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Política

¿Partido único para qué?

'La economía es la materia donde se ve con claridad académica el carácter antinacionalista del partido único de la Revolución.'

La Habana

Recordemos. Año 1960. Primero de Mayo. Fecha en la que la Plaza Cívica, que entonces lo era, se convierte en Plaza de la Revolución. Veinte minutos duró ese día el rugido de "elecciones para qué", con el que se suprimió la sociedad civil mediante la fusión de todos en el partido de la Revolución.

La liquidación administrativa de las asociaciones y autonomías civiles posterior, a lo largo de esa década y la siguiente, fue precedida por la privatización del espacio público a manos del Estado totalitario que nacía, y que con toda lógica doctrinal tuvo su parto en el onomástico de los trabajadores. La plaza mayor en el concepto de Natan Sharansky (El caso de la democracia: el poder de la libertad para derrotar a la tiranía y al terror, Public Affairs, 2004), el espacio más visible donde todas las diferencias pueden ser murmuradas sin la presencia de la policía política, fue clausurada. Todo el bullicio cívico ulterior solo constituyó el eco inercial y estertóreo  de múltiples voces ya apagadas.   

Vale la pena leer o releer el discurso pronunciado por Fidel Castro en aquella ocasión. Fue un discurso encendido que juntaba el relato de unas razones pasadas para explicar la supresión de la democracia "burguesa", la narrativa de lo que sí podría alcanzarse en la nueva era post elecciones y las opciones posibles en el campo político una vez despejada la amenaza de EEUU.

El pasado, el futuro y la circunstancia geopolítica se combinaban en aquel relato para fundamentar la razón de Estado que justificaba terminar con nuestro experimento de democracia electoral e instaurar el partido único de facto, que más tarde se haría llamar partido comunista.

El partido de la Revolución, revestido ideológicamente en 1976 para disciplinarla, se vende como partido de la nación. Es el nacionalismo el que lo justifica y fundamenta, y el que intenta denaturalizar las posibilidades, históricas y culturalmente fundadas, del pluripartidismo.  

Partido único y nación, una contradicción en los términos, se confunden para luego imponerse como la única opción de nuestro ser nacional. Ella no nace de la cultura, ni siquiera de la historia, menos del paradigma originario de la nación independiente: el contrato constitucional; el mundo lo cree y lo aplaude, a pesar.

Pero, ¿el nacionalismo narrado del partido de la Revolución correspondió a los hechos de la Revolución? No. Si el antinorteamericanismo no se entiende sin el nacionalismo, no todo antinorteamericanismo es nacionalismo. El Partido Comunista de Cuba (PCC) es antinorteamericano, en la elite originaria, no en la de sus hijos, y no es nacionalista, probablemente en ninguno de sus segmentos.

Si el partido de la Revolución entabla una pugna con la historia para prevalecer, solo puede evitar su reabsorción en nuestra historia nacional y cultural importando una institucionalidad ajena (la soviética) que necesitó, incluso, asegurarse simbólica y psicológicamente a través de su reconocimiento en el propio texto constitucional. La Constitución de 1976 hizo lo que ninguna constitución nacionalista se permite: agradecer a poderes extranjeros en su texto fundacional.

Como partido de la Revolución su justificación es temporal; como partido único de la Revolución (comunista) su presencia y justificación es antihistórica y anticultural. Pero por lo mismo no es nacionalista: impone como fundamento nacional una de las tantas ideologías importadas, en el entendido de que todas las ideologías cubanas surgieron antes de cualquiera de nuestras expresiones como nación. Excluyendo así de ella a aquellos que no coinciden con la ideología de Estado.

La economía es la materia donde se ve con claridad académica el carácter antinacionalista del  partido único de la Revolución. En tres dimensiones. Primera: la economía-país, nada queda de la base natural de la economía cubana, desde el azúcar al café pasando por la ganadería, y por tanto de los fundamentos de partida para el desarrollo nacional. Segunda: la economía-nación, todo lo que ha ocurrido en este ámbito ha sido una sustitución cada vez más debilitante de la dependencia (EEUU-URSS-Venezuela). Y tercera: la economía política, en una de su acepciones: todas las explicaciones de los fracasos y desafíos de la economía cubana no se sitúan en las políticas económicas aplicadas por el Estado sino en la ausencia involuntaria de relaciones económicas con el país contra el que, paradójicamente, se hace la Revolución.

Seis décadas  después la pregunta de "elecciones para qué" no encuentra satisfacción en términos económicos. Lo contrario resulta más cierto en Cuba, quizá por razones de economía cultural: las elecciones potencian el desarrollo en la medida en que favorecen racionalmente la autonomía de las diversas esferas sociales, imprescindible en economías de pequeña escala en las que se requieren más de los conocimientos que de las materias primas.

Sin embargo, si todo nacionalismo es inclusión de los propios por encima de los otros, el partido de la Revolución es el antinacionalismo por excelencia. No solo a nivel político, lo que es y ha sido evidente, sino en términos sociales. Ayer los cubanos éramos discriminados a la entrada de los hoteles cuando el disfrute consumista era un símbolo de poder; hoy, el mismo criterio discriminatorio se desplaza al nuevo símbolo: la economía productiva, es decir la economía capitalista. Los cubanos estamos condenados a la propiedad bonsái e imposibilitados de invertir en la economía nacional.  

¿Partido único para qué? Bueno, quizá como las elecciones entonces, que no tienen que ser las de mañana, para gozo exclusivo del poder. Pero esta diferencia es importante: las elecciones abren la imaginación creativa de una sociedad sin la permanente coacción del Estado. Esa fue, por cierto, la posibilidad abierta el 20 de mayo de 1902. Valen la pena.

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