El equipo nacional de Cuba que participó en el torneo de la semana beisbolera de Haarlem, Holanda, logró a última hora dos victorias en los partidos del calendario oficial y quedó ubicado en un decepcionante cuarto lugar en la tabla de posiciones.
Por bondades del sistema de competencia, después de salir por la puerta incómoda en sus cinco primeras presentaciones ante todos los elencos participantes (Alemania, Italia, Japón, Holanda y China Taipéi, por ese orden), el equipo tuvo la oportunidad de volver a enfrentar a italianos y alemanes en una ronda de consuelo, aprovechando ambos partidos y aferrándose a duras penas al cuarto escaño de la lid.
Fue una actuación sin precedentes en la larga historia de estos torneos. Jamás una selección nacional había salido mordiendo el polvo de la derrota ante todos los equipos presentes, y mucho menos ante conjuntos sin ninguna tradición beisbolera como es el caso de Alemania.
Por cada derrota, el beisbol cubano fue recibiendo un conteo de protección, enterrándose cada vez más en el fango, mientras algunos bailaban sobre su tumba y otros se golpeaban la cabeza contra las paredes.
El largo entrenamiento previo a la competencia, la llamada "serie especial", duramente criticada por aficionados y especialistas, quedó indefensa ante la opinión pública. Todos los recursos empleados en estos largos meses se fueron por una sucia alcantarilla. De nada valió el sacrificio de esos atletas alejados de sus provincias y de sus familias, todo ha sido un absurdo, un esfuerzo estéril, una necia preparación quijotesca que, para colmo de males, se va a mantener el año próximo, según palabras de los propios preparadores físicos.
La selección nacional regresa a casa con la cabeza baja, nuestro deporte nacional ha dado un grito de dolor y ha disparado las alarmas como nunca antes. ¿Barrerán la basura bajo la alfombra como nos tienen acostumbrados? Hasta ahora seguimos sin respuestas. Nos vemos en el estadio.