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Política

Las leyes del infierno: el abogado de Sendero Luminoso

Alfredo Crespo, quien lleva 15 años defendiendo al peruano Abimael Guzmán, conversa con DIARIO DE CUBA.

Lima

El abogado del diablo, murmuran los limeños, trabaja en Manuel Cuadros. La calle se abre ancha junto al Palacio de Justicia, pero se estrecha en la esquina de un cuartel, y así sigue por dos cuadras, hasta que acaba, trunca, en una avenida de doble sentido. A pocos metros del fin consulta Alfredo Crespo, defensor del comandante senderista Abimael Guzmán, el "presidente Gonzalo".

En un pasillo gruñe un perro negro y grueso. Al fondo, una silueta pequeña y robusta calma al cancerbero. Me ordena avanzar y, a medida que camino, vuelven a sus cuarterías un par de señoras silentes.

El último cuarto de siglo del doctor Crespo ha sido un pequeño infierno: preso 12 años, acusado de pertenecer a Sendero Luminoso (SL), la milicia maoísta que casi extermina a los indígenas asháninkas. Ya libre, fundó MOVADEF, que las autoridades peruanas acuñan de apologeta del terrorismo.

Tras los bifocales, se siente perseguido y la voz aflora lasa. Un colega local lo ve con cierta lógica: "son 25 años escudando a Satanás".

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Abimael Guzmán, abandonado por su madre a los ocho años, atraído por Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, y egresado de Filosofía, caminaba hacia una luz que pensaba superior.

Alfredo Crespo tenía diez años cuando eso, y era de los niños que por miles hacían la primaria vespertina para trabajar las mañanas. Fue pintor, tapicero, charolador, y solo le quedaban las noches para un gusto materno adquirido: leer.

Antes de acabar la secundaria pública, sus noches cambiaron de prioridad: trabajar para alimentar al primer hijo. Con 19 años, sabía que los empleos más rentables eran los más calificados. Se arrimó a su hermano en una escuela técnica y estudió Electrónica dos años.

Si alguien le hubiera dicho que iba a ser abogado le habría asegurado, con esa vergüenza andina, que estaba en un craso error. Imantado por la Física, quería saber más de campos electromagnéticos. Pero hizo cortocircuito con la realidad: la carrera solo se enseñaba de día en la universidad.

—Entonces estudia para abogado, pues, que es bonito –sugirió la madre.

Y como un karma escolar, los gastos universitarios también fueron cubiertos con su propio esfuerzo. Así, en 1973, ingresó a San Marcos, decana de América, desde la que se aullaba fuerte y claro contra el presidente Velasco Alvarado.

Crespo, medio tímido y pensando quizá en su posición padre-esposo, dejó pasar los liderazgos de las revueltas. Apenas dirigió la asociación de residentes de la vivienda en la casa de altos estudios.

Hubo un primer Sendero que, no tan luminoso, se escondía en bibliotecas y pequeñas reuniones de universidades peruanas. Denostando del comunismo real, al que denominó "imperialismo social soviético" y, luego, como una flama —literalmente— en urnas electorales de mayo del 80. En adelante, se convertiría en un tardío movimiento rebelde suramericano, franquicia maoísta de la serie iniciada en La Habana-1959, y oxigenada con la victoria Sandinista del 79.

Las noticias que llegaban a los estudiantes, entre ellos Crespo, hablaban de una guerrilla concentrada en Ayacucho, que buscaba destruir las estructuras del Estado para tomar el poder; la misma que en Accomarca azotaba a los borrachos maltratadores de esposas y que, a la vez, asesinaba selectivamente a las autoridades y a quien no colaborase con la causa del obrero y el campesinado.

SL llegó a controlar amplias zonas del sur y centro del país, y sectores próximos a Lima, bajo un régimen de terror y servidumbre. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) recoge cientos de historias de comandantes senderistas con "escoltas" de jovencitas, algunas menores de edad. Harenes de campaña.

En 1985 Abimael propuso "inducir genocidio", exacerbando las acciones violentas de SL para provocar la represión indiscriminada de las fuerzas del orden. Desatar los demonios del Ejército. Y lo logró.

