El diario Granma, que en lugar de editoriales suele publicar comunicados oficiales,dio a conocer hace unos días una declaración de la directora de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) a propósito del asalto a la embajada estadounidense en Libia. Las autoridades cubanas, advertía esa nota, se oponían "a todos los actos de violencia contra las misiones diplomáticas y su personal, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia y cualesquiera que sean las motivaciones que se aleguen".
Breve y no venida de ministro, la declaración aparecía mezclada con la nota oficial venezolana, más extensa. Cuba y Venezuela, no de un pájaro las dos alas, sino como cabezas de un águila bicéfala. El órgano del Partido Comunista de Cuba juntaba el trabajo de ambas cancillerías y hablaba (sigue así en la edición digital cuando publico estas líneas) del ataque a la embajada estadounidense en Siria, no en Libia.
Un día después de esa declaración, un articulista del mismo diario escribió: "Nadie puede saber mejor que los propios islámicos cuánto puede haber de ofensivo en cualquier discurso desde la representación de una cultura otra, sobre cualquier referente a la religión que profesa la comunidad de los musulmanes". Y convino: "Respetar religiones significa también respetar pueblos. El irrespeto, entonces, alcanza dimensiones impensables".
Las dimensiones impensables a las que aludía podrían contener cadáveres humanos, de los que no hablaba. El artículo aparecía bajo el siguiente título: "Lo que hiere al Islam es mucho más que una película". Los yihadistas habían justificado su violencia por la imagen de Mahoma dada en una película, pero la gente de Granma parecía saber mucho mejor que ellos lo que insultaba al islam.
Después de publicada la nota del MINREX, transcurrido el plazo de cortesía y diplomacia, la redacción de Granma volvía a lo que constituye su mayor seña: la explicación del mundo a partir de la insidia yanqui. Allí lo que contaba era la herida a la sensibilidad de unos extremistas, no los muertos que éstos dejaran. Y, cuando el crítico de cine de plantilla se ocupó de la mentada película, pudo tildarla de blasfema sin entrecomillado ni distanciamiento alguno. Granma hablaba del respeto debido a las religiones y adoptaba la jerga de las intransigencias religiosas.
"Se sabe", escribió el crítico, "que La inocencia de los musulmanes, con dos horas de duración, fue exhibida en un solo cine y con poquísimos espectadores, y es de pensar que dueños de salas, y el mismo público, se dieron cuenta de que tanta blasfemia podía derivar en un cartucho de dinamita". Una frase más tarde, la película no solo resultaba capaz de derivar en dinamita, sino que era explosiva en sí misma: "Y eso mismo ha sido el fragmento de catorce minutos con traducción al árabe colgado en Internet, pura dinamita ideológica…" Es decir, estaba hecha de toda la violencia que explotaría en los asaltos a embajadas. Llevaba adentro el fuego de la blasfemia, daba motivos para algunos asesinatos.
El crítico de Granma reconoció que "aunque parece haberse nutrido técnicamente de Hollywood", La inocencia de los musulmanes no era un producto hollywoodense. Sin embargo, un descargo así no conseguiría desviarlo de los ataques a Hollywood que constituyen el grueso de su labor. La reseña terminaba con críticas a aquellas producciones hollywoodenses cuyas "ansias de espectáculo historicista" ofendían a numerosos países y culturas. Y el autor, incapaz de diferenciar un filme histórico de la adaptación de un cómic, no hallaba mejor ejemplo de ello que el filme 300, de Zack Snyder.
Pese a no haber sido producida con dinero público, el islamismo radical responsabilizaba de La inocencia de los musulmanes al Gobierno estadounidense. Pese a no haber sido realizada en Hollywood(como tuvo que reconocer el crítico de Granma), ese propio crítico responsabilizaba a Hollywood de la cinta. La lógica parecía la misma dentro de una religión beligerante y entre los voceros de un partido único: "¡No hay más Dios que Alá!", "¡El Partido es inmortal!".
Fueran de templo o de redacción, los extremistas se escandalizaban por una cominería y necesitaban darle a ésta la misma escala de sus venganzas. Aquejados de grandes temores y de gran soberbia, no tenían más salida que inventarse ejércitos emboscados y transnacionales en complot. El fundamentalismo había reducido tanto al individuo en ellos que, ¿cómo podrían entender que tenían enfrente a un simple realizador y a una película de mala muerte?
Para los yihadistas y los granmistas la ofensa al Partido o al Profeta no podría venir más que de un gran sistema. De Washington. O de Hollywood, como último pretexto.