Pronto harán diez años de la publicación de Gomorra, libro que provocó un terremoto en Italia. Narraba con profusión de anécdotas y nombres propios las interioridades, las disputas, los negocios, las conexiones político-empresariales de la llamada Camorra, la mafia napolitana. El autor, a quien Berlusconi llamó antipatriota y Umberto Eco héroe nacional (no está claro cuál es el insulto y cuál el elogio), vive desde entonces bajo la protección permanente del Ministerio del Interior italiano.
Uno podía pensar, juzgando por lo que develaban aquellas páginas, que semejante ministerio no serviría de mucho. Más de uno pudo ceder a la tentación del humor negro y advertir que si Roberto Saviano (Nápoles, 1979) llegaba a publicar otros libros, iba a tener que dedicárselos a sus guardaespaldas. Pues bien, ahora abrimos CeroCeroCero y en primera página leemos lo siguiente: "Dedico este libro a todos los carabineros de mi escolta. A las 38.000 horas pasadas juntos".
Saviano cuenta las horas, y las pesadillas que las acompañan. En un capítulo de este, su más reciente libro (publicado el pasado año, versión en español a cargo de Anagrama), menciona la smorfia: la tradición napolitana que vincula las imágenes oníricas con la lotería. "Yo sé que en Nápoles el número más seguro al que apostar es siempre el 62, el asesinado”, escribe. “Sé que a esos asesinados la misma ciudad a menudo los trata casi como al 48, el muerto que habla, que es en lo que siento que me he convertido para ella". Luego recuerda que cuando negaron el permiso para rodar in situ la serie de televisión inspirada en su libro, había unos carteles en la calle que decían "Scampiamoci da Saviano".
Escapemos de Saviano: tremendas, memorables pancartas. Escapemos del cronista.
Es el cronista el que huye. Pero la única huida posible para él, nos dice, es la huida hacia adelante. Eso es CeroCeroCero. El título hace referencia a un grado de pureza; habla de purificación. El subtítulo es Cómo la cocaína gobierna el mundo. Saviano amplía la perspectiva: sabe que los muertos de la Scampia no son nada en comparación con los de Ciudad Juárez; que "el único supermercado de droga a cielo abierto de Europa", como llama cariñosamente a su región natal, es apenas un nodo en operaciones de tráfico que atraviesan todo el planeta.
El viaje empieza en la barbarie mexicana. Para entender la cocaína hay que entender México, explica Saviano. Decir esto es decir Colombia, refrescar la memoria reciente: el paso de un modelo empresarial de control de la producción a otro de control de la distribución. En otras palabras: la caída de Medellín y Cali y el ascenso de Sinaloa, el cártel que se extiende a —se dice fácil— más de 80 ciudades de estadounidenses. Sonora y los Zeta, y la Familia Michoacana, y el Golfo... Toda una aristocracia de señores narcofeudales que han redefinido el funcionamiento de la riqueza hoy en día.
De América a Australia, continente colonizado por la ’Ndrangheta, la mafia calabresa. El árbol de la ’Ndrangheta, "regado por el miedo y nutrido por los negocios", se ramifica con la fuerza de la globalización pero conserva la estructura de crimine y mandamenti (cúpula, distritos) allí donde echa raíces más profundas: Australia, por ejemplo, pero también Canadá. Los suministros de coca al mercado europeo pasan por las infraestructuras transoceánicas de los clanes calabreses, por sus almacenamientos, sus trasbordos, que a menudo convergen en África.
"África es blanca." Así se titula otro de los capítulos de CeroCeroCero. "El continente negro yace enterrado bajo una capa de nieve", leemos. "Almacén para una Europa cada vez más dependiente del polvo blanco", en África los narcos se cuelan por los vacíos que dejan unos Estados vacilantes e ineficaces dando origen a economías paralelas (y Estados paralelos, el paradigma del norte mexicano). Saviano se acerca especialmente al concienzudo trabajo de los capos nigerianos adiestrando mulas para los viajes aéreos a la península ibérica. De cómo empaquetar y tragar bolitas sin hacerse daño. El petróleo blanco, le llaman.
En la navegación que propone el italiano no podían faltar los rusos. Leemos:
"En años de navegación por las alcantarillas criminales del mundo he podido constatar que es siempre esto lo que hace crecer a las mafias: el vacío de poder, la debilidad, la podredumbre de un Estado frente a una organización que ofrece y representa orden. Las semejanzas entre las mafias más distantes a menudo resultan asombrosas. Las organizaciones rusas se forjaron en la represión estaliniana, que amontonó en los gulags a miles de delincuentes y disidentes políticos. Fue allí donde nació la sociedad de los vori v zakone, que en pocos años llegaron a gestionar los gulags de toda la Unión Soviética. […] En la época comunista los vori trabajaron codo a codo con la elite política, ejerciendo su influencia en cada rincón del aparato estatal. Durante la época de Brézhnev explotaron el estancamiento de la economía y crearon un impresionante mercado negro."
La historia de una muy conocida alianza entre nomenklatura y delincuencia. La mafia rusa se apresura a ocupar la grieta que dejó la caída del comunismo, pero para entonces ya sus hombres se hallan en otros lugares, con otras ideas y otros proyectos, lo mismo en Nueva York que en Londres que en Miami, o veraneando en Cerdeña y en Ibiza.
