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Política

La pelea por la sociedad civil

EEUU se propone interactuar con la sociedad civil cubana, mientras que Raúl Castro intenta secuestrarla y algunos teóricos justifican ese secuestro.

Madrid

Ahora la pelea es por la sociedad civil. Por la definición de sociedad civil. En el discurso donde anunció su voluntad de reestablecer relaciones diplomáticas con Cuba, Barack Obama exigió que la sociedad civil cubana estuviera presente en la Cumbre de las Américas, a celebrarse en abril, a la que asistirá también una representación gubernamental.

Un mes más tarde, Raúl Castro respondió ante la CELAC: "Se quiere que en la Cumbre de las Américas de Panamá esté la llamada sociedad civil y eso es lo que Cuba ha compartido siempre. Protestamos por lo que ocurrió en la Conferencia de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, en las Cumbres de las Américas de Miami y Quebec, en la Cumbre de Cambio Climático de Copenhague, o cuando se reúne el G-7 o el Fondo Monetario Internacional, donde se le situó detrás de cercas de acero, bajo una brutal represión policial, confinada a decenas de kilómetros de los eventos".

El General dio por supuesta la asistencia de la sociedad civil cubana a la cumbre, aunque él se refería a "las organizaciones no gubernamentales de nuestro país que obviamente no tienen ni les interesa tener ningún estatus en la OEA pero sí cuentan con el reconocimiento de la ONU".

Cuando habló de la sociedad civil en Cuba, Barack Obama incluyó necesariamente a la oposición política. Ya residiera en ese punto de su discurso la intención central de su nueva política hacia Cuba, ya fuera una solución compensatoria o constituyera únicamente un pretexto para otros objetivos, EEUU no podría prescindir de los grupos de oposición, que han sido hasta ahora sus únicos interlocutores dentro del país. Por política o por retórica, necesita de ellos. Aunque, junto a esos grupos, las autoridades estadounidenses probablemente también atenderán como representantes de la sociedad civil a las falsas organizaciones no gubernamentales que operan en la Isla, contempladas por Raúl Castro en su discurso.

Ah, las entrañas de la cubanidad

El mismo día en que Raúl Castro pronunciaba ese discurso, "un grupo de emprendedores, blogueros, cineastas e intelectuales cubanos viajaron a Washington DC para intercambiar con políticos, diplomáticos, periodistas, empresarios y académicos estadounidenses y cubanoamericanos, en un encuentro organizado por el proyecto Cuba Posible y el Cuba Research Center". El sitio Cuba Posible (de donde he tomado la descripción anterior) publicó las ponencias leídas en ese encuentro y, salvo un par de ellas, todas se centraron en lo que pueda considerarse en Cuba como sociedad civil.

Uno de esos ponentes, Roberto Veiga, preguntó quiénes son los representantes de la sociedad civil cubana. Cuestión difícil, aseguró. Para él la sociedad civil estaba compuesta por asociaciones oficiales, que padecían agotamiento institucional, y también por proyectos autónomos que podían funcionar en la periferia de lo oficial, fuera de lo oficial o en confrontación directa con lo oficial. Por lo tanto, la oposición política quedaba incluida en ese esquema.

Veiga recomendó a las asociaciones oficiales que iniciaran un proceso de reposicionamiento, a la vez que esperaba que una nueva ley de asociaciones prestara al segundo grupo la posibilidad de legalizarse, institucionalizarse y le facilitara el trabajo. Confiaba también en que esa ley exigiera "responder a los intereses compartidos de la nación". De modo que, incluida la oposición política dentro de la sociedad civil, quedaba abierta la posibilidad para actuar contra ella. No había más que sostener la usual confusión de nación y régimen, y los opositores al Gobierno estarían operando contra Cuba.

Roberto Veiga se arriesgó a imaginar un pluripartidismo, aunque enseguida le añadió cautelas: ese pluripartidismo tendría que ser "leal a las entrañas de la cubanidad". Cabe aquí la pregunta de qué pueda ser, hablando de política, la cubanidad, y qué puedan ser las entrañas de tal esencia. Sin embargo, cualquiera que sean las respuestas a estas preguntas, constituirán un buen pretexto para seguir con las expulsiones.

