Nunca he podido escribir un diario que sea verdaderamente un diario. Me saben a mierda, a mentiritas de escritor con miedo, a mediocridad cubana. Esto ha sido así antes y después del exilio, que en mi caso no comenzó al salir de Cuba la tarde del martes 5 de marzo de 2013, sino poco antes del cambio de fecha. Quiero decir, cuando estaban por acabarse los años mil novecientos y yo caí en la cuenta de que mi biografía pertenecía de pronto a otro siglo. El XXI es solo mi cripta.
Este diario no será la excepción. De hecho, ya no lo es. Escribo arrinconado por el fascismo progresista de una Norteamérica a punto de desaparición. Nunca he odiado tanto la libertad. Maldito sea tu nombre, democracia. Antes de esa palabra, yo podía dormir a pierna suelta.
En cualquier caso, mi resentimiento y mi rabia se encarnan en la retórica. Así que escribo para no poder encontrar trabajo como académico. Escribo para que no me dejen graduarme como Doctor en Filosofía en mi universidad, que yo pensé era privada y resulta que, por eso mismo, es un antro liberal. Aquí Fidel sería un bebé de teta. Esa imagen me hace feliz. Jesuitas de todos los países, uníos.
En Cuba todo era mucho más limpio, más iluminado. No podían matarme hasta que me mataron. Y me dieron tiempo para hacer de mi lenguaje un látigo con castrobeles en la punta. Abajo José Julián, por cierto. Ni 0,2 patrias tuvo él, abandonando a su suerte suicida a una menor de edad que era mil veces más madura que él. Tu niña, le firmaba ella en cartas cubanísimas que el cobarde quemaba para que no se las descubriera su esposa española. Como él.
Todavía recuerdo la fake news sobre mi salida vespertina, publicada por mi culpa en Diario de Cuba. Yo mismo les dije por teléfono que viraba a la Isla enseguida. O que no tenía prisa por regresar. Ni lo recuerdo, ni consigo consultar en línea el enlace roto de aquel atolondramiento de consignas, que fue lo primero que me vino a la cabeza en el aeropuerto de La Habana, mientras Silvia y yo nos abrazábamos llorando como dos hermanitos huérfanos.
Abrazados llorando, como si estuviéramos enterrando toda una época de amor y coraje y adolescencia tardía y fuente de una juventud que iba a ser eterna, mientras ella y yo bebiéramos de su agüita provinciana para escupir en la cara no solo del clan Castro, sino de la cubanía como tal.
Llorando abrazados, como si fuera la muerte y no un vuelo chárter el que fuera a llevarme en su calesita castrista para Miami, Nueva York, Washington DC, Baltimore, Pittsburgh, Filadelfia, Atlanta, Durham, Nueva Orleans, Los Angeles, Boston, La Crosse, Madison, Chicago, Milwaukee, Minneapolis, Fairbanks, Providence, San Juan, Sedona, San Francisco, Miami, Nueva York, Washington DC, Copenhague, Londres, Madrid, Valencia, Zaragoza, León, Praga, Bruselas, París, Rímini, San Marino, Zúrich, Ginebra, Oslo, Stavanger, Reykjavík, Akureyri, Miami, New York, Washington DC, y ahora por fin mi horrorosa y homónima San Luis.
En cada puerto tener una desventura de amor.
Esa fake news de aeropuerto en tiranía, esos titulares del totalitarismo en fase terminal, con mi pasaporte secuestrado durante casi dos horas por un tataranieto de José Antonio de la Caridad, también con grados de lugarteniente general del MinInt, es la única vez que no he mentido en público. La verdad es así de burda, una bazofia.
El resto son restos. Columnas y calumnias. Escandalitos de banderas violadas y de torres tumbadas en América TeVe, cuando Pedro me negó tres sevcecs, gracias a sus productores privados a sueldo de la Seguridad. Orlando Luis Pardo Lazo, tú no tienes ningún problema con el G-2.
