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Política

Terremoto electoral en Brasil

El rechazo a la clase política tradicional deja a Jair Bolsonaro a las puertas de la presidencia.

Madrid

Un verdadero tsunami. Difícil calificar de otro modo la arrolladora victoria de Jair Bolsonaro este domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas. El controvertido candidato ha cosechado un 46% de los votos, dejando a más de 15 puntos a su más cercano rival, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), que hubo de contentarse con el 29%.

Las encuestas habían vaticinado el ascenso fulgurante de Bolsonaro en la última recta de la campaña. Aun así las estimaciones más altas le adjudicaban un 40% de los votos, bien por debajo de los finalmente obtenidos.

Claves de la victoria

En el éxito de Bolsonaro confluyen varios factores. Su anclaje es indiscutible en las clases medias altas urbanas y las elites rurales. La representación política de este último sector, el Frente Parlamentario de la Agricultura, que cuenta con 261 diputados y senadores en el Congreso, hizo público su respaldo al candidato ultraderechista la semana pasada.

La Bolsa de San Pablo, por su parte, también alentaba la ventaja de Bolsonaro en las intenciones de voto con un alza del 4%, la mayor registrada desde 2016.

No menos relevante es el calado de Bolsonaro entre los evangélicos, que representan aproximadamente la cuarta parte del electorado. 

En este sentido ha sido determinante el apoyo de Edir Macedo, el fundador de la influyente Iglesia Universal de Dios y dueño de la poderosa cadena de televisión Record TV. 

O aún el de otros líderes evangélicos, como el pastor José Wellington Bezerra da Costa, presidente emérito de la Asamblea de Dios, el mayor grupo evangélico de Brasil, con algo más de 22 millones de fieles, quien declaró durante la campaña que Bolsonaro era el único candidato que hablaba "el idioma del evangélico".

La oposición de Bolsonaro a los derechos de los colectivos LGTB y su defensa de la "familia tradicional" le ha granjeado el aval de estos grupos, permitiéndole tener eco en sectores populares tradicionalmente afines al PT.

La migración del voto evangélico del PT hacia Bolsonaro es de hecho una de las claves de esta elección.

Otro punto fundamental es el rechazo frontal de buena parte de los votantes hacia el PT por los escándalos de corrupción que han terminado ensombreciendo el legado de su gestión. 

Así, Haddad, que dentro de su partido tiene la reputación de electrón libre, ha visto el rechazo hacia su figura crecer, hasta rozar el 40% del electorado, conforme se lo ha ido percibiendo como un político más del PT.

Sin embargo, la hostilidad hacia el PT se enmarca dentro de una aversión por el conjunto de la clase política tradicional, cuyos escándalos de corrupción han abarrotado los titulares de la última legislatura mientras el país se sumía en la violencia (más de 60.000 homicidios en 2017) y el marasmo económico (el paro se ha triplicado en cuatro años y afecta actualmente al 12% de la población activa).

Prueba de esta antipatía es el descalabro sufrido por los otros dos grandes partidos del tablero político brasileño. Geraldo Alckmin, exgobernador de San Pablo y candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), alcanza apenas el 4% de los votos, mientras que el exministro de Economía y expresidente del Banco Central, Henrique Meirelles, del oficialista Movimiento Democrático Brasileño (MDB), recauda un irrisorio 1%.

A esto se suma una abstención que ronda el 20%, la más alta en 15 años, pese a que el voto sea obligatorio en Brasil.

La segunda vuelta, ¿un mero trámite?

La abrumadora ventaja de Jair Bolsonaro en la primera vuelta da motivos para pensar que la carrera presidencial está sellada.

Su adversario, Fernando Haddad, parece tener que enfrentar demasiados escollos como para imponerse a última hora.

Aparte del rechazo al PT, la limitación más evidente concierne la estrategia diseñada por el PT, ya que la transferencia de votos de Lula hacia su delfín ha funcionado a medias. Ciertamente, Haddad se ha beneficiado del respaldo de Lula, pero las cifras muestran que los votantes querían al original y no a una copia.

Además, en las propias bases del PT Haddad suscita poco entusiasmo al no ser considerado como una figura emergente de las clases populares o formado en la militancia sindicalista. 

Paradójicamente, el perfil de intelectual pragmático y flexible, que le permitió alcanzar la alcaldía de San Pablo y le proporciona eco en las clases medias, es lo que provoca recelos en una franja no desdeñable del partido.

Por si fuera poco, para lograr la victoria, Haddad se ve ahora obligado a articular un discurso que encuentre resonancia en un arco que contemple desde los sectores a la izquierda del PT hasta aquellos que en la derecha tradicional disienten de Bolsonaro. 

De igual modo tendrá que intentar movilizar votantes entre el 20% de abstencionistas, muchos de ellos desencantados con el PT.

Todo esto en tan solo tres semanas.

A Bolsonaro, por su parte, se le plantea la siguiente disyuntiva: ¿cortejar el centro o seguir con el discurso que lo ha aupado a las puertas de la presidencia? 

El 47% de los electores afirman que nunca votarían por él. Un dato que normalmente inclinaría a un giro hacia el centro antes de la segunda vuelta. Pero el asombroso recorrido del candidato ultraderechista deja en entredicho cualquier apuesta. 

Esta misma semana se verá qué rumbo tomará la campaña.

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