De tales expulsiones se ocupó, mucho más abiertamente, Lenier González Mederos. Haciendo algo de historia, mencionó en su ponencia el colapso de la arquitectura de la Segunda República y se refirió a determinadas organizaciones de la era revolucionaria, "que han visto desvirtuada su identidad institucional y han terminado siendo coaptadas por el Partido Comunista como mecanismos verticales de transmisión".

En su muy particular historia de Cuba, el fin de las instituciones republicanas sobrevino únicamente desde adentro, sin que existiera una política revolucionaria de arrasamiento. Y las organizaciones de masas citadas por él —FMC, ANAP y CTC— no fueron creadas como instrumentos de control político y policial, sino que se convirtieron en dichos instrumentos andando el tiempo.

Si Roberto Veiga dividió en dos la posible sociedad civil en Cuba, González Mederos prefirió una división tripartita. Estaba, en primer lugar, la sociedad civil oficial, en la que cabían las organizaciones de masas instauradas por el régimen. En segundo lugar, la sociedad civil opositora, a la que, según él, las elites políticas de Miami habían conseguido hacer pasar por la única sociedad civil. Y, por último, la sociedad civil no opositora, que incluía el cuentapropismo y era a su juicio el más dinámico e interesante de los tres grupos. (En base a un esquema como este, donde hasta los CDR forman parte de la sociedad civil, podría afirmarse que sociedad civil es todo aquello que no constituya el partido único.) 

Lenier González Mederos describió a la sociedad civil no opositora como "un grupo amplio de actores sociales que, sin estar vinculados a los estamentos oficiales dentro de Cuba, ejercen un quehacer crítico que no implica una ruptura con 'lo revolucionario'". Por el contrario, advirtió, "más bien han ido llenando el término de nuevos significados: 'lo revolucionario', lo legítimo, en Cuba hoy se ha ido ensanchando positivamente". (Es decir, que había una sociedad civil oficial, una sociedad civil opositora y una sociedad civil no opositora que podría considerarse como sociedad civil revolucionaria.)

Reconoció González Mederos que una nueva ley de asociaciones podría beneficiar a la sociedad civil oficial, que así podría regenerarse, y a la sociedad civil no opositora, que se fortalecería desde la tolerancia oficial, aunque nunca a la sociedad civil opositora. "A los sectores de la sociedad civil opositora que en el pasado han trabajado acoplados con los andamiajes internacionales de confrontación contra el Gobierno cubano, obrando para el 'cambio de régimen' o las 'primaveras cubanas', les costará mucho trabajo poder insertarse en este nuevo momento que vive el país", dictaminó.

Hecha esta distinción entre opositores, no aclaró si el resto de la sociedad civil opositora podría sacar beneficio de una ley tan esperada.

La mejor de las apuestas estadounidenses

Establecida la imposibilidad de que la oposición política fuera a beneficiarse de una ley de asociaciones, y previstos los muchísimos obstáculos que hallarían los opositores en cada una de sus actuaciones, faltaba por declarar lo efectiva que podría ser la interlocución estadounidense con los demás actores de la sociedad civil. Y a esa asesoría de inversiones se dedicaron, en ponencia escrita al alimón, los académicos María Isabel Alfonso y Arturo López Levy.

Pidieron ambos a las delegaciones oficiales estadounidenses que incluyeran en su agenda encuentros con otros miembros de la sociedad civil, y no solo con los grupos de oposición. Y, sin negar que estos últimos formaran parte de la sociedad civil,  cuestionaron su legitimidad y su capacidad de acción. Pues existían "muchos otros en las sombras aun con mucho más poder transformativo, y lo que es más importante, con mayor legitimidad que esos que se oponen a las recientes reformas de Obama hacia Cuba, y/o suscriben modelos de cambio de régimen y de apoyo al embargo".

Agregaron así un escrúpulo más de legitimación: rechazados ya todos aquellos que hubieran faltado a las entrañas de la cubanidad o trabajaran por un cambio de régimen, lo estarían también quienes se opusieran a la nueva política hacia Cuba del presidente Obama.

