"Los pueblos asumen el significado de sus símbolos", dice la historiadora de Jaimanitas, la doctora Miriam Noa, pero de una obra de arte colocada en el centro del parque local prefiere no opinar.
"El símbolo de Jaimanitas fue desde su fundación una aguja de abanico, pintada por José Díaz Santa Cruz", cuenta la historiadora. "Estuvo colocada durante años en la fachada de una vivienda a la entrada del pueblo marino. En 2010 fue sustituida por una cherna de cerámica, obra del pintor José Rodríguez Fuster. No sé si esta muestra del parque será nuestro nuevo símbolo".
La obra, de Modesto Ramón Concepción, ha sido colocada sobre el techo de la glorieta del parque del pueblo. Es un gran espinazo de pescado que ha creado debate entre los jaimanitenses.
Representa la "hambruna", dice Emerio, integrante del "Mural de la Fama de Pescadores".
"A ese pez le falta la carne", señala. "Además, si te fijas bien, tampoco tiene ojos, ni boca, quiere decir que tampoco ve, ni puede hablar. Para mí el mensaje está clarísimo".
Papo El Negro, de 80 años y residente cerca del parque, dice que vivió siempre de la reventa de pescado y cuenta que antes de la Revolución era precisamente en el parque donde se exhibían los peces para el comercio.
"Los colocábamos sobre los bancos y aquello era un espectáculo. Buenos peces, baratos. Ahora el precio del pescado se ha disparado y casi está perdido. Mi opinión de la obra de arte es que, para un pueblo donde antes sobraba el pescado, ahora quedan solamente las espinas".
La intención del autor de la obra es otra, sin embargo. "Representa el peligro que ejerce el hombre sobre la naturaleza. El mensaje es ecológico, sobre la necesidad del cuidado del medio ambiente", explica Modesto Ramón Concepción, miembro de la Asociación Cubana de Artistas Artesanos y profesor de la Escuela de Artes Visuales.
"Esta pieza es de acero y tienen seis metros de largo por dos y medio de alto. Su ubicación fue aprobada por el Poder Popular. Me llevó seis meses terminarla", añade el artista, residente en Jaimanitas.
Pero Clara Mendoza, ama de casa y vecina de la calle Tercera, no ve nada ecológico en el espinazo.
"Es como un castigo. Vengo todos los días al parque a conectarme a la WiFi para hablar con mi hijo que vive en España, y tengo que tragarme obligatoriamente el pez con todas las espinas, recordándome en el hueco donde estoy y lo que me toca".
El viejo Lucho Báez pasea a su nieto en el parque. "No sé mucho de significados pero para mí, que comí buenos pescados toda la vida, es como una burla porque ¿dónde está la carne?", comenta.
"La gente lo que ve es lo que le falta al pez y lo perdido que está el pescado en estos tiempos", considera.
"El día que colocaron el espinazo en la glorieta, mi nieto me atormentó pidiendo que lo trajera a ver el pescado y me negué sin saber que era una señal. Ese día en la bolita echaron el 18, que significa pescado, y por mi ceguera no me gané el premio, que tal vez me hubiera salvado para comprar un pernil de puerco y asarlo como es la tradición en Cuba. Pero este año creo que la pasaré en blanco, tal y como aparece el pez, en el puro espinazo".