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Opinión

Editorial: Nostalgia de Díaz-Canel por Fidel y por Obama

La nostalgia por Fidel Castro en Harlem o Barack Obama en La Habana sirve de poco en tanto siguen pendientes tantas tareas dentro de Cuba.

Madrid

Miguel Díaz-Canel ha cumplido una visita a Nueva York sumamente nostálgica. Fue como si viajara, en lugar de él, Fidel Castro.

"Fidel volvió a la Asamblea General", rezó un titular del sitio oficialista Cubadebate.

El diario Granma se referió al momento especial de "su encuentro, en Harlem, con el pueblo humilde que abrigó y protegió al comandante en jefe Fidel Castro y a la delegación cubana, hace ya 58 años".

El oficialismo cubano alcanza a ver la realidad como un pasado congelado donde el comandante vive y Harlem no cambia en más de medio siglo. No obstante, podría hablarse también de una nostalgia suya por hechos más recientes, de hace apenas pocos años.

Una invitación a la Organización de Naciones Unidas (ONU) es la única posibilidad que tiene un mandatario castrista de visitar EEUU. La ONU se hace entonces poco más que un pretexto, y lo importante es desplegar en suelo estadounidense la mayor cantidad de gestos y contactos. Debido a ello, Díaz-Canel celebró encuentros con congresistas y representantes estadounidenses, ejecutivos de empresas de nuevas tecnologías, exportadores agrícolas, empresarios y directivos vinculados al tráfico aéreo, artistas y agentes culturales... Teñido todo por una nostalgia, no del Harlem del siglo pasado o del paso por allí de un comandante, sino del momento en que las relaciones entre Cuba y EEUU llegaron a su mayor distensión en los últimos tiempos.

Se diría que el castrismo sufre ahora de nostalgia por Obama. Así, los esfuerzos diplomáticos de Díaz-Canel en Nueva York se encaminaron a reconducir las relaciones económicas entre ambos países al punto en que por entonces se encontraban. Un cálculo errado, sin embargo, porque pasa por alto que fue el propio régimen de la Isla, con el aumento de sus violaciones y con el freno a los cambios, quien desperdició la oportunidad que se le presentaba.

Da igual, por tanto, la fecha en que enfoquen sus nostalgias los dirigentes y la prensa del régimen. Da igual que suspiren por Fidel en Harlem u Obama en La Habana. Si lo que desean es que el pueblo cubano se beneficie de unas mejores relaciones con EEUU, continúan pendientes las mismas tareas que al final de la presidencia de Barack Obama: hay que hacer grandes, enormes cambios dentro de Cuba.

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