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Crítica

El lirismo diabólico de Marcial Gala

Se publican en Francia dos novelas del escritor cubano Marcial Gala.

París
Marcial Gala.
Marcial Gala. Página 12

Marcial Gala (La Habana, 1965) es uno de los escritores más desconcertantes de la literatura cubana en la última década. A la sorpresa de su irrupción inesperada en el escenario editorial, se une el asombro del lector ante una escritura que no revela ningún parentesco con la de los más difundidos autores de la Isla en Europa y América Latina.

Ganador en Cuba del Premio Alejo Carpentier en 2012 con la novela La catedral de los negros y, con Llámenme Casandra, del Premio Ñ, del suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires, ciudad donde reside, Gala se ha presentado ante el lector francés este otoño con la traducción de esos dos libros.

La originalidad del estilo de Gala se basa en la forma de transcribir los conflictos de la sociedad cubana. Lejos de recrear testimonios de personajes picarescos, o de regodearse con la prudencia atractiva de una escritura realista que evite aludir a las causas de la tragedia de los cubanos desde hace seis décadas, Marcial prefiere narrar sus historias desde un punto de vista fantástico en el que no falta una mirada mordaz sobre el resultado catastrófico de lo que fuera la revolución cubana. El racismo imperante en Cuba, en la primera de las novelas aquí comentadas, y el tabú de la homosexualidad y la homofobia en Llámenme Casandra, son los temas predominantes de estos libros en los cuales el desamparo, la desesperación, y sobre todo el fracaso, es el destino común de los personajes.

No se puede pasar por alto que en los relatos de Gala conviven de manera atemporal vivos y muertos, se anticipan hechos contados por fantasmas, y se banalizan crímenes y canibalismos, al mismo tiempo que se erige un templo con la pretensión de ser el edificio más alto de Cuba, como en la novela La catedral de los negros.

La catedral de los negros de Cienfuegos

Cuando la familia Stuart llega desde la ciudad de Camagüey a Punta Gotica, "un barrio de negros olvidados y blancos desamparados" de la periferia de Cienfuegos, comienza la acción de la novela, y con ella la intriga principal: el proyecto de Arturo Stuart, padre autoritario de la familia, de construir la catedral que le da el título al libro y que haría de esa ciudad del sur de Cuba un nuevo Jerusalén.

La opción formal del autor de elegir una narración colectiva en primera persona en la cual intervienen más de 20 personajes, constituye la primera sorpresa del lector. Un ordenado bullicio de voces desfila ante un confesor que no es otro que el propio lector encargado de poner en orden las caóticas declaraciones de personajes que se denigran, se denuncian, y se condenan entre sí.

Los múltiples asesinatos cometidos por El Gringo para vender carne humana de sus víctimas como si fuera de vaca a clientes adinerados de otro barrio próspero, resulta ser la parte más visible de la fascinación por el mal de esta escritura. Junto a El Gringo, el siniestro personaje de Prince, a la vez poeta y parricida, agrega niveles de la percepción ambigua que provoca lo narrado en un lector perplejo y también curioso por el desenlace. La credulidad en el relato que se lee alcanza sus límites cuando aparece el ir y venir de fantasmas.

Esta multitud de personajes que autentifican las gradaciones de la tragedia incluso desde la muerte, se puede asociar a Pedro Páramo o a la composición de Mientras agonizo de William Faulkner, sin duda principal referencia literaria de la novela. En este sentido, Gala se inscribe en una tradición literaria continental, que él retoma a partir de la religiosidad sincrética de Cuba y del evangelismo, cada vez más presente en la Isla como en otros países latinoamericanos.

Desde el punto de vista de la composición, el hecho de dar testimonio ante una entidad que viene siendo el lector rompe la rígida intimidad de la corriente de consciencia, porque el monólogo no es únicamente interior. Los personajes de la novela no hablan consigo mismo, sino que se dirigen a un interlocutor y activan así el intercambio con versiones diferentes de lo acontecido. Lejos de ser una novela psicológica, estamos ante una novela de una suma de acciones insólitas que se exteriorizan por el testimonio, no por la introspección. La subjetividad está en función de exponerse ante ese pensamiento del exterior al cual se refiere Foucault, y dar una estructura a los hechos en colaboración con el lector.

El lenguaje de esta novela es uno de los hallazgos más relevantes del libro. La catedral de los negros está escrita en una jerga cubana, propio de marginales. Compleja esta habla si se tiene en cuenta además que proviene de la periferia de una ciudad de provincia y de la década de los 90.

"Cuba tiene sus catedrales en el futuro", esta frase del escritor cubano José Lezama Lima se puede leer como epígrafe del libro. La expectativa de una realización definitiva del espíritu de la nación, se infiere de ella, se pospone a un tiempo por venir. Sin embargo, esa especie de esperanzador futurismo permanente ha caracterizado el tiempo histórico del régimen cubano como elisión y justificación de un presente siempre precario y agónico que debe ser vivido como un tránsito a una prosperidad postergada. El fracaso de ese porvenir a finales del siglo XX es una de las maneras de leer esta novela de Marcial Gala.

