No era el destino de "Benigno" morir en el exilio. Podía haber seguido viviendo en Cuba rodeado de honores y de leyendas, particularmente la de haber sido uno de los pocos sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia. Pero en 1996 prefirió escapar, dando a conocer, con ayuda de la socióloga Elizabeth Burgos, exmujer del filósofo y antiguo teórico de la revolución Régis Debray, un testimonio, Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la revolución (Tusquets, Barcelona, 1997),publicado primero en francés bajo el título de Vie et mort de la révolution cubaine. Con ese libro, renegaba de una obra publicada poco antes, Los sobrevivientes del Che, también editada en Francia.
Su legado es doble, pues. Por un lado está (estuvo, mejor dicho) la glorificación de las aventuras guerrilleras, en Cuba, en el Congo y en Bolivia, de quien fuera su mentor (no el único), el Che Guevara. Algunos, por ejemplo el "biógrafo" tan complaciente del Che, el periodista deportivo Jean Cormier, intentan ya recuperar a Dariel Alarcón Ramírez. Yo siempre lo llamé Dariel, no Benigno, prefiriendo dirigirme al individuo, con todas sus contradicciones, más que al "héroe" que, voluntariamente, había bajado de su pedestal.
También está el hombre que recibió como "premio", por parte de Fidel y Raúl Castro, el encargo de cumplir la función de jefe de Recursos Humanos de prisiones, supervisando, entre otras, la de Valle Grande, llena de presos llamados "comunes". A ese hombre lo frecuenté poco. No tenía ganas de hablar con alguien que hubiera cumplido funciones tan represivas, que él hubiera preferido olvidar. La primera vez que nos encontramos, se lo dije claramente. No me guardó rencor por ello. Parecía casi aliviado de poder hablar de esas tareas que quería dejar atrás.
Prefiero referirme al otro "Benigno", al que empezó poco a poco a quemar lo que antes había adorado, y me contó cómo el argentino iba a asistir a las ejecuciones en la fortaleza de La Cabaña. La primera vez fue en el pequeño restaurante que había montado en París. Al principio, no podía creerme lo que estaba escuchando. Por ello, le pedí que me lo repitiera ante una grabadora. Estas son sus palabras, publicadas en mi libro La cara oculta del Che, Madrid (Ediciones del Bronce-Planeta, Barcelona, 2008):
"En varias oportunidades el Che venía, sutilmente. Se subía a aquel muro. No era difícil subirlo porque tenía una escalera. Se acostaba boca arriba a fumar un habano y a ver los fusilamientos. Eso se comentaba en toda la soldadesca de La Cabaña. Los soldados míos me decían: 'Cuando estábamos en el pelotón de fusilamiento, veíamos al Che fumándose un tabaco arriba en el muro'. Les daba fuerza a los que iban a disparar. Para aquellos soldados que nunca antes habían visto al Che, era una cosa importante. Les daba valor".
Claro que "Benigno", adoctrinado por el comandante en jefe, había participado en aquellas matanzas del año 1959, y de los siguientes años también, las que ordenaron los que aún siguen en el poder en Cuba, las que tanta gente hoy día prefiere olvidar. Pero, a posteriori sin duda, eso le produjo asco. Y tuvo el valor de denunciarlo. Como también denunció, sin que le prestaran la atención debida, a los que desde Cuba organizaron los asesinatos en Europa y en otras partes del mundo de los dignatarios bolivianos que, de una manera o de otra, eran considerados como responsables de la muerte de Ernesto Guevara en Bolivia, actos criminales conocidos como "la maldición del Che".
Asimismo, a la par de otro agente arrepentido de la revolución, Andrés Alfaya, alias "Juan Vivés", muerto también en su exilio francés, "Benigno" cuestionó la responsabilidad del castrismo en el trágico final de la Unidad Popular en Chile, que concluyó con la muerte, en circunstancias aún sin aclarar, de Salvador Allende. En sus Memorias de un soldado cubano, "Benigno" apuntaba, en lenguaje críptico: "Por eso considero que Allende fue más víctima de los cubanos que de los americanos: en el Chile de Allende los que mandaban eran prácticamente los cubanos, el Departamento América y gran parte de Tropas Especiales se encontraban en Chile en aquel periodo".
¡Cuántos secretos se habrán llevado consigo! Los que confesó, sin embargo, nos ayudan a desenmascarar a todos esos míticos revolucionarios que no fueron más que unos vulgares asesinos.
Dariel Alarcón Ramírez fue calumniado y despreciado como pocos por el poder castrista, después de su "traición", que lo llevó incluso a fraternizar, en su lucha contra los hermanos Castro, con su otrora enemigo acérrimo, el cubano exiliado Félix Rodríguez, uno de los exagentes de la CIA que capturaron al Che Guevara en Bolivia. Su foto desapareció de las imágenes expuestas en el Museo de la Revolución, en La Habana, tal como hiciera la propaganda estalinista con otros "renegados". Mejor.
Ojalá que quede en la memoria esencialmente el examen de conciencia del hombre que se dio cuenta de sus "errores" (sus horrores) pasados, contribuyendo como pocos al establecimiento de la verdad, que nunca ha sido revolucionaria.
¡Que descanse por fin en paz el guajiro que no quiso más ser guerrero al servicio de una causa absurda!