Cuando Mijaíl Gorbachov lanzó las reformas conocidas como perestroika (reestructuración) y glasnot (apertura, transparencia) no lo hizo con la idea de acabar con la Unión Soviética, sino todo lo contrario, para tratar de salvarla del colapso, algo que para el líder soviético era inevitable si no se realizaban profundos cambios para hacer del socialismo un sistema más "democrático", humano y sostenible económicamente.
El resultado desbordó a Gorbachov. Las reformas condujeron al desplome del sistema comunista en Europa y a la desintegración de la URSS, la federación inventada por Lenin en 1922 y que no fue otra cosa que la continuación de la unión por la fuerza, esta vez comunista, de las naciones sometidas durante siglos por el Imperio Ruso, iniciado por Iván el Terrible (siglo XVI) y expandido luego por Pedro el Grande en el siglo XVIII.
El "primer Estado de obreros y campesinos" (como lo llamaban los bolcheviques) fue devorado por la perestroika por una simple razón: el socialismo no es reformable. Cuando se intenta mejorarlo a fondo se termina, "sin querer", por desmantelarlo. No admite modificaciones, hay que desmontarlo de raíz y desecharlo. Lo mismo pasó en el resto de Europa del Este y sucede poco a poco en China y Vietnam.
Desgraciadamente esa lección la aprendieron muy bien Fidel y Raúl Castro. Es lamentable porque lo mejor que pudiera pasar en Cuba es que hubiese reformas verdaderas. Sería el principio del fin de castrismo.
Pero a corto plazo no se vislumbra en el horizonte cubano un Gorbachov o un Deng Xiaoping. Al contrario, ambos hermanos nacidos en Birán se han blindado contra cualquier atisbo de reforma. Es la misma fobia que padecieron los diseñadores del régimen comunista, al punto de que la palabra reforma no existe en el argot revolucionario marxista-leninista. Karl Marx la prohibió con el argumento de que toda reforma era un rezago burgués del socialismo utópico del siglo XVIII.
Lenin, por su parte, en un artículo publicado en 1913 en Pravda Truda, sentenció que las reformas "significan en la práctica la renuncia al marxismo y la sustitución de esta doctrina por la política social burguesa".
Los académicos marxistas (los hay, y muchos, en las universidades occidentales), y los activistas "antisistema" (eluden la palabra comunista, muy devaluada históricamente) consideran que toda reforma en el socialismo es una vía enmascarada para regresar al capitalismo.
El régimen tiene razón cuando insiste en que los cambios raulistas no son reformas, sino una "actualización del modelo económico" cubano, y que no se incluyen cambios en el sistema político, en las libertades ciudadanas, aspectos que sí formaron parte de los cambios en Europa Oriental.
No se crea capital suficiente
Lo que pasa es que ni siquiera en el plano económico hay realmente cambios sustanciales en la Isla, que necesita desesperadamente de un sector privado pujante. Con servicios de corte medieval, teléfonos celulares, compraventa de casas y automóviles, paladares, facilidad para viajar al extranjero, cooperativas en ciertas actividades de servicios, y otros timbiriches caseros, no hay formación bruta de capital suficiente en el país, que es el valor añadido que se invierte en vez de ser consumido. Y sin creación de capital e inversiones no hay crecimiento económico.
Eso lo acaba de reconocer en la Feria Internacional de La Habana el ministro de Comercio Exterior, Rodrigo Malmierca, quien dijo: "No tenemos altas tasas de inversión, de creación de capital". Claro, no explicó que solo con plena libertad para las fuerzas productivas es que se puede crear capital suficiente en un país.
Es por ello que la economía isleña no se desarrolla. Mientras en Cuba la tasa de formación bruta de capital no rebasa como promedio el 9% con respecto al PIB, según el Banco Mundial en 2014 fue de 27% en República Dominicana, 31% en Haití, 27% en Nicaragua, y 21% en Bolivia, países considerados pobres por la ONU. Con sus reformas de mercado, China registró un 46% y Vietnam un 27%. Mongolia un país pobre excomunista, tuvo 35%.
