Con fragmentos de madera del huracán Mathew, procesados por sus propias manos, ha construido Arístides Smith un rancho, frente al malecón de Baracoa, en el que reside su restaurante de comida vegana.
El huracán le había destruido su restorán anterior, dotado de un jardín con polymitas vivas y zunzunes amaestrados. Me he sentado en esa terraza, sobre un banco de piedra que me mejoró de la artrosis, a comer sobre los tocones de madera que sirven de mesa, la comida vegana de Smith.
Yo no soy vegetariano ni mucho menos. Pero uno se sienta allí a probar una variedad de pequeños platillos servidos en forma rústica, y sale como bendecido. Si usted prefiere la carne, puede probar un plátano rectangular que sabe a bistec. Los tesoros alimentarios de la zona, encabezados por el guapén, una fruta superior a la malanga, la papa y el boniato, son aderezados con otros misterios locales, de tal manera que uno tiene que concentrarse no en la averiguación del curioso sabor, sino en su delicada e indescifrable sinfonía.
Smith alardea de no repetir un solo plato de un día para otro. Lo creo. Este señor que ha hecho periodismo, video y fotos (algunas de las cuales pueden admirarse en las paredes del rancho), y que es sacerdote de la Regla de Osha, ha nacido para la creación. Necesita dinero para vivir, como todo el mundo. Quiere prosperar, y eso es bueno. Pero este restaurante no existe por esas motivaciones.
Smith ha viajado por medio mundo y está instalado en la miseria de la recién destruida Baracoa con un restaurante de cocina vegana que no hay en ciudades mucho mayores del país. Ni eran imprescincibles las polymitas o los zunzunes. Ni el arte, ni su defensa del medio ambiente contra las autoridades. Tampoco esconde sus conocimientos de cocina: a mí, a quien no conocía, me dijo enseguida algunos (¡endulzar con la ambrosía de la flor amarilla del orozul!); y se dedica a instruir a los jóvenes.
Todo eso se lo agradecemos de corazón, pero lo principal del Baracoando no es la comida, ni el rústico e inspirado moblaje del restaurante, ni las fotos. El propio Smith es lo que importa. Uno está en presencia de una persona provista de una Potencia de Creación. Sí, ya sé que no estamos (o mejor dicho, no están ustedes) en una época de mayúsculas. Pero si usted se siente light, como es la moda, también puede encontrar mucho de lo suyo en Smith. Es un hombre abierto, delicado, cariñoso, que se valora mucho y no es soberbio. Está estudiando para sacar un diploma de cocinero, figúrense. Falta este dato para los jóvenes: Smith tiene 62 saludables años.
Hay que ayudar a los Smith
Parece que se nos acaba el país. Una inmensa moribundia, incoada por el fracaso de los de arriba, nos ahoga a los de abajo. Pero una y otra vez fracasan las tentaciones totalitarias del hombre occidental: el socialismo ha fracasado en cualquier parte, y Smith y yo estamos en los 60 fastidiando con nuestra energía infantil tanta unanimidad de la miseria.
Si alguien simpatiza de veras con esta ruptura, debiera ayudar a los Smiths. Desechemos las consignas de una ayuda de un Estado a otro Estado para ayudar a cuentapropistas en general, que será procesada por los dueños del país en general para beneficio de los generales. No, le dije hace algunos años a aquel simpático diplomático de la Administración Obama, de los cuentapropistas no va salir ninguna economía de mercado y ningún empresariado nacional. Pero estoy seguro de que Arístides Smith no es un caso aislado. A estos hombres dotados de potencia de creación hay que ayudarlos personalmente, y eso lo puede hacer cualquiera, sin contar con el presidente ni el Parlamento.
Si cada exiliado cubano que de veras quiere recuperar su patria, si cada extranjero amigo que considera su deber ayudar a los que sufren, auxiliaran personalmente a un hombre de creación en Cuba, entonces veríamos de inmediato resultados asombrosos y estaríamos creando nuevos prohombres nacionales capaces de impulsar el capitalismo, no como fin en sí, sino como base de la posible democracia cubana.
Hasta ahora la ceguera global promueve el paso al capitalismo sin democracia, unipartidista, con unos comunistas incapaces metidos a última hora a vietnamitas o chinos como única vía para mantener sus privilegios; y que en algunas décadas se volverían más o menos democráticos. Esta maniobra les puede salir de lo mejor, porque lo que importa para la ceguera global es el capitalismo, no la democracia. Y es tanta la miseria y la desesperanza, que cualquier grupo de poder que le ofrezca al pueblo frijoles baratos acabará eternizándose en el poder, aunque para comer ese frijol haya que callarse mucho. En fin de cuentas, ¡ya están de lo más callados!
Sin permiso de Smith voy entonces a lanzar una propuesta, que por cierto va más allá de las bondades del civismo, la política o el negocio. Smith es un hombre de la cultura no solo por las fotos o los videos, sino especialmente por esa cocina suya. Un joven cocinero chino es interrogado en la televisión nacional por la habitual periodista embargada de nacionalismo barato, acerca de las diferencias entre la cocina china y la cubana. Respuesta: en China la cocina es una cultura, en Cuba la cocina es comer. Nunca tuvimos nada que se pareciera a la cocina china, o la francesa a la que imitamos por más de 100 años.
La ausencia de una cocina nacional como cultura se suma a otras carencias o fracasos civilizatorios. La degradación antropológica, inevitable con el socialismo, no nos augura un inmediato ascenso hacia las cumbres de la vida civilizada. Pero hay que atender a cualquier intento en ese sentido. El chef Smith pudiera crear un libro con sus recetas, sus principios de trabajo, lo que quiera, y estaría contribuyendo a crear alta cultura en Cuba. Y ese libro debiera ser producido y vendido fuera del país. Hay chefs de fama que dicen vivir de sus libros, no de sus restaurantes. El que lo ayude estará defendiendo a un hombre que lo merece.
Ya un Smith nuestro creó, de puro azar, la langosta al café; y recibió los más altos homenajes mundiales. Arístides Smith es un hombre abierto, que no está esclavizado tampoco a la comida vegana o vegetariana, y con el que no cuesta trabajo alguno sentirse identificado. Hace años Cintio Vitier me dijo en el Carmelo de Línea, donde nos maltrataba un jovencito: al cubano no le gusta servir. A este Smith le gusta servir, porque sabe que sirve gloria, y participa de la comida de sus comensales atento a cada reacción de gusto o disgusto, a cada palabra humana.