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Sociedad

Un fantasma con sombrero de guano

¿Qué queda en pie y qué queda en el recuerdo de toda esa zona conocida como 'Las Fritas de Marianao'?

La Habana

Fue allí donde Marlon Brando estuvo a punto de perder la cabeza por la magia negra del bongó y la tumbadora. Pero para entonces el sitio era ya un emporio de la cultura popular cubana. Desde muchísimo antes de su llegada, en 1956, habían sentando cátedra en aquellos predios Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Antonio Arcaño, Tata Güines, Senén Suárez, Carlos Embale o El Chori, entre otras perlas.

Sin embargo, el glamuroso paso de Marlon Brando, más las fotos y el reportaje que le dedicaran a El Chori el célebre fotógrafo beatnik Earl Leaf y el periodista Drew Pearson, terminarían consagrando a "Las Fritas de Marianao" como una plaza de muy especial referencia turística para aquellos que viajaban a nuestra Isla atraídos por lo que tan superficialmente llamamos hoy La Habana profunda.

Es la frivolidad que suele ser propia entre turistas de países desarrollados ante el parque temático que para ellos representa el Tercer Mundo. No obstante, uno no puede menos que sentir pena al suponer la decepción que experimentarán los nuevos visitantes estadounidenses cuando empiecen a arribar en oleadas a nuestro país, buscando, inútilmente, aquellos lugares como "Las Fritas de Marianao", que tal vez pervivieron en la nostalgia de sus padres y de sus abuelos.       

En principio, el emplazamiento no existe ya, tal y como se hizo famoso. Y lo que es peor, ni siquiera existe en la memoria de la gente del lugar. En toda la zona no hallamos a un solo residente o parroquiano que fuera capaz de respondernos la pregunta: ¿Cuál era aquí el área conocida como "Las Fritas de Marianao"?

El único remanente cuasi vivo, aunque en estado bochornoso, es el cabaret Rumba Palace, sobreviviente del naufragio sufrido por el Pensylvania, Panchín, El Niche, La Choricera, Los Tres Hermanos, La Taberna de Pedro, o Pompilio, entre otros que constituyeron meca del son y la rumba de cajón, escuela de rigor para intérpretes y escenario obligado para lo mejor de la música popular cubana.

Rastrojo apenas reconocible de lo que fue, aun cuando es hoy mucho más amplio, el Rumba Palace no es ya cabaret, sino restaurante y bar. Pero sobre todo es un fantasma embalsamado. Su entrada original, por la calle 116, fue tapiada para agrandar el establecimiento hasta la esquina de Quinta Avenida, ocupando el espacio de otros locales no menos renombrados. Lo peor es la estructura de escandaloso mal gusto a la que condenaron al Rumba y a los otros.

Amablemente, el arquitecto Mario Coyula ha descrito el actual escenario de la siguiente forma: "Quizá buscando una cubanía extemporánea y forzada, o como reflejo de la ruralización creciente de la capital, el Rumba Palace ha sido tocado con una empinada cobija de guano, a manera de sombrero campesino". Se trata en verdad de una observación muy amable, en tanto lo menos que podría decirse es que aquel sitio se caracterizó siempre por su ambiente peculiarmente urbano. De modo que el tal sombrero campesino le queda ridículo. Y por si fuera poco, desvirtúa su historia y lo ha borrado del mapa al fin y al cabo.

Ese esperpento es todo cuanto queda de "Las Fritas de Marianao", que en sus buenos días mereció páginas elogiosas de Jorge Mañach o Lino Novás Calvo, y aun del estirado Alejo Carpentier. Y que fue plaza fija para lo más auténtico de nuestra música.

Uno se pasea ahora entre las calles 112 y 120, por la acera sur de Quinta Avenida (más o menos frente al Coney Island), tratando en vano de imaginar la burbujeante energía social y cultural de aquellos predios, donde a cualquier hora del día o de la noche el aire traía los olores mezclados del tamal y el pan con frita, con lechón asado, con tasajo, con minuta de pescado, con tortilla… Y donde igualmente se fundían para enfebrecer los sentidos las resonancias de la percusión cubana con las de diversos instrumentos de viento y de cuerda, prodigando desde cada establecimiento —generalmente de rústica factura—, el embrujo de ritmos únicos. Al igual que los kioskos de fritas, que dieron nombre al emplazamiento, los cabarets, clubes, salones de baile y de billar… estaban muy cercanos entre sí, prácticamente pegados unos a los otros, pero lejos de interferirse, se consustanciaban podría decirse que milagrosamente.  

Ha transcurrido apenas medio siglo, pero parecen milenarios los efectos del deterioro sufrido por "Las Fritas de Marianao", que ya no pertenece al municipio Marianao y donde las fritas conforman una especie extinguida desde hace décadas.

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