Además, para decirlo a la manera de Marx, los servicios no vinculados directamente a la producción industrial (los cuentapropistas cubanos) no elevan el volumen de bienes a ser repartidos socialmente. La gente así no sale de la pobreza. Para colmo, en vez de ampliar los cambios realizados en buena medida, el régimen ha dado marcha atrás y está imponiendo nuevos obstáculos a los cuentapropistas.
Incluso fue invertida la frase del líder reformista chino Deng Xiaoping: "Enriquecerse es glorioso". El VII Congreso del Partido Comunista (abril de 2016) decretó: "No se permitirá la concentración de la propiedad y de la riqueza". Hoy esa máxima cavernaria es consigna oficial de la propaganda castrista.
Los Castro no van a aflojar
Es sencillo, Raúl y Fidel Castro hundieron al país y no lo van a salvar. Y ya ancianos, menos van a permitir que la "revolución" se descarrile del camino trazado por Fidel. Con ellos dos vivos difícilmente habrá reformas.
Sin embargo, en todo el mundo se habla de las "reformas de Raúl Castro". Muchos confían en la consolidación de la "corriente reformista" y el crecimiento del sector privado. No importa la prohibición de abrir nuevos paladares, el hostigamiento a los choferes de alquiler, a los carretilleros, a quienes venden ropa importada, y a tantos otros cuentapropistas. También esperan el inicio de una transición a la democracia a partir de 2018.
Ese optimismo suena muy bien, pero choca con dos factores clave: 1) la singular naturaleza del castrismo; y 2) en ningún país comunista la vieja dirigencia ortodoxa inició las reformas.
En China se iniciaron luego de la muerte de Mao Tse Tung, en la Unión Soviética fue Gorbachov, un nuevo líder no atado al pasado estalinista como Brézhnev, Andropov y Chernenko. En Vietnam, el Doi Moi (renovación) lo realizó una nueva generación de dirigentes.
En Cuba, además de la alergia de los Castro a la propiedad privada hay otro problema. Cuando Raúl se retire como presidente de Cuba en 2018, aún seguirá siendo el Primer Secretario del PCC (dictador oficial), cargo para el cual fue ratificado hace siete meses, en el Congreso del PCC, por otros cinco años.
El General no ha insinuado siquiera que vaya a entregar su cargo de faraón en 2018. Podría hacerlo cuando con 90 años de edad cumpla su segundo mandato el frente del PCC, en 2021. Pero seguramente Fidel le ha "orientado" que mientras tenga salud debe continuar al frente de la "revolución" para preservar hasta el último minuto el legado del Moncada y de la Sierra Maestra.
Si se mantiene Raúl como líder del PCC en 2018, el nuevo presidente de Cuba será una marioneta suya, como lo fue Osvaldo Dorticós de Fidel Castro desde 1959 hasta 1976, año en el que el Comandante asumió el cargo de Presidente del recién creado Consejo de Estado.
Y si dejase el cargo partidista en 2018, o en 2021, seguiría siendo tras bambalinas el "guía" político y militar del régimen, como en China lo fue Deng Xiaoping, quien al retirarse continuó de hecho dirigiendo el país hasta su muerte, a los 93 años.
De morir el General antes de cualquiera de esas dos fechas, el máximo poder político-militar pasaría a alguien dentro del relevo que ya se entrena para ello, integrado por algunos de sus familiares, la cúpula de las fuerzas armadas y algunos civiles de la elite del PCC.
Si entonces habrá reformas reales o no, está por verse. Por supuesto, también podrían desatarse acontecimientos, hoy insospechados (casi siempre ocurre así), que podrían dar inicio al fin de la pesadilla cubana.
En fin, el tema tiene mucha tela por donde cortar y es polémico. Pero por ahora no visualizo al castrismo como reformable. Ojalá alguien pronto intente "mejorarlo" a fondo.