La CVR, creada para auscultar a un país deshecho tras 20 años y seis meses de guerra interna, concluye, por ejemplo, que las violaciones sexuales cometidas por las fuerzas armadas triplican las guerrilleras.

En la universidad, a la par que se extiende la convulsión, se interrumpen y alargan las carreras. Crespo no se titularía hasta 1984. Vio, dice, el temor de sus condiscípulos, y cómo aulas enteras se iban a la guerra. "Ya no se les veía ¿Dónde estará fulano? ¿Dónde estará?", recuerda Crespo, teatral. Eran los escanciadores de "la cuota de sangre" que pedía el mando senderista.

—Me enteraba que alguno se había ido porque lo detenían, y yo iba a defenderlo.

—Pero, ¿nunca pensaste, como una opción, alzarte con ellos?

—A mí me tocaba poner mi profesión en servicio de esto… Aunque, de haber sido más joven no sé qué habría pasado.

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El declive de SL, terrorista para el Departamento de Estado estadounidense y la Unión Europea, ocurrió en 1992. Una casa, en un barrio acomodado de Lima, generaba más basura de la que su única inquilina podría. Las autoridades requisaron la vivienda y detuvieron a varios miembros del Comité Central, entre ellos a Abimael Guzmán y su mujer, Elena Iparraguirre.

De cierto modo, su propia mierda los delató.

Crespo, en su apogeo, presidía la Asociación de Abogados Democráticos del Perú, y desde una linda oficina próxima la Plaza San Martín tomaba casos de obreros, campesinos y, su especialidad, guerrilleros. Entonces aplicaba una ecuación social simplista con visos filosóficos:

Vengo del pueblo + ellos son gente del pueblo = debo asumir

El hombre es él y su circunstancia

Cuando el sábado 12 de septiembre cayó Abimael Guzmán, ya Crespo encabezaba la lista gubernamental de los más notorios defensores de terroristas.

Cuando el lunes, 14, abrió la oficina en el centro de Lima, alguien lo estaba esperando para pedirle que asumiera la defensa del "presidente Gonzalo".

—¿Quién pidió sus servicios?

—La persona que me contrató prefiere no revelar su identidad.

Ese paso cambiaría la vida de Crespo para siempre, y lo haría caminar, círculo a círculo, dentro del infierno peruano de entonces.

Primer círculo

El juicio a Abimael Guzmán transcurre entre septiembre y octubre, sumario, militar, con jueces encapuchados. Cadena perpetua.

Crespo persiste en comunicarse con su cliente, pero de inmediato lo aíslan.

—Es que ya fue condenado —le decían—, no necesita abogado.

—Una persona condenada también tiene derechos.

La insistencia le cuesta, cree él, un juicio de reparación civil, y comienza un camino de pérdidas. Primero, la Presidencia de la Asociación de Abogados Democráticos peruanos. Luego, la oficina del Parque San Martín, donde ahora, muy cerca, hay un Pizza Hut, símbolo de la globalización capitalista y, a dos cuadras, el Museo Electoral y de la Democracia.

—El cargo era que yo militaba en SL.

—¿Y es cierto? —insisto, luego de un cuarto de siglo, con la misma pregunta.

Ataja, como si aclararlo le valiera la vida:

—No soy, ni he sido, miembro del Partido Comunista del Perú-SL (PCP-SL).

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Ese lunes de enero de 1993 aún el barrio de Surco estaba en proceso de urbanización. Por la avenida Caminos del Inca, sale Crespo en busca de un taxi al centro de Lima. Frente a su casa detalla a un hombre con bolso, mirando los periódicos en un local de prensa.

—Vi, de reojo, que me vio.

En Perú, desde 1984, a medida que fueron cayendo prisioneros líderes senderistas y algunos abogados asumieron sus defensas, el terror por parte del Gobierno hacia los letrados se equiparó con el de la guerrilla maoísta. Ese deporte de asesinar abogados desapareció, en los 80, a José Vázquez y Wilfredo Terrones, mientras que Manuel Febres fue asesinado en julio del 88, justo cuando Alan García daba un mensaje a la nación sobre combate al terrorismo.

Con esos truenos, Crespo se cuida.

