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12 Piensan los 60

Lavastida: 'A una sociedad esterilizada' como la cubana 'es imposible llamarla revolucionaria'

Hamlet Lavastida, artista plástico.

Madrid

¿Se puede hablar aún de Revolución en Cuba?

Es muy evidente y mucho más lamentable aún que nuestra sociedad y nuestro Estado estén tan a la saga del registro político y social en que se vive en la actualidad global. A una sociedad esterilizada, desprovista de tantas políticas y conductas públicas reales es imposible llamarla revolucionaria. En todo caso, sería mejor pensar el interior del universo sociopolítico cubano a partir de aquella noción de "normalización" a la cual se refería Michael Foucault.

El prolongado estancamiento sociopolítico ha fomentado un desbalance social que ha redundado en conductas y percepciones coercitivas y represivas como algo natural, orgánico y normal. Las instituciones del Estado hace muchísimas décadas perdieron el rumbo de aquello a lo que se le solía nominar Revolución.

La llamada Revolución se fue suicidando poco a poco hacia su interior, optando por políticas punitivas y excluyentes. Políticas que ensayaban ciertas hipótesis sobre lo moral y lo ético surgieron al unísono de todo un ordenamiento institucional plagado de esquizofrénicas legislaturas, códigos penales, civiles y culturales que aún hoy en día tienen plena vigencia, o al menos tratan de resurgir con nueva fachada. Ejemplo de ello, son todo un prontuario de decretos ley emitidos recientemente y que solo refrendan el distanciamiento de las instituciones estatales con la realidad más inmediata en la que vive su ciudadanía.

Pensar la radicalidad revolucionaria en la actualidad debe estar más atemperado a una noción más democrática, pues no creo que sea prudente advocar a la radicalidad empeñada en la exclusión más que a la inclusión. Cualquier militante político de izquierda sabe lo que le costó al socialismo en el siglo XX apelar a la narrativa de la exclusión. La verdadera radicalidad debe intentar la inclusión, una verdadera revolución y un consecuente revolucionario socialista siempre apelará a la discrepancia y, por ende, a un balance democrático.

El ejercicio de la violencia simbólica y política dentro del imaginario nacional solo invita a la apatía de los actores más jóvenes de esta sociedad, un distanciamiento que hace décadas viene pasándole factura al paradigma de Revolución cubana.

La Revolución se tornó Partido Comunista único en 1965, después se institucionalizó en 1976 y ahora, en 2019, se hiperinstitucionalizará, o sea, que se turbinará triplemente en un corpus jurídico y legislativo plagado de vacíos cívicos.

Esta, digamos, es una microscópica cronología de los últimos 60 años.

Por lo demás, en términos políticos sería descabellado llamarle al actual proceso que vivimos en Cuba "revolución". Solo basta ver lo que no está incluido en el Proyecto de Constitución aprobado por la Asamblea Nacional y el Partido Comunista.

Quizás sería más interesante recoger, documentar lo que no está ahí, esa parte mínima de aspiraciones postergadas de la sociedad que hasta ahora no han sido refrendadas en papel alguno.

¿Qué habría que salvar del período revolucionario?

Para mí existen diferentes esquemas de lo que es el periodo revolucionario. Uno puede ser de 1953 a 1959, desde 1959 hasta 1968, otro desde 1959 hasta 1976. Ello depende de las diferentes nociones en las que se entronizaron aspectos institucionales en el llamado proceso revolucionario.

De ello no sé qué se pudiera salvar pues fue un espacio que no conocí y que de alguna forma no continuó. Creo que habría que partir de que la revolución como proceso fundador es algo ajeno a mi tiempo. Ya a mi nacimiento existía una institución auto titulada Revolución cubana. aunque ello no era más que un Estado con ese nombre, un Estado, por así decirlo, intentando una forma literaria de nominarse a partir de su continuidad.

No sé qué es una revolución, por eso no sé qué se pudiera salvar de ella. Preferiría salvar de ella todo lo que no atente contra sí misma, la institucionalidad definitivamente atenta contra la Revolución.

A la Revolución habría que salvarla del Estado y sus instituciones, ese estiramiento en su forma institucional es el mayor daño que se le puede causar a toda esa lógica increíblemente creativa como es una revolución.

El momento en que una revolución social es secuestrada por estructuras rígidas, llámense estas estatales, gubernamentales o institucionales es el fin de sí misma, ello también es una forma involuntaria de hacer contrarrevolución.

¿Cómo clasificarías el momento actual de Cuba?

El momento que vive Cuba hoy es el de una incipiente sociedad civil que comienza a entender las herramientas con las que se establece el debate cívico y político. Ya se entabla un juego entre dos, o sea sociedad civil versus Estado.

La tecnología es la bacteria que devora el corpus de la propaganda del Estado. Es decir, el Granma ya no es la única fuente de lectura, ni de orientación, la televisión nacional no tiene ningún tipo de legitimidad en su narrativa, y los temas que abordan todos los medios de difusión del Estado continúan estando distante de las preocupaciones inminentes del sujeto promedio.

El Estado ha pasado a la defensiva, sus iniciativas públicas son escasas y las que logran articular son de una muy elemental naturaleza. En los últimos meses, a raíz del Decreto 349, se ha podido percibir la pobrísima calidad discursiva de los funcionarios que han salido en su defensa en los medios patrocinados por el Estado. La mofa y la burla en cada esquina de La Habana hacen de los funcionarios cubanos verdaderos tiros al blanco de la cultura popular.

La percepción de la crisis institucional ocurre de manera muy natural, la decrepitud de las instalaciones del Estado no solo es física, sino que en el orden simbólico es imposible imaginarlas de otra manera. La sociedad cubana aspira a un panorama de tecnologías, de fuentes de información, de instituciones competentes y transparentes, de imaginar una sociedad en reverso donde la corrupción, la hegemonía y el monopolio del Estado acaben de desaparecer.

Nuestra sociedad está muy agotada de todos estos males, así como los nuevos que han emergido. La invertebración nacional ha ocupado un largo espacio en la vida de las generaciones que ha crecido durante estos 60 años y ello les ha impedido percibir y articular respuestas para todas estas "patologías sociales".

En la actualidad la sociedad cubana se hace muchas preguntas; escéptica constantemente, duda. Ya no es una sociedad que aplaude invariablemente por uno que otro arranque de carisma, es una sociedad que existe en el síndrome de la sospecha.

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