En el contexto de las elecciones a delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, la propaganda oficialista insiste en que se trata del proceso político más democrático que existe sobre la Tierra. Para apoyar semejante razonamiento argumentan que aquí los candidatos son nominados por la población y no por partidos políticos; que la edad para votar es de 16 años, y no 18 como en otros países; que siempre concurren a las urnas más del 95% de los electores; y que los ciudadanos tienen derecho a estar presentes en la revisión de las urnas antes de la votación, y durante el conteo de los votos.
Sin embargo, se pasa por alto un momento de vital importancia en cualquier proceso electoral que sea genuino: la posibilidad de que, antes de la votación, todos los candidatos o puntos de vista diferentes tengan presencia en los medios de difusión para hacer llegar sus mensajes a los electores. A veces la manera en que ese mensaje logre transmitirse resulta decisiva debido a la gran cantidad de electores vacilantes hasta última hora.
En las naciones donde prevalece la democracia observamos debates televisivos entre los aspirantes a la presidencia, con idénticas oportunidades para el candidato gubernamental como para los opositores de incidir sobre la opinión pública. Y en aquellos sitios donde el voto no es obligatorio por ley, se ve como algo normal que muchas personas decidan abstenerse y no concurrir a las urnas.
Pero en Cuba, lamentablemente, no sucede así. Aquí en la Isla el único mensaje preelectoral que llega a la ciudadanía es el que le conviene al Gobierno. Para ello se satura a la población a través de la prensa escrita, la radio, la televisión y cualquier otra vía que aparezca.
Si se trata de una elección a delegados municipales, la consigna es "Todos a votar"; en caso de una elección a delegados provinciales o diputados a la Asamblea Nacional, el mensaje es "El voto unido" —mecanismo por el cual se garantiza que ningún peje gordo de la nomenclatura sea vetado al no obtener el 50% de los votos—; y si asistimos a un referéndum, como el que le dio el visto bueno a la Constitución de 1976, la consigna es "Votar por el Sí".
Varias generaciones de cubanos, víctimas de tan exorbitante mensaje en una sola dirección, han crecido convencidas de que la única opción posible es la que indica la propaganda gubernamental. Incluso, muchos ciudadanos que no las tienen todas consigo con el castrismo afirman que irán a votar "para no señalarse".
Además, estas elecciones del 26 de noviembre se celebrarán después de múltiples maniobras gubernamentales para evitar que candidatos opositores pudieran ser nominados por sus electores. En esas condiciones, ¿qué elemento pudo haber legitimado la votación? Pues el haber permitido que algún opositor se presentara en la televisión y le explicara a la población la conveniencia de no acudir a las urnas en medio de semejantes anomalías.
Mas, todo lo contrario. En su edición del 22 de noviembre, el diario Granma publicó el artículo "El Estado soy yo", en el que se asevera que "nuestras elecciones, en la práctica, son un plebiscito sobre la Revolución, lo que determina la necesidad de que los cubanos asistan masivamente a votar, no solo por sus candidatos de preferencia, sino también como demostración de apoyo a su sistema político y a la Revolución". Es decir, que aquí la abstención se considera un acto contrarrevolucionario.
Por todo lo antes expuesto, resulta lícito afirmar que, a partir de 1959, no ha habido en esta Isla una elección, un referéndum o un plebiscito que haya mostrado el verdadero sentir de la ciudadanía.