Aliuska llegó a la capital desde Guantánamo en 1993, en pleno Periodo Especial. Compró un cuarto en 1.000 dólares en un solar de Obispo y Aguiar y confiesa que se entusiasmó con la restauración de La Habana… "Pero fue solo maquillaje a las fachadas del recorrido turístico", dice. En los interiores continuó la vida de crisis y desamparo de siempre.
"En la calle Obispo todo es bello, los turistas se maravillan, pero si le abres la puerta y lo invitas a entrar al solar seguro que se espantan. Por eso tenemos prohibido mantener abiertas las puertas; mucho menos podemos invitar a los turistas a pasar" a la cuartería, comenta.
El solar de Aliuska es uno de los cientos que hay en La Habana. La crisis habitacional y la falta de soluciones los han potenciado. "De ahí el hacinamiento y el problema con la electricidad, el agua, el gas", dice Aliuska.
En el solar viven en estos momentos 18 familias. Además hay algunas personas en cuartuchos individuales que aún no se han legalizado. Un tercio de los habitantes del solar no tiene acceso a contador eléctrico, por eso abundan las "tendederas" de cables que se ramifican indescifrables por las paredes.
"Todos los contadores son viejos y deben cambiarlos, dice Tamara, un ama de casa que vive en el solar desde el 81, cuando llegó de Santa Clara. "En aquel tiempo éramos diez familias. Ahora somos casi el doble. Aquí se perdió la intimidad del hogar y el respeto por el espacio. Esto es peor que vivir en un albergue".
Varios vecinos coinciden en que la verdadera "Ciudad Maravilla" está puertas adentro de la calle Obispo. Benicio, que fue ejecutor de obras en un contingente de la construcción y ahora es parqueador en el bar El Floridita, mira la vieja estructura del solar y, por sus conocimientos, deduce por dónde comenzará a acabarse el tiempo de vida útil al edificio.
"Sin ningún mantenimiento y con el mal estado en que están las columnas y los cerramientos, calculo que a este edificio le quedan siete o diez años más en pie, para después venirse abajo", dice.
"El derrumbe pudiera comenzar por el apartamento de Elvira, que es el peor de todos y ya perdió una parte del sostén. Después podría seguirle la azotea, donde hay tres familias. Espero que no suceda nunca, que el Estado los lleve antes para un albergue o arregle el solar metiendo un buen billete".
Elvira es retirada de Educación y vive en el segundo piso. Tiene problemas de filtración del techo y también tupición.
"Arriba tengo la azotea, con unos vecinos que son un realengo y están acabando con el techo y las tuberías. Con la tupición tengo otro problema, el vecino de abajo no quiere ayudarme con los gastos del arreglo y yo sola no puedo pagarlo, si no tengo ni para comer", explica.
"La mojazón del techo hizo que se me derrumbara la cornisa. La tupición me ha desconchado el piso por donde pasa la tubería. Se ha abierto un hueco en la pared por donde veo todo Obispo y a los turistas".
Alina es viuda y madre de dos niñas de diez y 12 años de edad. "Terminé la escuela y quería integrarme, pero enseguida salí embarazada y tuve las dos niñas. Mi marido y yo hicimos de todo para sobrevivir, pero después nos quedarnos sin recursos y sin trabajo. Él intentó una salida ilegal en balsa y se ahogó en el mar", cuenta.
"Me la he visto como no se la quiero desear ni a mi peor enemigo. A veces he tenido que subsistir vendiendo el pelo de las niñas o las cosas de la casa para comer".
Otro vecino del solar es Carmenati, que fue asesor literario en una casa de cultura y ahora vende artesanía en un kiosco. Se para frente a los metrocontadores del solar y comenta: "Así es como se vive en Cuba hoy, al tanteo".
"El ejemplo concreto son estos contadores; mira cuántos cables hay. Para alguien de afuera es imposible saber cuál es el de cada cuarto, o si es una tendedera que está robando corriente o un cable incorrecto. Mira cuantos breques y empates. Y, sin embargo, por mucho invento y maraña que haya, cada habitante del solar sabe cuál es su conexión. Incluso en medio de un apagón encuentras la tuya", asegura Carmenati.
"Esa es la concentración de esfuerzo con que está obligado a vivir el cubano. Todas las neuronas al servicio de la supervivencia. Tantear qué vamos a comer hoy y cómo llegamos al día de mañana", agrega.
"Toda la educación que nos dieron las aplicamos en eso, en sobrevivir. Es la única forma que tenemos de defendernos".