Cuba es un país de viejos, comenzando por los principales dirigentes del Partido y del Estado quienes, para mantenerse en el poder, alegan su historicismo revolucionario, como si este fuera un derecho divino. Además, como planteara en su momento el ya fallecido obispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro Meurice, han confundido a los ciudadanos, utilizando las palabras Partido como sinónimo de Patria y Revolución como de Nación, así como establecido que ser revolucionario es ser incondicional al régimen. Estas "confusiones oficialistas" se han repetido por los medios durante más de medio siglo, y se han sedimentado en las mentes de muchos cubanos.
Los partidos políticos son organizaciones que no tienen relación directa con la patria y, por lo tanto, no pueden sustituirla, y las revoluciones, como fenómenos sociales, tienen un comienzo y un final, y no constituyen, como se ha querido hacer creer, un proceso eterno en el tiempo. En el caso de la cubana, tal vez se extendió hasta el año 1975, cuando se implantó la denominada institucionalización. Después, de acuerdo a la Constitución, lo que ha existido es un Gobierno, que ha respondido y responde a una única ideología.
Publicar una declaración oficial firmada por el Gobierno Revolucionario de Cuba constituye un absurdo, ya que este legalmente no existe pues, de acuerdo a la Constitución, lo que existe es el Gobierno de la República de Cuba. También constituyen absurdos acreditar a la Revolución la curación de un enfermo, la culminación de sus estudios por un universitario, la edificación de una vivienda o la reparación de un puente, por señalar solo algunos ejemplos. Estos no son más que servicios y acciones del Gobierno.
Prolongar indefinidamente en el tiempo la Revolución, y crear toda una mística alrededor de ella, así como confundir las palabras, ha sido y es una manipulación maquiavélica, que le ha dado buenos dividendos a los dirigentes cubanos, tanto nacional como internacionalmente. Así, quien cuestiona al Partido está cuestionando a la Patria, quien critica a la Revolución, está criticando a la Nación, y quien no es incondicional al régimen deja de ser revolucionario. El Gobierno, como tal, sale indemne de todas estas situaciones y, además, saca ventajas políticas de ellas.
Cambiar este esquema no es tarea fácil, pero es necesario enfrentarla. A este objetivo ayuda que hace tiempo el puritanismo revolucionario de los primeros años, el cual algunos pretenden rescatar más de forma retórica que real, dejó paso a un materialismo generalizado, incentivado por la imperiosa necesidad de sobrevivir a toda costa, ante la incapacidad manifiesta de un sistema fracasado económica, política, social y moralmente. Esta realidad ha hecho que muchos cubanos de diferentes generaciones aspiren hoy a una salida de la crisis actual, a rehacer sus vidas y las de sus familiares y a construirse un presente que les asegure un futuro decoroso. Junto a ellos, más allá de las divergencias conceptuales temporales, deben encontrarse quienes luchan honestamente por un cambio en interés del bienestar de la nación.