Avanza con normalidad, hasta que un auto lo adelanta. Los tripulantes se asoman indiscretamente para comprobar que la cara del abogado es la cara del abogado. El del bolso, advierte, lo sigue unos pasos atrás.

Crespo enfila hacia una construcción llena de obreros; pero en un zig-zag, cambia de rumbo, aturdido. Enfrente, una vecina sale de su casa manguera en mano. La cara de Crespo quizá inhibió el saludo mientras se iba acercando.

—Señora, me están siguiendo.

La mujer deja de regar el jardín y busca sobre los hombros del abogado.

—Cualquier cosa que me pase, avísele y cuide a mi esposa Juanita, usted sabe que está embarazada.

—Dentro de un ratito voy al mercado, ¿qué tal si nos vamos por ahí? —y las manos arrugadas señalan una calle.

El abogado queda unos segundos en stand by; la señora es brava, pero no le ofrece, pragmáticamente, demasiada protección. Mira el reloj de pulsera. Sobre esa hora, por los Caminos del Inca, pasaba un colega en auto y lo jalaba a Lima. "Si apareciera Andrés", piensa. Él, que no cree mucho en el cielo, sintió un obsequio cuando el auto asomó a una esquina. Agita una mano, las dos. Andrés reduce la velocidad y abre una puerta.

Crespo olvida la oferta de la mujer del jardín y dar los buenos días a la esposa de Andrés.

—¡Embala! ¡Me están siguiendo!

Los instantes entre el pisotón al acelerador y el bloqueo de la calle por una camioneta en marcha atrás, transcurren como peli de acción. Bajan hombres de armas largas. Encañonan el auto. La mujer grita como animal ahogado.

—Un momento, voy a bajar.

Con un pasillo violento, lo tiran contra el asfalto. Mientras lo esposan, la vecina corre a hacer una llamada. No es difícil para los hombres alzar el metro sesenta de Crespo que, entre muchas piernas, advierte al tipo del bolso, cargando una metralleta.  

—Me salvé por cuestiones del azar. Ese operativo era para desaparecerme.

—¿Cómo lo sabe? ¿Han desclasificado documentos?

—No fueron a mi casa a detenerme, esperaron a que saliera solo a la calle —y suma un detalle macabro—. Iban de civil.

Segundo círculo

Crespo posó ante una audiencia militar que lo condenó a cadena perpetua.

En la prisión de Yanamayo, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, comenzaron los 12 años que, en efecto, cumplió junto a miembros de SL.

En el pabellón para terroristas, la vida de orden y disciplina se resentía por la distancia familiar. El primer año prohibieron las visitas. Luego las permitían cada mes. Débil de salud, su madre no pudo hacer el periplo al sur que duraba una semana, ida y vuelta. Murió lejos del hijo.

Requisados hasta el polvo, los visitantes pasaban a un locutorio en el que, inicialmente, veían al detenido por un pequeño orificio. Así vio a su esposa y a dos de sus hijos, de cuatro y seis años. Poniéndose de lejos a ambos lados de la pared divisoria, fijando la vista en un punto, como una mala escena de teatro kabuki. La misma puesta ocho años.

Después, ya en un penal de Ica por 24 meses, Crespo pone un habeas corpus contra el Estado peruano y logra anular su condena.

—Fue la primera sentencia que invalidó una cadena perpetua —cuenta orgulloso. Y eso sirvió para que anularan otras contra presos políticos, entre ellas la de Abimael Guzmán, que al poco tiempo volvió a ser sentenciado.

Se alza el nuevo siglo y cae el presidente Alberto Fujimori. Los senderistas son trasladados a la costa. Crespo, en una cárcel de Lima, pone otro habeas corpus, ahora contra el exmandatario Alejandro Toledo y a favor de los acusados de terrorismo. Esta vez se jode: pasa a Piedras Gordas, en Ancón, a un régimen de aislamiento mayor.

Dice que en 2000, el Informe de Derechos Humanos de la Comisión Interamericana califica el suyo como un caso de persecución a abogados en Perú.

—Soy un sobreviviente.

En esa misma categoría clasifican, tras 12 años, los lazos familiares.

El hijo que Crespo dejó en gestación está a punto de entrar a la adolescencia cuando en 2005, por primera vez, lo abraza. Quizá la duración e intensidad de ese abrazo, o alguna otra variable que se pierde en los sentidos, le hace pensar que, obviamente, permanecerá la carencia del padre.

