De paso por las calles de Centro Habana, La Habana Vieja y otros municipios capitalinos se encuentran esos letreros obsoletos, escondidos entre la arquitectura, y apenas legibles por el paso del tiempo: "Roseland", "La Elegante", "Joyería Corona", "Bolsa de La Habana"... Ante semejantes destellos a menudo me ha venido a la mente aquel libro-archivo de Guillermo Jiménez Soler: Los propietarios de Cuba 1958, cuyas páginas registran muchas de esas propiedades que ahora vemos como sombras borrosas en portales, en viejas vidrieras o en fragmentos de calles.
Publicado por primera vez en 2006 por la editorial Ciencias Sociales, y Premio de la Crítica al año siguiente, el volumen de este historiador y periodista cubano constituye, en palabras de su prologuista Oscar Zanetti, "un complemento inestimable dentro del caudal de conocimientos que nuestros historiadores han acumulado", y también "un valioso recurso analítico para quienes investigan la historia económica como para los estudiosos de la realidad social y política del período republicano". Pero, más que un complemento o un recurso, yo diría que se trata de una pieza clave y valiosísima por sí misma.
Excomandante del Ejército Rebelde y del MINFAR, exocupante de cargos directivos en el MININT y el MINREX, y colaborador de Granma Internacional, Jiménez Soler declara en las introductorias "Palabras al lector" que todas sus obras —Las empresas de Cuba 1958 (Ediciones Universal, Miami, 2000), a la que se suma la presente y las ya anunciadas La burguesía en Cuba y El capitalismo en Cuba— están "preservadas de prejuicios ideológicos, de subjetivismos involuntarios del autor o de cualquier juicio hermenéutico proveniente de otros".
Sin embargo, Jorge Ibarra —se incluye en esta edición el texto leído por Ibarra a propósito de la presentación del libro— hace notar el "atinado" cambio que introduce Jiménez Soler en el título a la edición de 2008: donde dos años antes se leía Los propietarios en Cuba 1958, ahora se lee: Los propietarios de Cuba 1958. No hay ni que decir que con esta modificación preposicional se anula todo empeño de "objetivación" o neutralidad del autor a la constante ideológica.
Los propietarios de Cuba 1958 es, en esencia, una gran compilación. El tomo consta de 550 fichas ordenadas alfabéticamente. Fichas sobre los 550 miembros más destacados de la burguesía cubana justo en el momento del triunfo de la Revolución.
Además de una breve información biográfica y una serie de datos de índole familiar y personal, las fichas relacionan las empresas y otros bienes poseídos por cada uno de los "fichados", así como sus cargos en la arena política o en instituciones de carácter cívico, religioso, cultural, etc. Lo más interesante —y quizás el verdadero "gancho" de este volumen— es que al lado de cada nombre el autor coloca una calificación, del 1 al 5, según la importancia económica de la fortuna en cuestión.
Surge, por supuesto, la pregunta sobre los modos de cuantificar tal importancia. Jiménez Soler lo resume así: "la valoración que se presenta se elaboró atendiendo al número y al tipo de propiedades, a la proporción de los intereses en cada una de ellas y a su número y peso dentro de la estructura económica característica del país que, según los rubros y servicios de su especialidad, establecía un nivel dado de rentabilidad y, por tanto, su ingreso personal, presumiblemente en consonancia con estos activos".
Buscando a los más ricos entre los ricos —los calificados con el número uno— encontraremos muchos nombres de industriales azucareros, como José Arechabala, Manuel Aspuru, Jesús Azqueta, Eutimio Falla, Antonio Miyares, Alejandro Suero, Julián de Zulueta, José Bernardo Rionda y los Higinio y Alfonso Fanjul; también a banqueros como Juan Gelats y Carlos Núñez, y el presidente de la Compañía Cubana de Teléfonos, Antonio Rosado, y por supuesto al judío-venezolano Julio Lobo, la principal fortuna individual del país.
La única mujer dentro de esta categoría es Elena Santeiro, una de las principales propietarias de bienes inmuebles en el sur de la Florida. Y la ficha más extensa es la de Fulgencio Batista. Es a él a quien más páginas dedica Guillermo Jiménez; de nadie se brinda tanta información como de Batista.
¿Cómo leerán semejante libro las nuevas generaciones? Están los historiadores e investigadores a los que se refería Zanetti, pero también están aquellos para los que Los propietarios de Cuba 1958 puede ser como una gran ficción, continuación de aquellos relatos pintorescos que le solían hacer abuelo y bisabuela. Una ficción donde, entre otras cosas, se narran chismes económicos, políticos, domésticos y judiciales de unos personajes que habitan un pasado de telenovela.
Pienso en lectores ya acostumbrados a una Cuba arruinada, devastada, para quienes la palabra "propiedad" está tan vacía y despojada de sentido como la estirpe de un apellido fundada por algún tatarabuelo. A esos lectores, la lectura atenta de Los propietarios de Cuba 1958 puede resultarles una experiencia bastante extraña.
Porque más allá de los nombres propios, del "quién era quién" al cierre del año 58, las páginas del libro están llenas de centrales azucareros, de fincas ganaderas y arroceras; papeleras, refinerías, destilerías, licoreras, navieras, torrefactoras; fábricas de materiales de construcción, de gas doméstico; agencias de autos, firmas de arquitectura, bancos, hoteleras, balnearios, clubes, urbanizadoras, aseguradoras, periódicos, petroleras, estadios, publicitarias, aerolíneas, farmacéuticas, ferrocarriles, textileras...
Imaginemos que todo lo anterior se despliega ante nuestros ojos a la manera de un mapa. Los propietarios de Cuba 1958 es también una suerte de maqueta: la de un país posible, que se vuelve más fantástico y lejano cada día que pasa.
Guillermo Jiménez Soler, Los propietarios de Cuba 1958 (Ciencias Sociales, La Habana, 2006).