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Política

El Salvador, Bukele ante una carrera de obstáculos

La llegada a la Presidencia del joven Nayib Bukele acaba con el bipartidismo en la escena nacional y supone un reposicionamiento del país centroamericano en la política de alianzas regionales.

Madrid

"El dinero alcanza cuando nadie roba", con este eslogan Nayib Bukele se convirtió el domingo pasado en el nuevo presidente de El Salvador.

El triunfo de Bukele marca un hito en la historia del pequeño país centroamericano, pues rompe con 30 años de alternancia en el poder entre la formación de derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y su eterno rival de izquierda, el antiguo movimiento guerrillero convertido en partido político tras los acuerdos de paz de 1992, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Un terremoto electoral que cobra mayor magnitud si se toma en consideración el hecho de que la victoria se selló en la primera vuelta de los comicios, superando el candidato electo el 50% de los sufragios. 

Semejante éxito se debe en gran medida a los ejes principales de la campaña de Bukele: la lucha contra la corrupción y un manejo hábil de las redes sociales.

Una sociedad agonizante

La retórica de la probidad –"devuelvan lo robado" era otra de las consignas más coreadas– encuentra particular resonancia en un país donde los dos últimos presidentes Elías Antonio Saca (2004-2009) y Mauricio Funes (2009-2014) están siendo procesados por corrupción.

Era también el caso del expresidente Francisco Flores (1999-2004), quien falleció en 2016. No obstante, la desconfianza en las instituciones es tal que no han dejado de circular teorías conspirativas que presentan la muerte de Flores como un simulacro para escapar de la Justicia.

Y es que, en los últimos 20 años, tan solo los tres expresidentes habrían malversado más de 600 millones de dólares. Una suma que equivaldría al 2,6% del PIB anual de la nación.

Además, el fraude fiscal se estima en unos 2.000 millones de dólares, lo cual priva a las arcas del Estado de cerca de la mitad de su presupuesto. 

De los candidatos en liza, Bukele era el único en apoyar abiertamente la creación de un organismo internacional para luchar contra la corrupción en El Salvador, similar al que se creó en Guatemala. 

Por otra parte, el notable desempeño de Nayib Bukele en las redes sociales le permitió difundir su mensaje entre los jóvenes, una parte fundamental del electorado en un país en que aproximadamente el 60% de la población es menor de 35 años.

Es justamente en esta franja poblacional donde el hartazgo con las elites políticas se expresa con mayor contundencia. Y es que los jóvenes son los más afectados por los males que corroen la sociedad salvadoreña: alta tasa de desescolarización, difícil acceso al mercado laboral, elevados índices de subempleo (57% de los hogares), inseguridad alimentaria (23% de los hogares).

Esto se refleja en una violencia estructural que lleva como corolario una de las tasas de homicidios más altas del mundo (más de 50 homicidios por cada 100.000 habitantes, cuando el promedio mundial es casi diez veces menor). 

El fenómeno de la violencia está ante todo relacionado con la existencia de las temibles pandillas, popularmente conocidas como maras. Se estima que hay entre 60.000 y 70.000 pandilleros en El Salvador. 

La endeble economía nacional hace que los maras constituyan una alternativa a la pobreza. 

La hora de la verdad

En este contexto se entiende la victoria aplastante del candidato que se definía como un "antisistema"

Paradójicamente, es su oportunismo político lo que le ha ayudado a forjar esa imagen.

Nayib Bukele militó en un primer tiempo en las filas del FMLN, pero tras fuertes discrepancias con la cúpula del partido fue expulsado en 2017. En ese año intentó fundar Nuevas Ideas. Sin embargo, el movimiento no cumplía con los requisitos de la Ley Electoral.

Por tanto, Bukele buscó espacio en otro partido de izquierda, el Centro Democrático. Pero la agrupación fue cancelada retroactivamente por el Tribunal Supremo Electoral al no haber alcanzado el mínimo de votos válidos en las legislativas de 2015. 

Finalmente, Bukele encontró la baza necesaria en la formación de derecha Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), aunque ha insistido desde un principio en que, de alcanzar la presidencia, gobernaría sin intromisiones de este partido.

La gestión de Bukele como alcalde de la capital (2015-2018) le ha granjeado la reputación de político competente. Durante su mandato logró la recuperación y remodelación de parte del centro histórico y la iluminación del conjunto de la ciudad.

Sin embargo, esto atenúa apenas las dudas que suscita su elección ante los inmensos retos que tiene por delante. En su programa, por ejemplo, se hace mención de planes de grandes obras de infraestructura, pero no se precisa cómo se financiarían.

Su calidad de electrón libre implicará duros enfrentamientos con los estamentos de GANA poco dispuestos a servir de rampa para la presidencia sin obtener réditos a cambio. Las primeras fricciones aparecerán seguramente con el nombramiento del Ejecutivo.

Por último, Bukele tendrá que vérselas con un Parlamento dominado por ARENA y el FMLN y, por tanto, obligado a forjar alianzas que pueden a término no solo minar su imagen de antisistema, sino sencillamente hipotecar sus planes de gobierno.

Otro acápite importante será la reubicación del país en el mapa de alianzas regionales. En una de sus primeras declaraciones el vicepresidente electo, Félix Ulloa, anunció que el nuevo Gobierno replantearía las relaciones diplomáticas de El Salvador con Venezuela y Nicaragua sobre los principios de los derechos humanos.

Una posición que se aviene con el calificativo de dictador que hace dos semanas Bukele endilgara a Nicolás Maduro y a Daniel Ortega, al igual que al mandatario hondureño Juan Orlando Hernández, sentenciando "dictador es dictador, de derecha o de izquierda".

Este giro en la política internacional puede acarrear duros roces con sus vecinos centroamericanos.

Visto así, para el nuevo presidente salvadoreño lo más difícil acaba de empezar.

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