—Los lazos se resquebrajan —dice alisando su pelo de corte militar—. Al menos, parece que ahora se han restablecido.

Crespo restablece también otros asuntos, entre ellos el caso que lo llevó al infierno. Para defender a Abimael Guzmán, creará el Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales. Sus siglas nombrarán los círculos por venir: MOVADEF.

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Címbalo, violín, marímbula. Los iPhone de Rubén Vargas suenan tercos, uno encima del otro. El viceministro del Interior (destituido en marzo de 2018, unos meses después de esta entrevista) se lleva uno al oído.

—Aló, general.

Vargas esfuerza los ojos tras los lentes sin marcos, y con señas pide que deje de grabar. Da pasos por la amplia oficina, cerca de un mapa peruano que le excede en tamaño.

Capturado Abimael Guzmán, hasta 1999 cayeron, uno tras otro, los jefes senderistas.

—Obviamente, por información dada por la propia cúpula terrorista —afirma Vargas volviendo a un mueble de vinil que llora al rozar su saco a rayas.

Paralelo, se inicia un proceso de pláticas para llegar a la paz. El presidente Fujimori mima al "presidente Gonzalo". Le permite convivir junto a Elena Iparraguirre, acceder a su biblioteca personal, recibir regalos de colores alucinantes y que cada 3 de diciembre el happy birthday retumbe en la Base Naval del Callao.

Entonces, Abimael hace un llamado a deponer las armas. El viceministro del Interior estima que, con el paso de los meses y unos años, un 80% de los mandos se sumó a la propuesta desmovilizadora.

En 2000, Fujimori sale del juego por corrupción, sin un acta donde el Gobierno y el Comité Central lleguen a la pazvía las negociaciones. La cúpula senderista replantea al gabinete de transición una "agenda política para solucionar los problemas derivados de la guerra interna. Así se llama", acota Vargas, inconforme al repetir un nombre que odia.

Los cabecillas Osmán Morote y María Pantoja, trasladados de Yanamayo, se encuentran con Iparraguirre y Abimael. Ahí asumen una nueva estrategia: pasar de la política con armas a la política sin armas.

En octubre de 2012, Marco Ibazeta, quien presidió la Sala de Terrorismo del Poder Judicial, confirmó que MOVADEF nació de esa reunión permitida por el expresidente Paniagua.

—Y se monta en esa lógica de presionar al Gobierno de turno para liberar a la cúpula del grupo terrorista —afirma el viceministro.

En diciembre de 2012 la Fiscalía dijo contar con pruebas suficientes para procesar a la dirigencia de MOVADEF por pertenencia y apología a SL.

En abril de 2014 más de 300 agentes detuvieron a los líderes en la operación Perseo. La Fiscalía pidió 20 años de cárcel para algunos, entre ellos el subsecretario, Alfredo Crespo.

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¿Qué habita en la mente de un hombre que ampara terroristas? ¿Qué principios de roble flirtean con el suicidio carnal y profesional? 13 años peleando por Abimael han hecho de Crespo no ya el abogado del diablo, sino, más bien, un pobre diablo.

Tercer círculo

Vargas se acomoda en su butaca y el vinil vuelve a rechinar.

—El proceso legal derivado de la Operación Perseo está tomando mucho tiempo. Acá hay una separación de poderes. En una democracia es importante; y de eso se aprovechan los terroristas —y continúa, menos técnico, más intuitivo—. Tengo la impresión de que, para algunos magistrados, el tema de SL ya no es un problema, y que tratan los casos con displicencia.

A las pocas semanas de detenidos, los líderes de MOVADEF salieron libres, aunque con un juicio pendiente. Las primeras palabras de Crespo, entonces, fueron de gratitud con el padre de Ollanta Humala.

Manuel Fajardo, otro defensor de Guzmán, ha asegurado que "de acuerdo con el Tribunal Constitucional, la apología requiere incitación a hechos violentos, a actos terroristas y eso no van a encontrar en los prisioneros políticos desde 1992 y en lo que es MOVADEF, que es aparte".

