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Política

Eric Hobsbawm pensando el siglo XXI

Una reflexión sobre el Ejército Islámico y la transición en Cuba a partir de la obra del gran historiador inglés.

La Habana

El pasado 1 de octubre se cumplieron dos años de la muerte del historiador inglés Eric Hobsbawm. Nacido en Egipto y de padres judíos, Hobsbawm tiene una extensa obra que se debe no solo a su dedicación, sino también a una larga y lúcida vida. Al morir, tenía 95 años.

Su libro Historia del siglo XX, titulado en inglés The Age of Extremes: The History of Short Twentieth Century 1917-1991 (La era de los extremos: Historia del corto siglo XX 1917-1991) aparece cuando él ha publicado ya una trilogía fundamental sobre el siglo XIX, al que consideró largo por extenderse desde 1789 hasta 1917. Año de la Revolución Francesa el primero y de la Revolución Rusa el segundo. Pero en tanto los estudios de Eric Hobsbawm sobre el siglo XIX son el resultado de su labor intelectual y académica, el historiador inglés coexiste con la historia que describe en Historia del siglo XX, lo que le permite sumar la vitalidad del testimonio a sus cavilaciones.

Nacido en 1917 —el mismo año que considera para principiar el siglo XX—, Eric Hobsbawm cumple 74 años en 1991 cuando para él, con la caída del Muro de Berlín y el fin del socialismo de inspiración soviética, el siglo llega a su fin.

Hoy podría cuestionarse que el fin del siglo XX ocurra en 1991 y no en el 2001, si se considera que los atentados del 11-S elevaron el rango de la noción de terrorismo y comenzaron un sistema de movilizaciones globales comparables al que hasta 1991 alimentó la confrontación con el comunismo soviético y su esfera de influencia. Pero la Historia del siglo XX fue publicada en 1994 y la fascinación que aún ofrecen los escombros del Muro avala la consideración de Eric Hobsbawm.

En 1999, Hobsbawm fue entrevistado por el periodista italiano Antonio Melito para hablar del siglo XXI, que entonces estaba en sus vísperas. La entrevista fue publicada por la editorial brasileña Companhia de Bolso con el título de O novo século (una edición en español de la entrevista fue publicada por la editorial Crítica con el título Entrevista sobre el siglo XXI).

Es llamativo que un historiador se disponga a hablar sobre el futuro de manera tan extensa. Lo que lo hace posible es que, además de su dedicación al estudio de la historia, Eric Hobsbawm poseía un gran conocimiento de los eventos que eran actuales en 1999 como para poder cavilar sobre sus posibles derivas. El resultado es un texto que ilustra con excelencia la importancia de la investigación histórica para la comprensión del presente, para desproveer al ahora de la sensación de inmediatez a que le somete la infranqueable sucesión cronológica.

El Estado-nación

Un punto importante en el análisis del historiador inglés en su entrevista lo tiene el Estado-nación, uno de los fundamentos del orden político internacional moderno que dispone espacios geográficos bien delimitados para el ejercicio soberano de sus Estados. Eric Hobsbawm medita sobre el estado actual de la tendencia histórica de los Estados nacionales a la concentración de poder. Recuerda el anciano historiador que en sus inicios se trataba de delimitar fronteras y número de ciudadanos, hasta llegar a aplicar, en el siglo XX, políticas de desarme, asistencia y vigilancia universales. Hobsbawm nota, sin embargo, que ese proceso de expansión parecía llegado a su límite desde la década del 60 del siglo XX, cuando perdió impulso, no porque hubiera disminuido el Estado su capacidad de control, sino por notarse una resistencia del individuo a aceptar sus disposiciones.

Analiza que en muchas regiones del planeta las presiones étnicas y religiosas han supuesto para los Estados nacionales que tradicionalmente les contuvieron una crisis que amenaza su existencia y augura: "Una de las grandes cuestiones que serán colocadas por el siglo XXI es la de la interacción entre el mundo donde el Estado existe y aquel donde dejó de existir".

Esta reflexión de 1999 es especialmente interesante en estos días que el mundo mira estupefacto el avance de un ejército musulmán que ha fundado un califato árabe en territorio de Estados nacionales supuestamente bien establecidos. En el avance del Ejército Islámico sobre territorios de Iraq y Siria, sus combatientes han dejado un enorme e inaceptable ejército de víctimas y desplazados.

Pero del mismo modo, el avance del Ejército Islámico pone en evidencia las dificultades que existen en el mundo árabe para la asimilación de los límites actuales de los Estados nacionales en una vasta región multiétnica y con numerosas denominaciones religiosas. A ello se suma que por décadas, al norte de África y en el Medio Oriente, numerosas elites han disfrutado de fabulosas rentas petroleras con el apoyo, más o menos manifiesto, del resto del mundo. Para estas elites el Estado-nación es un molde cómodo que les permite conservar regímenes crueles de poca consideración hacia el ser humano. Una vez que estos ordenamientos declinan, y con sus déspotas desaparecen sus instituciones y acomodos, el fenómeno de la falta de asidero del concepto de Estado-nación queda en evidencia.