Es por esta razón que, desde una perspectiva crítica más amplia, La catedral de los negros y la sugestiva figura espacial que proyecta su sombra desde el título, puede interpretarse como la alegoría del descalabro de lo que fuera el proyecto revolucionario de la Isla, la construcción en Cuba de una sociedad de bienestar alternativa al capitalismo.

Una Casandra cubana en Angola

La historia de Llámenme Casandra es narrada por Raúl, Rauli o Raulito Iriarte, el protagonista, un transexual rubio de ojos azules y más bien pequeño  que desde su muerte a los 19 años en la selva de Angola a manos del capitán de su pelotón que lo ha hecho su amante, nos cuenta su breve vida.

Desde las primeras líneas del libro Raúl revela el conflicto del libro y explica su título: "Y siento que no quiero ser ese Raúl, quiero ser Casandra, no Raúl". Lector compulsivo desde su infancia el héroe —a pesar suyo— de la novela, después de leer La Ilíada de Homero cree encarnar a Casandra. Por un lado, esta convicción le permite compensar el hecho de haber nacido en un cuerpo equivocado de acuerdo a sus deseos, por el otro confiere a la narración amplias posibilidades sugestivas a partir de las significaciones de este personaje de la mitología griega.

De la Casandra clásica Gala toma a su vez lo más representativo y lo acerca a una interpretación contemporánea no lejana a ciertas zonas del espíritu de rebeldía de la Kassandra de la alemana Christa Wolf. El Raúl de Llámenme Casandra como este personaje de la literatura clásica es una figura de la palabra y no de la acción: su decisión inesperada de querer ir a la guerra de Angola lleva implícito el deseo de morir y el cumplimiento así de un destino propio conocido de antemano. Raúl confiesa temer que su padre y sus compañeros en el ejército descubran que él es homosexual. La homofobia dominante en la sociedad cubana le hace asumir el rol de guerrero, aun sabiendo que ha elegido así también su muerte.

Gala relee el mito de Casandra e imagina una historia testimonial sobre uno de los hechos más dramáticos de la historia del castrismo: la intervención de Cuba en la guerra civil de Angola (1975-1991), poco tiempo después de su independencia de Portugal. Este tema, recurrente en el escritor portugués Antonio Lobo Antunes, lo aborda Gala con una Casandra que, a semejanza de la de Christa Wolf, se opone al discurso dominante a través de una lengua fundada en la articulación de sentimientos complejos y contradictorios como el sufrimiento y el miedo. La sensibilidad de Raúl y su superioridad intelectual le permiten protegerse de la represión y el bullying de los cuales es víctima hasta ser asesinado por el capitán y jefe de su pelotón, quien teme se conozca su relación homosexual con un soldado que físicamente le recuerda a su esposa dejada en Cuba.

Al igual que en la tragedia clásica, hay un desplazamiento del interés del lector. Se conoce el final de la historia, pero lo que motiva la lectura de Llámenme Casandra es la curiosidad. El lector quiere conocer esa intriga de predestinación a la que se refiere Todorov y que se acentúa por la adivinación del futuro a través de la prolepsis: "Liudmila me acaricia la cara. Mi hermano José la mira con ferocidad. Mi hermano José mira a todos con ferocidad, él es así, morirá a los treinta y cinco años en un accidente de moto, muy lejos de aquí, en Nebraska, así que mis padres nos sobrevivirán a los dos, aun no lo saben, todos nos vemos tan contentos y tan jóvenes, y la rusa me ha traído un regalo. La guerra y la paz, de Tolstoi."

Marcial Gala ha declarado a una entrevista al diario argentino Clarín que el tema principal de su escritura es la propia literatura. Esta declaración sorpresiva al entrar en contacto con sus narraciones, se esclarece al terminar de leer sus libros. Una antítesis subyace en la consciencia de Gala y resulta una de las fuentes de la intensidad de su prosa. De un lado su empatía por personajes artistas o amantes del arte —como Berta, escritora, Johannes pintora exitosa y Samuel Prince poeta en La catedral de los negros y del Raúl de Llámenme  Casandra—, y del otro el predominio de figuras diabólicas que impiden toda probabilidad de éxito o de felicidad y hacen maldito al lirismo y a la representación de la belleza. Al terminar de leerlo, el lector constata que el libro que tiene en sus manos es la única prueba sobreviviente de esa culpabilidad de escribir que según Bataille sintieron también Baudelaire y Kafka.


Marcial Gala, La cathedrale des noirs (traducción al francés de Maïra Muchnik, Belleville Éditions, París, 2021) y Appelez-moi Cassandre (traducción al francés de François-Michel Durazzo, Éditions Zulma, París, 2022).

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