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Política

El desmontaje de la República

El castrismo se encargó de imponer una interesada y tergiversadora versión de la historia republicana. Recorrer el período entre 1902 y 1959 resulta cada vez más una necesidad histórica y política.

La Habana

Para nadie es un secreto el rechazo a la República (1902-1958) que siempre manifestara Fidel Castro. Este rechazo, motivado tal vez por la certeza de lo imposible de realizar en ella, con sus instituciones y leyes, sus ambiciones políticas hegemónicas, cuenta con dos manifestaciones tempranas. En su etapa estudiantil, el extraño "secuestro, rescate y devolución" de la campana de La Demajagua, símbolo del Grito de Yara, y, ya en su etapa adulta, el asalto al cuartel Moncada.

En ambos hechos, Fidel Castro buscaba protagonismo político a costa de los "males" de la República. Para la conveniente "cobertura patriótica" de sus actos invocó, en el primero, a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, y en el segundo, a José Martí, el Apóstol, algo que sería una constante en toda su actuación posterior, utilizando tanto a figuras nacionales como extranjeras.

El desmontaje práctico de la República comenzó desde los primeros días de enero del año 1959, con la decisión de trasladar la capital del país de La Habana a Santiago de Cuba, algo que no le fue posible realizar, por su impracticabilidad económica y política.

Continuó con el no restablecimiento de la Constitución de 1940, compromiso y objetivo de la lucha contra Batista, y con su sustitución por una denominada Ley Fundamental, que convertía todos sus actos en fuente de derecho, ignorando las leyes vigentes.

A esto siguió la destitución del presidente designado, que le hacía compartir el poder, por un presidente incondicional, que le aseguraba el ejercicio total del mismo; así como la desactivación de organismos e instituciones estatales (ministerios, ejército nacional, policía nacional, etcétera), y su sustitución por otros en función de sus intereses.

Fueron prohibido los partidos y organizaciones políticas existentes y se eliminó todo el entramado institucional de la nación (congreso, senado, cámara de representantes, gobernadores, alcaldes, concejales, medios de prensa, etcétera), el cual dejó de ser democrático  para convertirse en un sistema piramidal  autocrático.

De esta barrida no escaparon ni los edificios públicos, dejando muchos de ellos de cumplir las funciones para las que habían sido diseñados y construidos (Capitolio, Palacio Presidencial, Tribunal de Cuentas, Tribunal Supremo, etcétera), siendo reasignados y subutilizados, en la mayoría de los casos,  en funciones de menor importancia, con el manifiesto objetivo de desacreditarlos como símbolos reconocidos de la República.

En esta tarea de hacer tabla rasa de todo lo que tuviera que ver con la República, también fueron desmontados monumentos, cambiados los nombres de avenidas, calles y parques, de escuelas, hospitales y otras instalaciones, y hasta de empresas, fábricas y comercios.

A cualquiera que no haya vivido estos hechos podrá parecerle una gran locura y una exageración, pero es la triste realidad de un país en manos de alguien lleno de desprecio contra lo que no tenga su sello personal.

A partir de este "desmontaje", todo lo transformado o creado nuevo pasó a  ser parte de su obra, con tarja conmemorativa de la fecha de su inauguración y recordación cada año, abarcando las ciencias, las artes, la industria, la ganadería y la agricultura con sus procedimientos técnicos, así como la educación y sus programas, incluyendo hasta el diseño de los uniformes de los estudiantes, y las prácticas médicas y hospitalarias, sin olvidar la química y la física.

Esta exaltación del ego, aún fácil de comprobar diariamente en nuestros medios oficialistas de comunicación masiva, no tiene referencias en la historia de la nación, ni siquiera en sus épocas más oscuras, y constituye el resultado directo de la total ausencia de frenos cívicos y políticos  durante más de 54 años.

Recorrer la República

Por suerte, para que no se pierda la memoria de la República, que forma parte importante de la memoria de la nación, desde hace tiempo, fundamentalmente fuera del país, algunos historiadores honestos, investigadores serios y literatos talentosos, la recorren objetivamente, lo cual, desgraciadamente, no ocurre dentro, donde esta época es considerada tabú, a no ser que se mire a través del monocromático prisma gubernamental, estando ausente la necesaria imparcialidad al estudiar los acontecimientos y sus principales protagonistas.

Este recorrido ha eliminado muchos "agujeros negros" y "zonas de silencio" y derribado "falsos altares" creados por motivaciones políticas,  desde Estrada Palma y sus primeros cuatro años de gobierno aceptable, deteniéndose en el error de su intento de reelección que, contra los deseos de la mayoría de los cubanos y del mismo gobierno norteamericano, prácticamente obligó a la segunda intervención.

A continuación, transita por José Miguel Gómez, Menocal y Zayas, con sus gobiernos de luces y de sombras y, a pesar de todo, de desarrollo económico y social, hasta llegar al primer mandato de Machado, con su ambicioso Plan de Obras Públicas, que llenó de carreteras, caminos, puentes, escuelas, hospitales y otras edificaciones importantes la geografía nacional, y su posterior etapa de violencia, cuando quiso mantenerse  en el poder en contra de la voluntad popular.

Después penetra en los años inestables, cuando los presidentes duraban semanas, días u horas, motivado por el enfrentamiento entre intereses nacionales y foráneos, hasta Laredo Brú y la histórica Constitución de 1940, con el restablecimiento del orden democrático y la presidencia, primero de Batista, ganada en elecciones limpias, y después de Grau y de Prío, hasta llegar el absurdo golpe militar del 10 de marzo de 1952, que dio al traste con la joven democracia, reinstaurando la violencia, la cual no pudo ser contenida a tiempo por la irresponsabilidad y la debilidad de las fuerzas políticas existentes que, aunque la rechazaron al principio, se vieron obligadas a aceptarla después, clausurando así cualquier posible salida política, a pesar de encontrarse inmerso el país en un acelerado desarrollo económico.

Entonces, la línea insurreccional, con sabotajes, atentados y guerra civil, se consolidó, triunfó y echó las bases del sistema totalitario y de la negación democrática que aún sufrimos.

Hoy, la posibilidad de reencontrarnos como cubanos, por encima de ideologías y de políticas, de vuelta de enfrentamientos estériles que solo nos han traído dolor y miseria, es regresando en busca de nuestras perdidas raíces republicanas a los principales momentos en que esto sucedió, para no permitir que se repitan los errores.

Primero, al momento en se quebró el orden constitucional, el 10 de marzo de 1952, y después, al momento en que desapareció la República, el 1 de enero de 1959.  A partir de estos momentos cruciales de nuestra historia, sin pretender reproducir aquella República, lo cual es absolutamente imposible porque ha transcurrido demasiado tiempo y la situación actual es muy diferente a la de entonces y también lo son los cubanos, volver a armarla cuidadosamente a tono con la época actual,  pero asegurando que sea verdaderamente democrática y moderna y "con todos y para el bien de todos", como quería el Apóstol.

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