La victoria electoral de Donald Trump ha sorprendido al mundo entero y a millones de ciudadanos norteamericanos, pendientes ahora de lo que para muchos resulta el carácter imprevisible del próximo presidente de la nación más poderosa de la tierra.
De cara a Cuba, las últimas declaraciones de Trump prometían dar marcha atrás al acercamiento con La Habana conseguido mediante órdenes ejecutivas por el presidente Barack Obama.
Ha sido el miedo de los gobernantes cubanos a perder el poder lo que les ha hecho no corresponder con políticas aperturistas propias a las medidas de Obama y, por tanto, limitar en gran medida el impacto de las iniciativas del saliente mandatario demócrata.
En cuanto a Trump, deshaga por completo el camino recorrido por Obama u opte, como también llegó a declarar, por "un buen acuerdo" con un régimen que ya llama a la población a cinco días de simulacro de guerra, es de desear que no olvide el compromiso global de EEUU con la causa de la libertad y los derechos humanos, y que no sacrifique estos principios ante ningún acuerdo económico o político con un régimen que, una y otra vez, demuestra que nada le importa más que su propia supervivencia.
Al mismo tiempo, Trump debe evitar caer en el facilismo de una batalla ideológica encarnizada, y buscar vías inteligentes y multilaterales que apoyen la democratización de la sociedad cubana e impidan una sucesión autoritaria en la Isla.