Un grupo de intelectuales cubanos se reúne en la mal llamada Mesa Redonda de la televisión cubana para analizar (una vez más) el discurso de Donald Trump sobre el replanteo de las relaciones con el Gobierno cubano. Insisten en atribuir pretensiones anexionistas a los gobernantes de Norteamérica aunque solo sea cultural, según dicen, la forma preferida en la actualidad entre algunos cubanos, aunque los gobernantes se inclinan por la económica.
Sin embargo, el sentimiento anexionista es algo más amplio que lo planteado por los panelistas. En todas las épocas ha habido cubanos que no han creído en la posibilidad de que podamos gobernarnos por nosotros mismos. Es un sentimiento ambivalente. Por una parte, de EEUU se espera lo mejor, estamos casi tan cerca de ese país como México y muchos piensan que Cuba tiene más derecho y mejores condiciones que Puerto Rico para ser el Estado quincuagésimo primero de la Unión Americana.
Por otra, EEUU es la potencia amenazante que supuestamente pretende hacerse de la Isla con no se sabe qué oscuros fines.
Sin embargo, no toda la culpa de la tendencia anexionista es del pueblo o de los vecinos del Norte. Un país cuyos gobernantes no permiten la disensión provoca sentimientos que, al no poder ser encausados en espacios democráticos, derivan en posiciones extremas que en nada ayudan al bienestar de la nación.
El Gobierno cubano es responsable de que los jóvenes vean la migración hacia EEUU como la única solución a sus problemas, entre otras razones, porque una vez terminados los estudios se enfrentan a trabajos mal pagados y poco atractivos, y el futuro de sus hijos apunta a peor.
Más que anexionistas, la corriente que se puede ver en el pueblo cubano es la de frustración, descreimiento, falta de razón suficiente para luchar. La dictadura acabó con la voluntad del pueblo para rebelarse pero a la vez aniquiló la voluntad creativa de ese mismo pueblo. Los pocos que se atreven a rebelarse escogen el camino que mejor les parece, a veces caminos que pueden parecer errados, pero en el actual estado de incertidumbre, ¿cuál será el correcto?
El Gobierno descarga contra los disidentes todas sus armas: intrigas, descalificaciones, falsas acusaciones, amenazas, arrestos, secuestros, confiscaciones de teléfonos móviles y computadoras, espionaje de las conversaciones telefónicas, campañas aislacionistas entre los vecinos, impedimento de viajar al exterior o mudarse de provincia, y todo lo demás que se les ocurra. Ahora tratan de invalidar como opositores a los que se reunieron con Trump, como si el resto importáramos algo.
Cuando en el siglo XIX tuvo su auge el anexionismo, Cuba se encontraba sometida a una tiranía colonial deslegitimada por los aires de libertad que soplaban en América. En el medio siglo de República que conocimos después de la independencia, no crecimos lo suficiente gracias a gobernantes con pretensiones continuistas —dos de ellos lograron hacerse dictadores.
Como resultado colateral, los cubanos siempre miraron esperanzados al vecino poderoso. Esta revolución, con sus absurdos líderes comunistas pertenecientes a otra época, ha logrado que los cubanos se retrotraigan al siglo XIX y vean la ayuda norteamericana o incluso la anexión, como opciones válidas frente al abuso de la tiranía en nada diferente a la Corona española.
Por lo demás, la recepción del discurso de Trump tiene entre nosotros la satisfacción del débil, al que le está negado alzar la voz contra el déspota, cuando ve a este zarandeado en público. No hay que exagerar, eso no es anexionismo, es solo un humano disfrute.
Mientras más negado esté el gobernante cubano a cambiar todo lo que deba ser cambiado, mayor será su aislamiento, y la posibilidad de que para muchos la anexión sea una opción aumentará la inocultable desintegración que hoy vive Cuba.
No es el improbable anexionismo lo que amenaza el país, es el comunismo real impuesto sin escuchar criterios lo que provoca la improductividad, el éxodo, el aumento de la prostitución, la corrupción administrativa y los delitos comunes, la apatía y la simulación. Parodiando al poeta, "en fin, el mal", la destrucción del país a golpes de hoz y martillo.