Latinoamérica es, dentro de su diversidad, una región favorable a la paz y la democracia. La relativa ausencia de conflictos interestatales, la comunidad de elementos históricos, culturales y lingüísticos y el predominio de gobiernos electos, plurales y civiles diferencian a nuestro continente de África, Asia y, en ciertos tópicos, Europa.
En ese panorama, la lucha por mayor justicia social y respeto a los derechos humanos, opuesta al nocivo legado neoliberal, delinean los contornos de una izquierda actuante en la post Guerra Fría.
Esa izquierda —en su mayoría comprometida con el pluralismo y la alternancia— asiste en La Habana a la reunión del Foro de Sao Paulo, compartiendo mesa con otra izquierda, autoritaria. Coexisten Morena, un partido movimiento impecablemente ratificado en las urnas por millones de mexicanos, y el Partido Comunista de Cuba, un partido Estado que jamás se ha sometido a competencia política alguna. Hacen vida el Partido del Trabajo brasileño, ícono de izquierda social y la democracia participativa, con el Partido Socialista Unido de Venezuela, maquinaria burocrática que fagocitó la diversidad originaria del chavismo. Comparten sitio los Frentes Amplios de Costa Rica y Chile —con su militancia amplia, plural y ligada a los movimientos sociales— y el Frente Sandinista secuestrado por Daniel Ortega. Con el que, de forma vergonzante, los miembros centroamericanos del Foro se solidarizaron en medio de la actual ola represiva.
Como en una suerte de Cominform tropical, la agenda y retórica tradicionales de la izquierda autoritaria devienen hegemónicas dentro del Foro. En una coyuntura donde los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela ratifican su decisión de aferrarse al poder anulando cualquier atisbo de voluntad popular, alternancia y oposición, hay demócratas de izquierda que conviven "civilizadamente" con el despotismo. Una actitud tan incoherente como si, a lo largo de los años 70 e inicios de los 80, toda la militancia liberal y socialcristiana aceptara juntarse, periódica y programáticamente, con los emisarios de las Dictaduras de Seguridad Nacional.
La historia del movimiento socialista internacional tiene numerosos ejemplos de deslinde de las fuerzas progresistas con sus pares autoritarios. Los eurocomunistas condenaron la doctrina Brézhnev que autorizaba a la URSS a interferir en la vida interna de sus vecinos esteuropeos. Los verdes que encabezaron las protestas a las armas nucleares de la OTAN se deslindaron teórica y organizativamente de la dictadura del proletariado. Los socialdemócratas latinoamericanos apoyaron decididamente la lucha contra Somoza a la vez que rechazaban los giros leninistas de la revolución sandinista y la guerra desatada por la Administración Reagan. Numerosos movimientos sociales han enfrentado el modelo extractivista y la anulación estatal de la participación comunitaria propugnados, indistintamente, por neoliberales y neoestalinistas.
Mientras nuestras izquierdas democráticas confundan su coherencia ideológica y vocación de justicia con la lealtad geopolítica a regímenes bajo los cuales no podrían existir, la construcción de alternativas al capitalismo periférico y la vida de millones de latinoamericanos, victimas de aquellos gobiernos, seguirán hipotecadas. Vergüenza y horror.
Este artículo apareción en el diario mexicano La Razón. Se reproduce con autorización del autor.