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Opinión

Otro chamán rojo en bancarrota

Esta es mi condena a Lula por hipócrita, falso, camaleón político y pérfido compinche de la más prolongada y devastadora tiranía de nuestro hemisferio, la de Cuba.

Miami

No conozco al detalle cada uno de los intríngulis que subyacen detrás del enjuiciamiento y condena de Luiz Inácio Lula da Silva. La verdad es que no me interesan demasiado.

Tampoco necesito las pruebas de cuán corruptamente pudo haber actuado durante sus mandatos como presidente de Brasil o al frente del llamado Partido de los Trabajadores.

Desde hace mucho tiempo decidí mi propio veredicto, en forma personal e íntima, y lo condené por hipócrita, falso, camaleón político y pérfido compinche de la más prolongada y devastadora tiranía de nuestro hemisferio, la de Cuba.

Durante algún tiempo, cuando yo vivía en la Isla, llegó a desconcertarme la actitud tan implacablemente fría que Lula mostraba ante las desgracias de los cubanos. Aquel político que había alcanzado prestigio mundial como propiciador del progreso y como sensible defensor de las mayorías en Brasil —donde además ha sido arrasadoramente popular—, no era capaz no digamos ya de expresar desacuerdos con el estilo impuesto por el fidelismo para hundirnos en la miseria, el atraso y la total dependencia. Ni siquiera accedía a pedirle a su amigo íntimo Fidel Castro que detuviera las golpizas y humillaciones de que son objeto a diario mujeres y hombres indefensos, cuyo único delito —y Lula lo sabe bien— es oponerse pacíficamente a la inutilidad administrativa y a los desmadres de la dictadura. Y conste que no pocas veces se lo pidieron las propias víctimas.

De cualquier modo, mi desconcierto duró poco. Más temprano que tarde fui comprendiendo que Lula jugaba con cartas marcadas. Y que dentro del panorama político de estos tiempos no ha sido sino un creador de espejismos, como cualquier otro, aunque mucho más hábil que casi todos. Y en especial que los demás gobernantes de izquierda.

Es verdad que varias decenas de millones de brasileños se incorporaron a la clase media durante su mandato. Y que la pobreza cayó en Brasil del 46 por ciento de la población, en 1990, al 26 por ciento en 2008. Son datos conocidos y más que suficientemente publicitados a lo largo de todo el mundo. Pero lo que se dice menos es que ninguno de esos logros obedece a la puesta en práctica de los métodos propios del comunismo o del socialismo.

Lula es un chamán rojo por fuera y verde por dentro. Ayudó a levantar la economía de su país con las reglas del capitalismo y desde la salvaguardia de la democracia liberal, mientras aplaudía y estimulaba a sátrapas del totalitarismo dogmático como Fidel Castro, o a estúpidos apasionados de las comunas esclavistas de Mao Zedong, como Hugo Chávez.

Su deslealtad, entonces, y su talante vil no se ha patentizado únicamente contra los millones de víctimas del fidelismo o del chavismo, sino también contra Chávez y Castro. Y por extensión, contra toda la progresía internacional, tan fantasiosa y mentecata.

No me alegro de las desgracias de nadie. La justicia existe (aunque ya apenas se practique), y a mí en particular me sabe infinitamente mejor que el despecho o la venganza. Sé que tener compasión con el lobo equivale a ser injusto con las ovejas. Así es que tampoco repruebo que el estruendoso desbarranque de Lula da Silva sea celebrado del modo en que más gusto le dé a cada cual.

Yo me conformo con ver desde las gradas la bancarrota de otro de los chamanes rojos del siglo XXI en Latinoamérica. Tal vez no fuera el peor, pero pudo ser el mejor o el único bueno de no haber sido un fariseo.

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