Si bien la ambigüedad legal es reconocible, el viceministro del Interior tiene su opinión sin demasiadas dudas:

—Para nosotros, la Policía Nacional, son absolutamente claros el vínculo y la estrategia detrás de MOVADEF como parte de la estructura del Partido Comunista del Perú-SL, un grupo terrorista que asesinó a mucha gente.

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El exuberante nombre del senderista Florindo Eleuterio Flores, "camarada Artemio", parecía adelantar su vocación por las plantas. Las de coca, en este caso. Su jardín se extendía, fértil, en el Alto Huallaga. Allí el "camarada Artemio" no era un simple camarada, sino un señor de los narcos que, asevera Vargas, regulaba el precio de la droga y certificaba balanzas para vender a los colombianos.

—El dinero recaudado llegaba al Comité Central para la llamada revolución —dice—. Así consta en registros hallados en las casas de mandos terroristas.

El viceministro me exhorta a que consulte esos documentos, pero sabe que no puedo; que están expuestos en el Museo de la Dircote (Dirección Contra el Terrorismo), dentro de la instalación policial, y para acceder debo colgarme al cuello un pase como el que llevo para entrar a su oficina.

En 2008, un colaborador eficaz con identidad secreta aseguró que Artemio entregó a dirigentes de MOVADEF más de 100.000 soles hijos del lavado de activos, la tala ilegal, la minería informal y el tráfico de estupefacientes.

—Totalmente falso —se molesta Crespo—.

Me cuenta la fantástica historia de cómo el grupo de hackers Anonymus reveló en enero de 2014 (cuatro meses antes de que fuera detenido por la Operación Perseo) contradicciones en los informes del Ministerio del Interior contra MOVADEF. El Servicio de Inteligencia quiso constatar la información de los colaboradores eficaces, pero ni Crespo ni Fajardo aparecían registrados en el supuesto hotel donde se alojaron. Asimismo, el día que Crespo habría visto a Artemio, dice haber visitado a Abimael en la Base Naval del Callao.

—Además —se defiende—, ¿usted cree que Abimael Guzmán mandaría a sus abogados por plata? Si voy a la esquina no falta gente que me reconozca. SL mandaría a desconocidos. Es una organización clandestina.

—Me habla de SL en presente, ¿aún existe como organización?

—Bueno… en el supuesto de que siga —y curvea la conversación—. Abimael Guzmán tendrá sus años, pero no es un estúpido.

—Claro, más sabe el diablo por viejo que por diablo.

—¡Absurdo, absurdo!

Crespo debió advertir cuán público se iba haciendo, el día que aquel desconocido pasó por su lado, en la calle, y le dijo "miserable". Los abogados, una fauna mayormente invisible, se volvieron notorios al reivindicarse activistas.

—¿Le gusta la popularidad?

—No me incomoda, al contrario, me alegra cuando la gente se acerca. En mi casa de Surco, me expresan su… qué te puedo decir, su solidaridad, su reconocimiento. En las elecciones pasadas me nominaron para congresista. Mi nombre fue pintado en las calles —dice alargando las últimas vocales, haciéndolas avenida.

—Digamos que en algún momento MOVADEF llega a las elecciones y, aún más, llega el poder. ¿Le gustaría, personalmente, acceder a la Presidencia?

—No hemos tenido aspiraciones dentro del movimiento para la Presidencia de la República —admite Crespo—. Pero yo estoy dispuesto a estar donde el pueblo me mande, sea como abogado, dirigente de una organización política o congresista.

Dice que ve aceptación cuando ha recogido firmas "en el pueblo, el bajo pueblo, el pueblo más profundo".

—No niego que hay gente en contra; hubo una guerra, hay quien perdió sus seres queridos de un lado y de otro; son heridas que no se cierran. Por eso pensamos que se debe ir a una reconciliación nacional. Cantidades no interesan, son muertos. Pero llega un momento en que ese dolor debe supeditarse a un interés nacional, y seguir marchando.

