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Sociedad

La lenta muerte de los CDR

El año pasado, en el aniversario de la organización faltaron fogatas y caldosas. Cada vez es más visible la apatía por los Comité de Defensa de la Revolución.

La Habana

El Gobierno cubano está listo para celebrar otro congreso de una de sus organizaciones más sui géneris: los llamados Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Esta organización en teoría agrupa a más de 8 millones de personas y se creó para vigilar y delatar a las personas o grupos que tempranamente mostraron su desacuerdo con el castrismo y su ideología marxista. El propio Castro no tendría el menor pudor en proclamar (en la efervescencia de aquellos primeros años) que esos comités surgían para "ver qué es lo que hacen las personas y a que se dedican".

Sus palabras legitimaban y protegían la chivatería, la delación oportunista y la más burda violación a la privacidad de las personas. Los CDR se convertía en el eslabón primario del control que ejerce el Gobierno sobre sus ciudadanos, lo cual queda plasmado en la consigna que presidirá el repetitivo cónclave castrista: "Unidos, vigilantes y combativos".

Tales palabras convocan a lo que el cubano de a pie no tiene ya la menor disposición de hacer, pues ¿a quién va vigilar y combatir? ¿Será al vecino que ha podido mejorar su nivel de vida gracias a que ahora trabaja en un almacén donde tiene "búsqueda"?  ¿O a la vecina que le da de comer a sus hijos ejerciendo la prostitución o vendiendo lo que le caiga en sus manos? Y así se pudieran enumerar miles de actividades consideradas ilegales por el Gobierno y que forman parte de la vida cotidiana en la Isla.

El pasado 27 de septiembre (se escoge la noche del día anterior para esperar el 28, día de su creación), en muchos barrios de la ciudad de La Habana no se realizó la tradicional fogata y caldosa con que habitualmente se "celebra" la existencia de tan negativa organización. Ni en los años más críticos del régimen, en la década del 90, se dejaron de reunir los vecinos para repartirse un poco de caldosa y llenar la cuadra de banderitas. Pero si hay algo implacable es el paso del tiempo y aunque el clan Castro se resista a desafiarlo, los CDR (como todo el sistema) muestran un prolongado desgaste.

Muestra de ello es que mucho antes que el régimen llenara la ciudad de lacitos amarillos para desviar la atención de los acuciantes problemas de la sociedad cubana, paulatinamente iba estampando una nueva pegatina en la puerta de los presidentes de los CDR para reafirmar que allí vive el máximo dirigente de la cuadra y que la organización funciona o aparenta que funciona, aunque muchos de los residentes en el lugar no conozcan a esa persona y muestren su apatía hacia las esporádicas actividades que convoca.

En la transición soñada, esta organización sería de las primeras en ser desarticulada para dar paso al irrestricto respeto a las más elementales libertades individuales y a un legítimo Estado de Derecho, el cual sí propiciaría (despojado de elementos autoritarios o verticales) una efectiva vida en comunidad.

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