El Ejército Islámico es una alerta inmediata y su contención resulta imprescindible, pero suponer que todos los conflictos que ha puesto sobre la mesa serán reducidos por la fuerza, sería un propósito no solo difícil, sino también perverso. La interacción a la que Eric Hobsbawm alude pasa en el Medio Oriente por atender los esfuerzos de estas naciones por construir civilidades posibles, empeño contra el cual se movilizan grupos rapaces, tanto autóctonos, como extranjeros.

Sin olvidos ni ocultamientos

La entrevista de Eric Hobsbawm con Antonio Melito se extiende en asuntos como la globalización y los efectos que tiene para la vida política y económica actuales, el papel de EEUU en el orden mundial y en el siglo que se avecina, el papel de la izquierda contemporánea y, hacia el final de la entrevista, el periodista indaga sobre la afición italiana de Eric Hobsbawm.

Es en esta parte del libro que el historiador inglés transmite consideraciones importantes, a partir del análisis del fin del fascismo y el resurgimiento italiano posterior, sobre la utilidad de los movimientos populares no solo para concluir las dictaduras, sino también para favorecer la recuperación siguiente.

Dice Eric Hobsbawm: "Italia tuvo, en mi opinión, la gran suerte de liberarse del fascismo gracias a un movimiento de resistencia de masas. Eso fue un acontecimiento de enorme importancia que no ocurrió en la misma escala en Francia y mucho menos en Alemania. (…) Claro que habría mucho que discutir, en términos históricos, sobre la resistencia… Mas permanece el hecho de que fue un fenómeno de masas y que permitió a los italianos dejar atrás el pasado y convivir con el sentimiento de culpa sin ser obligados a olvidar ni esconder nada".

Olvido y ocultamiento son algunas de las tentaciones en que puede incurrir una población avergonzada por haber participado de la estructura institucional de alguna forma de despotismo.

En Cuba es fácil percibir esa conducta en muchas personas que, por razones diversas, descubrieron el alcance y las consecuencias del autoritarismo que por años ayudaron a sostener. Ya fuera por la crueldad de los procedimientos con que el castrismo liquidó los conflictos internos, como por la pérdida de facilidades materiales y privilegios sociales, el Estado cubano propició el distanciamiento permanente de grandes grupos de seres humanos que en diversas épocas le habían apoyado.

Pero el distanciamiento del castrismo no fue acompañado de una militancia semejante en sentido contrario. El paso de la afinidad con el Gobierno a su repudio suele ser también el paso de una participación pública en la política cubana a una militancia discreta, de la comunión al aislamiento. La razón es que el castrismo es una dictadura y las dictaduras crean, para sus antagonistas, el paredón, la cárcel y el extrañamiento social, nunca la tribuna ni espacios donde lo diferente pueda reunirse y reconocerse. Semejante escenario no favorece el reencuentro de la nación, sino más bien su dispersión, y es la causa de tantos de nuestros exilios. Una vez apartado de la única militancia que bajo el castrismo es pública, el sujeto necesita construirse en solitario ahora como antagonista, y en ese trabajo, donde tantos orgullos son disueltos, el olvido y el ocultamiento de que habla Eric Hobsbawm, son esenciales.

La transición comenzada por Raúl Castro tiene entre sus catalizadores a una población harta que tras décadas de esfuerzos inútiles prefiere abstenerse de cuanta iniciativa genera el castrismo. Pero las posibilidades de precipitar el cambio siguen esperando por la reunión de todos en el propósito común de restablecer la libertad y el reencuentro cubanos. La oposición cubana no ha dudado en convocar al ciudadano, incluyendo aquellos que, afines al Gobierno, perciben la necesidad de una mudanza democrática y de participación. La importancia de esta convocatoria no es solo para mejorar el presente, sino para, como deduce Eric Hobsbawm, garantizar un futuro del que podamos enorgullecernos por ser sus autores; y para favorecer que el éxito de uno sea experimentado como el éxito de todos, por haber estado en su origen una acción colectiva y no en una defección general.

Pensar es un ejercicio numeroso, nos asisten muchas más personas de las que podemos sospechar o queremos admitir. Pero hay intelectuales que nos recuerdan que en ningún caso el pensamiento es una entidad desentendida, que pensar presupone tener consciencia de que cualquier cosa que seamos, somos parte de un lugar y un tiempo, y ello demanda responsabilidad. No queda más que agradecer a hombres y mujeres que, como Eric Hobsbawm, asumieron esa responsabilidad con aciertos o fracasos, pero nos legaron el testimonio del compromiso asumido.

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