El resto son residuos de un diario que no es verdaderamente un diario. Aunque tampoco me sabe a mierda, ni a mentiritas de escritor con miedo, ni a mediocridad cubana. Al contrario. Cubanos, os he amado: estad alertas. Duele ser el mejor escritor vivo de Cuba y no tener cómo demostrarlo. Duele haber visto cosas que ustedes, los cubanos, jamás creerían. En este sentido, soy un privilegiado. Dolor infinitesimal debía ser el único nombre de estas páginas. Yo tampoco me puedo creer del todo que me haya tocado justo a mí ser Orlando Luis Pardo Lazo cada vez que me siento a teclear.
Con la pandemia me ha dado por escuchar música clásica. Música clásica es la que ponían en Radio Enciclopedia en La Habana, para que me entiendan. El resto me interesa menos. De madrugada, pongo la emisora puntualmente por internet. El exilio es como vivir en el policlínico de mi barrio.
También tecleo en un pianito eléctrico Yamaha que me compré por un par de dólares en Walmart. Pero el tiempo se me va aprendiendo un nocturno de Chopin en la guitarra. Hacía medio siglo que no tocaba guitarra. Son las mismas notas. Me resulta fascinante esa afinación de cuerdas y trastes que décadas y décadas de Revolución Cubana no han podido alterar. Este detalle nada más me basta para comprender, con infinito pánico y conmiseración, que a los cubanos se nos ha ido la vida por gusto.
Una muchacha norteamericana está traduciendo este diario al inglés. Es decir, lo está haciendo suyo. Es uno de esos ángeles irrenunciables de los que hablaré en otra madrugada. Existencias antiparalelas que me ayudan a no marearme al llegar a la esquina y no saber regresar a casa.
Cuento las palabras en Microsoft Word. Casi mil. Se me fueron volando hoy. Es muy buena señal. Tiempo de parar un rato por el momento.
Al otro lado de las ventanas plásticas percudidas de mi estudio de alquiler, las ambulancias aúllan como aves de rapiña por la avenida Kingshighway. Vienen de los barrios paupérrimos, cargadas de crímenes en su barriga. Y van a descargar sus amasijos humanos en la entrada de emergencia del hospital donde nació mi única hija, en mayo pasado.
Luna de primavera. Bebé de coronavirus. Yo también he tenido que llamar al 911 y pedir ayuda en inglés.
Mi madre duerme. Mi padre ha muerto. Los dos, quedados. María, en el país que mi padre me enseñó de niño a recordar, una vida antes de venir a recorrerlo cuando ya era demasiado tarde para intentarlo. Dionisio Manuel, en el país que él tenía la esperanza que algún día yo iba a olvidar.
El resto de las entradas de Diario de Saint Louis, que Orlando Luis Pardo Lazo está publicando periódicamente, como un work in progress, está accesible aquí.
Yo, el cubano que más acierta en sus juicios, aseguro categóricamente: OLPL es el más vivo de los escritores cubanos.
un abrazo, hermano
mi querido Blas Gotero…
parlando del regio Orlando…
se notan tus depurados pespuntes
de lector cansado…
te recomiendo la bucólica lectura
de algunas reconfortantes décimas guajiras
de El Cucalambé…(nuestro criollo Virgilio)
sin peluda duda
mereces el mamey alivio de su pluma
después de tan chapucero amargo….
Sor Leticia, la lectura
bucólica abandoné,
sí, cuando me percaté
que pone la mente dura.
de ñapa respondo yo
como vieja entrometida
si no te gusta lo duro
Orlando tiene la silla…
literatura político peluche…
Oh, Leticia, Leticia. Su fuerte no es la poesía, mas reconozco que es cabeza dura. Sugerencia: busque en el diccionario de la RAE las acepciones de "vivo". Usted escoja -cerebral (de)mente- la que le convenga. La suya coincidirá con la mía. Nuevamente acerté.
“¡Ay mísero de mí, ay, infelice!”
por coja y cabeza dura me he caído del parnaso…
su acierto es cerebral y contundente…
y la RAE le otorga toda la castellana razón…
sutil, ingenioso y listo…
hemos coincididos …
los delirios líricos de un tomeguín criollo…
un prolífico diario de en verga dura…