En 1957 el economista marxista Oscar Pino Santos escribió El imperialismo norteamericano en la economía cubana, un corto ensayo publicado luego, en 1960, en el que "denunció" que debido a los bajos rendimientos agrícolas capitalistas y a los latifundios Cuba importaba el 29% de los alimentos que consumía, fundamentalmente desde Estados Unidos.
El autor, dirigente del Partido Socialista Popular (PSP), la organización política de los comunistas cubanos, explicó que solo con el socialismo se podría poner fin a aquel atraso productivo que sufría la Isla como consecuencia de la explotación imperialista y de la burguesía criolla.
Para sorpresa de los propios marxistas criollos, a la revolución antibatistiana y "verde olivo" —en la que sólo participaron cuando, a fines de 1958, ya la victoria rebelde era inminente— Fidel Castro la convirtió en dictadura del proletariado e implantó el socialismo en su versión estalinista, como anhelaban el PSP y Pino Santos.
Recorrido ya más de medio siglo con el sistema económico diseñado por Marx y Lenin, Cuba importa no ya el 29%, sino el 81% de los alimentos que consume. O sea, ocho partes de cada 10 de la alimentación cubana provienen del extranjero. La producción nacional aporta solo el 19% de lo que se consume debido a la improductividad endémica de su agricultura, en crisis desde 1961.
Actualmente la mitad de las tierras fértiles de la Isla están ociosas, cubiertas de marabú. Las granjas estatales son latifundios más grandes que los de 1957 y registran los rendimientos de campo más bajos del mundo, incluyendo los de la caña de azúcar, que no llega a las 30 toneladas de caña por hectárea mientras el promedio latinoamericano no baja de 80 toneladas por hectárea y hay empresas como la Tumán, en Perú, que obtienen 200 toneladas por hectárea.
Por razones ideológicas, Pino Santos omitió que, precisamente en 1957, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) clasificó a Cuba como el mayor exportador de productos agropecuarios de América Latina en proporción a su población.
Luego de cinco décadas de socialismo, Cuba —azucarera mundial por 180 años— apenas exporta azúcar e incluso la importa para cubrir sus compromisos, porque su producción regresó a los niveles de 1896, cuando era colonia española. La estatización de las tierras tan pronto como en 1962 dio origen a una cartilla de racionamiento de alimentos aún vigente, que cubre unos 10 días al mes —los otros 20 días hay que "resolverlos" en el mercado negro— y no contempla la entrega de carne de res, y la leche es sólo para menores de 7 años.
Carne y leche
Detengámonos precisamente en estos dos alimentos clave en la nutrición humana. Con los "bajos" rendimientos agrícolas capitalistas, en 1958 había en Cuba 6 millones de cabezas de ganado vacuno —posiblemente eran 7 millones, porque no todos los 147.700 ganaderos existentes cumplían con las formalidades de inscripción. Pero tomando 6 millones como número, puesto que el país tenía unos 6 millones de habitantes a cada cubano le correspondía una vaca, el triple del promedio mundial de 0.32 bovino por habitante según la FAO.
De acuerdo con el Anuario Estadístico de Cuba, con 11.2 millones de habitantes en 2006 la Isla contaba con 3.7 millones de vacunos, menos que los 3.9 millones que había 88 años antes, en 1918. Y economistas independientes calculan que en 2011 el total de reses es de 3.5 millones. Conclusión, que gracias al socialismo ahora hay tres habitantes por cada bovino.
Las vacas en ordeño en 1958 produjeron 960 millones de litros de leche, equivalentes a 2.6 millones de litros diarios, casi medio litro por persona (unos dos vasos). Según el periódico Juventud Rebelde, Cuba produjo en 2009 un total de 1.6 millones de litros de leche diarios para 11.2 millones de habitantes, exactamente 0.14 litros por ciudadano, el consumo más bajo del hemisferio occidental si se excluye a Haití, según la FAO.
En carne de res el consumo cubano en 1958 fue de 81 libras por persona, según el Statistical Year Book de la ONU y un informe del Ministerio de Hacienda de Cuba. Fue el tercero más alto de Latinoamérica luego de Uruguay y Argentina. Hoy, la población no recibe carne vacuna directamente, sino como parte de una mezcla de vísceras con harina de soya y otros híbridos. Ello ocurre mientras la FAO informa que en 2010 el consumo mundial de carne de res fue de 92.7 libras (1.7 libras a la semana) por habitante, y de 68.5 libras (1.3 libras semanales) en las naciones del Tercer Mundo.
Para no pocas entidades internacionales, Cuba a fines de los años 50 poseía la mejor ganadería tropical del mundo, y ya había desplazado a Estados Unidos en la exportación hacia Latinoamérica de sementales de la raza cebú —unos 1.000 anuales—, muy bien integrada al ecosistema tropical y alta productora de carne. Como ganado lechero se destacaba en la Isla la raza Brown Swiss, gran productora de leche y resistente al calor y las condiciones tropicales.
Pero el Comandante se empeñó en inventar nuevas razas. Se autoproclamó sabio genetista y en los años 60 ordenó el cruce de toros sementales canadienses importados de la raza Holstein, de clima frío, con las criollas vacas cebú. "En 1970 produciremos 10 millones de litros diarios y nos bañaremos en leche", prometió en 1965.
Surgieron así las F-1 y F-2, animales débiles, muy enfermizos y sin gran valor en leche y carne. Uno de los grandes inconvenientes de estas vacas híbridas es su color negro, que les dificulta soportar altas temperaturas y las torna casi indefensas ante los parásitos tropicales.
Otras causas del desastre ganadero son la falta de pastos —los bovinos no comen marabú—, y el hecho de que en las vaquerías estatales lo importante es cumplir la meta de producción lechera asignada y dejan a las vacas sin leche suficiente para alimentar a sus terneros, que mueren en gran proporción. Además hay cada vez más vacas "vacías" (no preñadas).
Ojalá que Cuba tuviese hoy el nivel de vida de cuando era "explotada" por el imperialismo. Estaba pensando escribir El socialismo en la economía cubana como respuesta a aquella promoción marxista de hace 55 años, pero ante tan abrumadoras evidencias, ¿vale la pena?