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Crítica

El Reikiavik que se nos viene encima

La novela de Bragi Ólaffson debe ser uno de esos libros de textos para 'niños que reciben un tratamiento tan malo que nunca dejan de ser niños'.

Reikiavik

Hay demasiadas k en el nombre de esta ciudad: Reikjavik. Hay demasiadas consonantes de sonoridad sospechosa en la capital cosmopolita pero aún pueblerina de Islandia. Solo por eso, aquí Kafka sería un bebé: acaso un feto que todavía está por nacer. Porque, a pesar del aura de alta civilización estilo siglo XXI —o precisamente por eso—, detrás de las fachadas grises y el soberano silencio, aquí lo impensable es lo primero que te puede pasar. Traspasar.

Lo sé de primerísima mano, pues hace medio año o hace ya vida y media que deambulo como el fantasma de Bobby Fischer —está enterrado no lejos de aquí— por el downtown literario más que comercial de Reikjavik 101. Lo sé incluso antes de mi lectura de Las mascotas, la primera novela de Bragi Ólafsson (Reikjavik, 1962) traducida al español —por Fabio Teixidó— y publicada en 2012 por la editorial argentina Bajo la Luna, una década después de la aparición del original Gæludýrin.

Teatro más que trama, lo normal y lo mediocre de una vida islandesa perfectamente estructurada se nos abre al abismo de lo absurdo ante el detalle más nimio. Lo intrascendente, lo sin trauma, lo casi infantil del gesto improvisado de escondernos de una visita incómoda —así sea escondernos debajo de nuestra propia cama, por ejemplo—, basta para que una a una vayan reventando las máscaras nórdicas no solo de lo kafkiano, sino también de lo costumbrista desacostumbrado: un fuera de foco irreversible al primer toque de desbalance.

No solo en situaciones imprevistas sabemos quién es quién de entre quienes creíamos conocer. También —y muy especialmente— en situaciones idiotas. La idiosincrasia de una ciudad y de un país se juega ahí, en esos tira-y-encojes de amigos que hacía años no se veían o se veían sin verse, de enemigos solapados cuya venganza o perdón igual nos aterra, de cuerpos que deseamos poseer solo para descubrir que la posesión es el más común de los imposibles colectivos y que, por consiguiente, se le da a cualquiera queriéndolo o sin querer.

Bragi Ólafsson es narrador, dramaturgo y poeta. Además de en español, parte de su obra puede encontrarse en inglés, francés, alemán, danés, sueco, estonio, búlgaro y chino. Es, además, editor del sello discográfico Smekkleysa —Mal gusto— y fue bajista de la famosa banda de rock-pop The Sugarcubes (el espectro ubicuo de Björk pulula por esta islita casi del tamaño de Cuba, pero con menos de cien cubanos, incluido yo). Es inconcebible no ser creativamente multi-task en Reikjavik.

De hecho, la ciudad vive literalmente de sus narrativas y de personajes arquetípicos que nadie ha visto. Estar en Reikjavik no es tanto estar en Reikjavik como la ilusión de estarlo. Y es, también, el impulso que ese espejismo nos propina entre vendavales vikingos y turistas que propagarán sus equívocos de un equinoccio extremo.

Las mascotas es un relato brevísimo de doscientas y tantas páginas. Termina cuando por fin parece que les va a pasar algo a sus personajes, que van a traspasar o ser traspasados por. Novelis interruptus. Debe ser uno de esos libros de texto para "niños que reciben un tratamiento tan malo que nunca dejan de ser niños", aunque parezcan y perezcan adultos sin dejar de preguntarse a perpetuidad qué habrán hecho ellos para merecer esa letra. Es decir, ese destino de k conspicuas por su calidad conspiranoica.

El propio Bragi Ólafsson no podría sospechar que sus mascotas —las muertas y las sobremurientes— tienen un pie en el Reikjavik del siglo XXI y el otro en una Habana fuera del tiempo, anacrónica a costa de sus incontables kastrismos, esa otra maquinita de narrar que bate y abate a una ciudadanía sin imaginación —como corresponde a toda ciudadanía que se respete—, a la par que paraliza de pánico a una clase intelectual tan inercial que ya es incapaz incluso de intentar suicidarse.

Si fuiste cubano alguna vez, ni leas Las mascotas. No te hace falta. Tú eres uno de sus personajes en La Habanajavik de ese futuro fósil de felicidad que ya nos espera. En todo caso, asómate al original Gæludýrin de Bragi Ólafsson. Me temo que el bajista de los cubos de azúcar ha dejado entrelíneas algunos mensajitos en clave de k para ti.


Bragi Ólafsson, Las mascotas (Bajo la Luna, Rosario, Argentina, 2012)

 

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