Alfonso y López Levy se acogieron al esquema de sociedad civil con el que la estadounidense Nancy Fraser proponía sustituir al conocido esquema de Jürgen Habermas donde el Estado y la sociedad civil se encontraban tajantemente separados. Fraser sostenía que el modelo habermasiano había sido útil para explicarse al Estado-nación, pero quedaba obsoleto en tiempos de globalización. Y puesto que Alfonso y López Levy necesitaban el esquema de sociedad civil que contuviera menos fricciones con el Estado, adoptaron el de Nancy Fraser. Pero, una de dos, o leyeron mal a Fraser o entienden mal a Cuba. Porque dada la delimitación de la ciudadanía como población nacional dentro de un territorio en que se empeña el régimen cubano, Habermas se hace más pertinente allí que Fraser. (Esto podría discutirse más largamente, pero no es más que un instrumento conceptual, y no dudo del oportunismo teórico de Alfonso y López Levy, que sabrían desembarazarse de cualquier instrumento y adoptar otro con tal de continuar la que parece ser su misión actual: expulsar de la sociedad civil a la oposición política cubana.)

En su ponencia, ambos académicos llegaron a proponer una plataforma de diálogo "inclusiva de ideologías diversas", para "abrir un proceso constructivo de nuevas narrativas democratizantes, al servicio de un futuro cubano post-totalitario; diferente al de los vicios del pasado republicano, pero más democrático que el establecido por un partido único, dominante por los últimos cincuenta años".

Una plataforma así tendría, sin embargo, este requisito que han dejado claro: no podría ser "hostil al PCC". Tal como diría un reclamo publicitario: "De los creadores de Una oposición leal... ahora presentamos: Por una sociedad civil oficial".

Una sociedad civil secuestrada

Antes del 17 de diciembre de 2014, la mayoría de las presiones por una nueva política estadounidense hacia Cuba hacían hincapié, no tanto en la sociedad civil, como en el cuentapropismo. O bien hacían coincidir cuentapropismo y sociedad civil. La Cumbre de las Américas, el llamado del presidente estadounidense a contar allí con miembros de la sociedad civil cubana, ha conseguido politizar de un modo muy saludable la discusión sobre este tema. Sin embargo, muchos parecen interesados en volver a ceñirla a lo económico. 

Por razones que no tienen que ser totalmente coincidentes con las del régimen cubano, los conferencistas del evento celebrado en Washington procuraron convencer a la parte estadounidense de que no prestaran tanta atención a la oposición política. Restaron legitimidad a la sociedad civil opositora, y llegaron a presentarla como una mala apuesta para EEUU desde el momento en que las demandas de los no opositores estarían (cito a Alfonso y López Levy) "astutamente articuladas dentro de los diferentes niveles y capas de coerción ejercidos por el aparato del Estado".

Visto de esta manera, el mejor interlocutor dentro de la sociedad civil sería aquel que conserve mayor capacidad de comunicación con las instancias estatales. En el juego de los seis grados de separación, ganaría quien gaste menos oportunidades en alcanzar a Raúl Castro. Se trata, adaptada a los nuevos tiempos, de la vieja pretensión de identificar al reformista dentro de las filas de la nomenklatura. Solo que ahora el oculto, el todavía inmanifiesto, iba a encontrarse escondido en las filas de la sociedad civil.

Expulsada de lo parlamentario desde su origen, la oposición política cubana se encuentra amenazada de ser expulsada también de la sociedad civil. Raúl Castro intentará convertir las relaciones reestablecidas con EEUU en una pesadilla donde, cuando el diálogo no transcurra de gobierno a gobierno, siga siendo él quien hable a través de una sociedad civil secuestrada. Y para ello  será empleada quizás menos  coerción que lógica empresarial. No importa entonces que el llamado de Barack Obama a la sociedad civil haya sido el margen dejado a los principios: el régimen procurará tergiversar ese margen mediante cálculos de efectividad política y apelaciones al pragmatismo. Ofrecerá a la interlocución estadounidense mejores candidatos que los de la oposición. (Las negociaciones para una transición, ¿con quiénes terminan haciéndose?)

Llama la atención que los participantes del evento organizado en Washington por Cuba Posible y el Cuba Research Center recomendaran en sus ponencias diversas asociaciones y organizaciones de lo que ellos consideran sociedad civil  y ninguno aludiera al CENESEX de Mariela Castro Espín, donde coinciden venturosamente la sociedad civil y la sucesión política.

La pelea, ahora, es por la sociedad civil.

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