Orlando Hernández se paseaba nervioso por el dugout de los Yankees, pero su estado de ánimo no tenía nada que ver con lo que sucedía en el diamante. A pocos metros, sobre el terreno del estadio Qualcomm de San Diego, Nueva York daba los toques finales a su barrida sobre los Padres en la Serie Mundial de 1998, reporta la AP.
A miles de kilómetros de distancia, en un despacho en La Habana, un funcionario de la Iglesia Católica se reunía nada menos que con Fidel Castro para definir el futuro de la familia del pitcher cubano.
"Yo estaba un poco nervioso por lo que estaba pasando, no estaba pensando en el juego en ese momento", recuerda El Duque en el documental Brothers in Exile (Hermanos en el Exilio) de la serie "30 for 30", de ESPN Films, que se estrenó el viernes por ESPN Deportes y se emitirá el martes por el canal en inglés.
Esta anécdota, uno de los puntos culminantes del documental sobre las fugas de Orlando y su hermano Liván Hernández, muestra los obstáculos que enfrentan los jugadores cubanos para llegar al béisbol de Estados Unidos. Ya sea escapando de la Isla en pequeñas embarcaciones o huyendo de hoteles en medio de la noche, muchos peloteros nacidos durante el gobierno de Castro arriesgan la vida, y dejan atrás a sus familias, para alcanzar las Grandes Ligas.
La nueva ola de peloteros cubanos en las mayores —la temporada de 2014 comenzó con 19, un nuevo récord— arrojó luz sobre los malabares que éstos tienen que hacer para salir de Cuba. Traficantes de personas, intermediarios peligrosos y agentes inescrupulosos son algunas de las aguas que tienen que navegar antes de llegar a las Mayores.
"Estuve ocho años viajando con el equipo nacional y aprendimos muchas cosas (…) había algo más fuera de Cuba que nos llamaba, pero a veces nos daba un poco de miedo tener que dejar a la familia", comentó El Duque en una entrevista con la AP durante una presentación del documental. "Es un paso bien difícil y bien duro de tomar, creo que eso es lo que a veces nos para un poco".
La fuga de El Duque parece sacada de un libro de aventuras.
Después que su medio hermano y también lanzador Liván Hernández escapara en 1995, El Duque se convirtió en una especie de paria en la Isla. El Gobierno lo suspendió de por vida y le prohibió incluso entrar a cualquier estadio del país. La policía le pedía sus documentos de identificación incluso cuando estaba sentado en el balcón de su casa. Con apenas 30 años, el que era considerado ampliamente como el mejor pitcher en la historia de Cuba se dedicaba a jugar partidos callejeros con amigos y vecinos.
Aunque originalmente rechazaba la idea de dejar la Isla, por no abandonar a sus dos hijas pequeñas, El Duque finalmente decidió marcharse en diciembre de 1997, poco después de que Liván se convirtiera en toda una figura en Estados Unidos, al conquistar el premio al Jugador Más Valioso de la Serie Mundial que ganó con los Marlins de Florida.
La madrugada del día de Navidad, El Duque, su entonces novia y ahora esposa Noris, su mejor amigo Osmany Lorenzo y otras personas fueron llevadas por pescadores hasta un cayo en las Bahamas, donde otra embarcación procedente de la Florida se suponía que los recogiera. Ese bote nunca llegó, y el grupo estuvo varado sin comida durante cuatro días hasta que los rescató la Guardia Costera de Estados Unidos.
"Si yo lo tengo que hacer nuevamente, no lo hago. Ya lo que yo viví ahí fue más que suficiente", dice El Duque en el documental.
En las Bahamas, el grupo necesitó de las artimañas del agente Joe Cubas, quien para ese entonces era uno de los principales intermediaros para sacar peloteros de la Isla y ayudarlos a fichar con equipos de las mayores, sin que fueran deportados. El Duque estableció residencia en Costa Rica —el avión que los llevaba a ese país hizo escala en Jamaica, y mientras recargaba combustible se estacionó al lado de la aeronave de Fidel Castro. Finalmente fichó con los Yanquis.
Si bien los contratos de El Duque por cuatro años y 6,6 millones de dólares, y el de Liván con los Marlins por una cifra similar, eran infinitamente superiores a lo que ganaban en Cuba, ahora palidecen en comparación con los pactos firmados por la nueva ola de peloteros de la Isla.
El jardinero Rusney Castillo firmó hace poco un contrato por 72,5 millones de dólares con los Medias Rojas de Boston, el acuerdo más lucrativo jamás suscrito por un pelotero cubano. José Abreu (Medias Blancas, 68 millones), Yasiel Puig (Dodgers, 42 millones), Aroldis Chapman (Rojos, 30,25 millones) y Jorge Soler (Cachorros, 30 millones).
"Cuando nosotros estamos en Cuba somos personas de diez pesos, pero cuando tú sales de Cuba, ya 15 ya es bastante", comentó El Duque a la AP. "Entonces uno no piensa en millones, uno piensa en salir y tratar de jugar el béisbol".
El Duque tuvo una exitosa carrera de nueve años en las Mayores y conquistó cuatro títulos de Serie Mundial, tres con los Yankees y uno con los Medias Blancas. Pero ninguno tan emotivo como ese de primero, coronado por la secuencia del 21 de octubre de 1998.
Mientras los Yankees derrotaban 3-0 a San Diego, un emisario del arzobispo de Nueva York John O'Connor viajaba a La Habana para reunirse con Castro. El enviado, Mario Paredes, llevaba una carta del líder católico pidiendo la liberación de las hijas de El Duque, su madre y la madre de las niñas. El dictador accedió y la familia del lanzador salió esa misma noche en un vuelo privado, para reunirse poco después con El Duque en Estados Unidos.
¿Y qué hacía Castro cuando recibió al enviado de O'Connor? El relato de Paredes resume, en buena medida, la paradoja: "El estaba viendo el partido".