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Opinión

Oposición en Cuba: llamarnos a capítulo

La oposición debe concebirse como fuerza política y dejar de ser solo fuente de denuncia. El exilio debe trasmitirnos una visión de las sociedades contemporáneas. Nadie tiene hoy la autoridad para ser nombrado portavoz del movimiento opositor. Muchos de los actores de la transición están aún por aparecer.

La Habana

El resultado de la reciente votación que elije a Cuba como miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU vuelve a poner en entredicho la credibilidad de esta institución, que ha incluido también en dicho Consejo a países como China y Rusia, denunciados constantemente por su irrespeto a los derechos fundamentales.

China y Rusia son dos potencias internacionales que tienen que ser tomadas en cuenta en cualquier escenario internacional, por lo que, aunque cuestionable, su elección tiene cierta lógica. Cuba, por su parte, es una pequeña isla sin recursos y en bancarrota, pero su régimen ha trabajado intensamente en el campo de la diplomacia durante todos estos años, generando un red de influencia y aliados que responden solo a sus intereses, obviando cualquier ética elemental.

Tras 54 años de casi total aislamiento, la oposición cubana ha tenido la posibilidad de participar y denunciar en foros internacionales las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en el interior de la Isla, y la necesidad de solidaridad y apoyo internacional. Sin embargo, es importante aceptar que si bien nuestro mensaje se ha escuchado con más volumen y hemos alcanzado mayor protagonismo, aún no tenemos ni la fuerza ni la articulación para lograr un mayor impacto sobre actores y organismos internacionales y, así, ejercer más presión sobre el régimen totalitario.

La reelección de Cuba en el Consejo de Derechos Humanos resalta la urgente necesidad de articular una labor de diplomacia más efectiva en la arena internacional por parte de los grupos opositores cubanos que radican tanto dentro como fuera de la Isla.

Más allá de la denuncia

La oposición cubana debe comenzar a concebirse como fuerza política, lo que implica dejar de ser solo una fuente de denuncia. Este salto requiere un cambio drástico que nos obligue a analizar con profundidad y honestidad nuestras potencialidades y carencias.

Uno de los principales déficits es la falta de profesionalidad y de visión política, algo que debemos comenzar a remontar, a pesar de vivir bajo la dictadura más larga y devastadora del hemisferio. Sin esta proyección será imposible alcanzar a amplios sectores de la sociedad que, aunque hartos de desmanes, se mantienen al margen, a la espera de escenarios más favorables que les permitan manifestar sus preferencias políticas e identificarse con algún grupo en específico.  

El papel del exilio debe ser muy activo por ser parte esencial de la nación. Ante todo, el exilio debe abrir sus sentidos para percibir objetivamente la realidad que vivimos dentro de la Isla. Sin un diagnóstico claro y una visión que no esté anclada en la realidad de hoy, el resultado será fallido. La Cuba de 2013 no es ni siquiera la de tres años atrás.

Sostener que una explosión social nos llevará mágicamente a una democracia ha resultado contraproducente durante décadas, y restado protagonismo y apoyo a proyectos que sí podrían generar las dinámicas para un futuro democrático de la nación.

El exilio es fundamental para trasmitirnos una visión de las sociedades contemporáneas y alentar el crecimiento hacia una oposición moderna y dinámica. Si se estimula la autocomplacencia y el apoyo condicionado o manipulado de grupos específicos que responden a intereses o visiones sectarias, estamos entonces, en gran medida, repitiendo el mismo patrón anquilosado del régimen.

Generar falsas expectativas manejando cifras y escenarios nada convincentes puede resultar muy perjudicial no solo para la dinámica interna, sino para la credibilidad del movimiento opositor hacia el exterior.

Señales equivocadas

Que alguien se autotitule portavoz de toda la oposición, o se promocione a cierto grupo como el más importante o activo, muestra inmadurez política y solo ayuda a generar fricciones y competencias estériles. Nadie tiene hoy en Cuba la autoridad, ni el alcance hacia la oposición, ni hacia la sociedad, para ser nombrado portavoz del movimiento opositor. Ningún grupo tiene hoy el alcance para autoproclamarse como actor esencial del cambio. Quien dé tal señal, simplemente se equivoca o miente.

La sociedad cubana comienza a sacudirse de un régimen desastroso, pero nos encontramos en un momento aún emergente, lo que jamás significa débil. Muchos de los actores de la transición están por aparecer y será una gran sorpresa cuando algunos cubanos, que actualmente están en la frontera o en la llamada "zona gris", irrumpan en la escena política y jueguen papeles más trascendentes que muchos de los que hoy trabajamos desde la oposición.

La oposición debe pasar por un proceso de profesionalización, alcanzar un sentido más agudo de la política y contar con el capital humano capaz de competir y proyectarse con opciones de gobernabilidad distintas a las de un régimen que ha causado un desastre nacional, pero que cuenta con todos los medios y alcance para trasmutar a un capitalismo autoritario.

Abrir un intercambio

El debate sincero sobre temas fundamentales no espera más. Debemos abrir un intercambio desde el civismo que estimule el crecimiento de las diversas ideas y visiones de la otra Cuba que deseamos construir. Resulta demasiado dañino el silencio en aras de una visión arcaica y encartonada de la unidad.

Cualquier proceso de madurez democrática implica cuestionar capacidades políticas, legitimidades, efectividad en el pensamiento y el actuar, pues muchas de las estrategias mostradas como motores del cambio no son más que viejos anhelos, fantasías y fetichismos.

El reto hoy es que un nuevo pensamiento se apodere de la oposición cubana, un pensamiento nacido del presente siglo, dentro de un mundo de redes, con estructuras jerárquicas y dinámicas novedosas, donde la creatividad, el conocimiento y la información marcan pauta y dejen a un lado personalismos y epopeyas.

Quienes no ven en sectores de la sociedad cubana —como los profesionales, los artistas, los intelectuales y los activistas— a los principales actores de los cambios, simplemente sueñan en los mismos códigos de una "revolución triunfante" con miles de ciudadanos dándoles la bienvenida a un nuevo Mesías.

Si deseamos resultados concretos, la lectura de la realidad debe ser lo más certera posible. Si no desarrollamos agudeza y efectividad en el campo de la política permaneceremos en la queja.

La democratización de Cuba dejará de ser una quimera cuando sistemáticamente le arranquemos espacios a un poder que se empeña en no concebirnos como actores políticos. 

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