos y de sitios valiosos, aunque en algunos lugares como La Rampa se han hecho verdaderas "chapucerías".
Según indicó a la prensa local la ingeniera Pilar Vega, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, hay unas 1.100 bóvedas en el cementerio. De estas se repararon unas 50 y se espera concluir otras 150 este año. También se arregló una antigua sala especial para los lavados de purificación del cuerpo del muerto requerido por el rito judío y otra de espera para las familias.
Vega no especificó a cuánto ascenderá la inversión estatal.
Alejado del centro de la ciudad, la necrópolis se ubica en el periférico municipio capitalino de Guanabacoa y por lo general permanece cerrado para evitar saqueos, por lo que aunque los arreglos se iniciaron en los meses pasados, es ahora cuando comenzó a verse el resultado de la restauración con la cementación de la calle principal y la reconstrucción de varias de sus instalaciones y monolitos principales.
"No somos el único problema que tiene el país, hay muchos lugares que requieren de la atención de la Oficina del Historiador, así que le estamos eternamente agradecidos por su interés y su amistad al pueblo judío", expresó Dworin.
El Gobierno cubano sufre actualmente una crisis económica por falta de liquidez que incluye dificultades para pagar a acreedores y proveedores, lo que ha provocado desabastecimiento de algunos productos.
El cementerio cuenta con un monumento de unos tres metros de alto que rinde tributo a los seis millones de judíos que murieron en el holocausto nazi. Allí yacen enterrados una media docena de jabones hechos con grasa humana proveniente de los campos de concentración.
Dworin, quien perdió a toda su familia paterna durante la Segunda Guerra Mundial, recordó que estaba en la escuela primaria en 1947 cuando inauguró el monolito. Sus padres salieron de una pequeña ciudad que entonces se encontraba en Polonia antes de la llegada de los alemanes, pero su abuela y tíos no corrieron la misma buena suerte, relató.
Algunos miembros de la comunidad, especialmente de EEUU —que suele ser la que realiza mayores aportes para los proyectos de la colectividad en la Isla—ofrecieron ayuda para rescatar algunas parcelas en ocasiones anteriores, pero no lo suficiente para hacer frente de manera integral al deterioro del espacio.
A lo largo de los años, la comunidad judía no estuvo exenta de los vaivenes políticos de Cuba y muchas familias se marcharon del país tras 1959 dejando atrás a sus muertos, que en esta tradición no deben ser exhumados a menos que sea para llevarlos a Tierra Santa. El laicismo que impregnó los primeros años tras la llegada al poder de Fidel Castro hizo que algunas personas se desvincularan y perdieran sus raíces.
No fue sino hasta los años 90 que el judaísmo volvió a tomar fuerza de la mano del antiguo líder de la comunidad —el prominente médico José Miller, quien comenzó a aglutinar a los judíos dispersos por la Isla— e incluso aquellos que eran judíos sin saberlo se reconectaron con su pasado.
También por esos años de dura crisis económica se concretó una nueva emigración de judíos jóvenes hacia Israel a través de un programa de la Embajada de Canadá en la Isla, dada la ruptura política entre La Habana y Tel Aviv.
Los gobiernos de Cuba e Israel tienen no tienen relaciones diplomáticas.
Actualmente unos 1.500 judíos viven en Cuba, la mayoría de ellos personas mayores.
“Las familias se van y muchos incluso se olvidan de los que dejan aquí”, lamentó Prinstein, al reconocer el deterioro y el abandono que ganó al cementerio en décadas de descuidos y saqueos; y quien destacó además que actualmente se están digitalizando los archivos del camposanto, lo que permitirá conocer más sobre su historia y la de la comunidad.