Como si la cárcel reformara en verdad, Abimael Guzmán ya no habla de lucha armada, sino de amnistía general. Ha conversado con Crespo sobre errores y excesos del Partido Comunista "en este proceso iniciado, desarrollado y dirigido por él con el objetivo de cambiar la sociedad en beneficio del pueblo". Abimael ha pedido que los dirigentes presos tengan la oportunidad de reunirse y preparar un mensaje autocrítico público. Y cuando estoy por pensar que Abimael Guzmán pedirá perdón, Crespo pincha el globo:

—Abimael Guzmán piensa que debe hacerlo el PCP. No él.

—¿Qué opina él sobre MOVADEF?

Crespo vadea, "no puedo darle su opinión de él", "no puedo revelar nuestras conversaciones".

Cambio la bola.

—En 2011 MOVADEF no llegó a las firmas que exige la Junta Nacional Electoral para presentarse.

Crespo se crispa: que ellos cumplieron con todo, que entregaron más de 500.000 firmas con cada DNI, pero que se hicieron manejos para anular algunas e impedirles participar.

—¿Qué les dijeron?

—Que eran repetidas, que otras organizaciones ya las habían presentado.

—Eso puede pasar.

—Puede pasar —acepta. Más cuando otra organización de extrema izquierda, el Frente de Unidad de Defensa del Pueblo Peruano(FUDEPP), buscaba también su legitimación para las elecciones.

Según Crespo, MOVADEF cuenta con 75 comités nacionales, cada uno de 50 activistas, más sus dirigentes. Calcula que en total serán unos 4.000 o 5.000 activistas.

Según Rubén Vargas, viceministro del Interior, no representa una gran masa, no es un movimiento en ebullición. "Son expertos en movilizaciones y en golpes mediáticos. Y eso es todo lo que son".

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Una neblina invernal tamiza el sol de Lima.

Pongo a Rubén Vargas, frente a la distopía:

—MOVADEF accede al escenario electoral peruano, y logra poner, incluso, a un presidente frente a la República…

—Mis convicciones democráticas y liberales me obligan a ser tolerante con todo tipo de pensamiento. Sin embargo, eso tiene un límite. Si MOVADEF llegara a ser Gobierno, definitivamente, sería síntoma de que la democracia fue derrotada.

Cuarto círculo

Crespo queda diez segundos en silencio. Una pista de ruido bajo. Diez segundos, que marca la grabación, como un péndulo gigante la hora meridiana.

—En el ideario de MOVADEF mencionan que se adhieren al "Pensamiento Gonzalo", eso los hace, en la práctica, neosenderistas.

—Pero eso hay que explicarlo bien —exhala luego de los diez estertores del segundero. Ya no hablará el abogado, sino, el activista político.

Para Crespo, el comunismo "tuvo un desarrollo" con las ideas de Marx, Lenin y Mao, pero debe llevarse a una aplicación concreta. En Perú, dice, Abimael Guzmán es el aplicador paradigmático de la ideología proletaria.

—Pero ojo: el Pensamiento Gonzalo, como es producto de una persona, cambia —y se dispone a diseccionar algo bien conocido—. Uno fue el Pensamiento Gonzalo de la preguerra, el de la preparación para iniciarla, reconstituir el Partido. Después, del 80 al 92, viene el Pensamiento Gonzalo de la guerra. Y con la captura va a plantear una solución política, de paz. A ese nos adherimos.

—De modo que, ¿consideran las dos etapas anteriores como inaceptables?

—No son aceptables hoy, nuestro país ya no está para la lucha armada. Nuestro país está para participar de la vida política. Tuvieron su momento.

—¿Y desde su opinión personal?

—Como dijo Fidel Castro, "la Historia me absolverá"… la historia ya verá.

Crespo no se considera apologeta al terrorismo. Nadie lo haría si la Fiscalía le zumbara 12 años al que lo acepte. Más adelante dirá que Perú vivió décadas de abandono sin una Revolución, que la lucha armada apareció por condiciones muy particulares, posiblemente irrepetibles. Cree que, además, se debe dar también el protagonismo de un líder. "Tuvo que aparecer una persona que representara los intereses de los pobres", apunta. Los ojos amplios, tras el vidrio opaco de sus lentes, tratan de empatizar:

—En Cuba, si no hubiese existido un Fidel, es difícil que se diera la Revolución. Las condiciones generan un hombre que destaca. No todos los años va a nacer un Fidel Castro, ni todos los años va a nacer un Abimael Guzmán.

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Existen en Perú leyes que impiden que condenados por terrorismo sean candidatos. MOVADEF, curada de la idea de que un liderazgo "histórico" arrea a los electores, potencia un nuevo staff de cabezas. La de Crespo, como subsecretario, está entre las más visibles.

Acá no será como en el resto de América Latina, donde exjefes guerrilleros han ascendido a la Presidencia: el sandinista Manuel Ortega; Sánchez Cerén, del Frente Farabundo Martí; Mujica, montonero.

La noche empieza a tragarse el resplandor cobarde que asoma en la Lima invernal. El barrio de oficina del doctor Crespo palpita lentamente con mercantes de dulces andinos, ceviche, gente que teme mirar a los ojos de los otros.

La noche que nació en Crespo, desde que tomó el caso que defiende, suelta bólidos como este:

—Veo difícil que Abimael salga libre. Casi imposible. Él mismo lo dice, que ni con amnistía le darían libertad; seguro harían alguna excepción por haber sido el jefe.

¿Serán, en la cabeza de Crespo, una pérdida de tiempo los 13 años dedicados al caso? Cansado alega que este es un caso complejo, pero predictible. Cuando asumió la defensa de Abimael Guzmán no albergó esperanzas de una absolución ni del Estado ni del Poder Judicial.

—¿Después de lo que ha hecho? Nooo —la vocal se alarga con el eco del tiempo.

Quinto círculo

Las cadenas perpetuas, esas hipérboles legales, llegan a su fin.

Entre 2017 y 2018, pasados 25 años desde la captura, Abimael Guzmán y altos mandos senderistas cumplirán condena. La de Crespo, 13 años penado al dribling legal, también pudiera acabar.

O no.

En septiembre de 2016 fueron halladas diez fosas de asháninkas asesinados con especial saña en el río Tambo.

—Son hechos nuevos ¿quién ordenó esa masacre? ¿Y el coche bomba de Tarata, una zona sin objetivos militares? Mataron familias completas en nombre de la revolución. Los senderistas todavía tienen mucho que responder como autores intelectuales. Deben seguir pagando por cada muerto. Hasta el último.

El viceministro del Interior clava cada frase con un sereno modo de hablar.

—Que salgan de la cárcel. Sí. Pero en ataúdes.

Este 2017 será cuando las cadenas perpetuas no acaben, sino que, fiel a la semántica, se perpetúen.

De aquí a un posible final (fuere cual fuere), Crespo está condenado a los mismos ritos de 13 años. Tomará cada semana un taxi hasta la Base Naval del Callao. Sentirá próximo el mar que eructa olor a algas muertas. Rebasados los muros de máxima seguridad se apoyará para sacarse las botas. Con cada año que pase aumentará la dificultad para reincorporarse. Vaciará los bolsillos y dejará en una gaveta el celular, un reloj, la agenda, algún bolígrafo. El detector pitará cerca de su cuerpo, posiblemente, por el céntimo de sol que se ha ocultado al tacto. Cuando pase al encuentro con Abimael Guzmán, el ojo de una cámara y varios ojos atrás, vigilarán la charla sin el menor disimulo.

La CVR estima que 69.000 peruanos murieron o desaparecieron por acción de los grupos subversivos y de las fuerzas del orden.

El 9 de diciembre de 1987, se produjo en el caserío de Rumi-Rumi, en la provincia de La Mar, una masacre perpetrada por Sendero Luminoso. En la plaza pública fueron acribillados 14 campesinos y diez niños por el "delito" de haberse organizado en rondas de defensa civil.

DESCO narra el acontecimiento de esta manera: "En el poblado de Rumi-Rumi, en una de las peores matanzas del año, los senderistas asesinan a 24 campesinos, la mayoría de ellos autoridades y jóvenes del poblado [...] 80 niños quedaron en la orfandad".

Pero el presidente Gonzalo y Crespo no van a hablar de ninguno. Como tampoco lo harán con sus abogados los otros vecinos: Víctor Polay, jefe de los Túpac Amaru, y Vladimiro Montesinos, director de Inteligencia de Fujimori.

Al infierno no le importan los hombres que se traga.


Esta entrevista, inédita, fue realizada en 2017.

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