Desde el fondo del mar, los submarinos cargados de coca, hasta los más altos edificios, los circuitos bancarios que en Estados Unidos y Europa blanquean el dinero. Saviano barre con lo que encuentra y multiplica relatos, testimonios, ejemplos. Las formas (aparentemente infinitas) en que la cocaína atraviesa aduanas y fronteras. Las incautaciones, los agentes undercover, los periodistas asesinados. Los secuestros, las torturas, los cuerpos que desaparecen, como desaparecen toneladas de polvo que nadie sigue, que nadie sabe adónde van. Los vínculos de una corrupción global a todos los niveles...
Ahora bien, lo más interesante de este libro no es la descarga informativa, detrás de la cual se hallan cientos de historias e investigaciones publicadas, databases y archivos de la DEA y la Interpol, tablas y estadísticas anuales del World Drug Report. Con el material que expone Saviano, manoseado hasta el cansancio, se han hecho documentales, películas y telenovelas. Lo inédito, lo más atractivo de CeroCeroCero, al menos para mí, es la voz perturbada y obsesiva del autor; ese deseo explícito de "dar a mi obsesión todo el espacio del planeta". Leemos:
"Es así cuando pasas años tras las huellas de los narcotraficantes, estudiando sus movimientos: acabas por ver las cosas no ya en función de lo que son, sino de lo que estos podrían hacer con ellas. Ya no soy capaz de mirar un mapa del mundo sin ver rutas de transporte, estrategias de distribución. Ya no veo la belleza de una plaza, sino que me pregunto si puede ser una buena base para la venta al por menor. Ya no veo la playa dorada, sino que me pregunto si puede ser un buen punto de arribada para un cargamento importante. Ya no viajo en avión, sino que miro a mi alrededor y calculo cuántas mulas puede haber a bordo. Así razonan los capos del narcotráfico, y así he acabado por razonar también yo tratando de entenderlos."
Porque no se trata solamente del mapa, que al final muchos conocen, sino de Roberto Saviano pegando los ojos en el mapa y cambiando el foco de su visión, como esos pasatiempos donde en un plano de colores se revela de pronto una figura, pliegues, una dimensión de profundidad. Hablando de los think tanks de la economía del narcotráfico, él mismo lanza una comparación en términos similares.
Los intermediarios, describe, "ponen en comunicación a los distintos rincones del mundo. Crean un movimiento perpetuo y tejen una red intrincada y sumamente tupida, una maraña caótica que solo a una mirada muy atenta le revela la inaprensible movilidad de su mercancía. Siempre en movimiento, necesitan encontrar continuamente nuevos canales. Su vida se parece cada vez más a esos pasatiempos en los que hay que unir los puntos de una figura. Sus operaciones de tráfico solo se hacen patentes después de haber unido los puntos que ellos han sido capaces de vincular. Porque quien hace mover la droga rediseña el mundo".
Se trata de eso: un rediseño, la persecución de una mirada capaz de captar. El cronista observa a través del lente de los capitales criminales, e intenta explicarnos hasta qué punto han configurado el mundo en que vivimos, cómo vistos desde ahí se convierten en otra cosa los vectores de la economía que regula nuestras vidas y los equilibrios políticos que la sostienen. Toda interpretación de la crisis desencadenada en 2008 sería un equívoco si no conecta Wall Street con la jungla colombiana, los pueblecitos calabreses y los cadáveres desperdigados por la frontera entre México y EEUU. Los centros del poder financiero, concluye Saviano, ya son indisociables del dinero generado por la droga.
"Existen dos clases de riquezas", escribe. "Las que cuentan el dinero y las que lo pesan. Si el tuyo no es el segundo tipo, no sabes qué es realmente el poder." Sí lo saben tipos como el ucraniano Semion Mogilevich, quien —como sentenciara famosamente un supervisor del FBI— con una sola llamada telefónica puede alterar el curso de la economía mundial. "Ese poder hay que mirarlo, clavarle la mirada en el rostro, en los ojos, para entenderlo", continúa. Entender cómo la ideología en que vivimos viene menos de lo que hicieron Reagan y Gorbachov en los 80, que de las decisiones que por aquellos años tomaban Félix Gallardo y Pablo Escobar.
Para Roberto Saviano, que ha enseñado cursos de Economía Criminal en la Universidad de Princeton, una cosa es el seguimiento del crimen en los hechos, que es lo que suelen hacer los periodistas, y otra cosa muy distinta su seguimiento en la complejidad de los flujos financieros. A mano con el tema complejidad, destaca en su libro toda una idea de la lectura relacionada con el modo detective neurótico o modo paranoico de leer (sobre el cual ha ensayado lo suyo Ricardo Piglia). Aunque aquí no habría algo así como un sentido central oculto, mucho menos alguna clase de complot o gobierno secreto; tiene que ver más bien con la llamada banalidad del mal, apunta Saviano, unida a la racionalidad del dinero:
"La complejidad reside precisamente en no creer que todo está oculto o se decide en estancias secretas. El mundo es más interesante que una conspiración entre servicios de inteligencia y sectas. El poder criminal es una mezcla de reglas, sospechas, poder público, comunicación, crueldad y diplomacia. Estudiarlo es como interpretar textos, como convertirse en entomólogo. […] Explicar el poder criminal te permite hojear como si fueran libros edificios, parlamentos, personas. Coges un edificio y te lo imaginas fabricado con miles de páginas, y cuanto más puedas hojear dichas páginas más podrás leer cuántos kilos de coca, cuántos sobornos, cuánto trabajo negro hay en esa estructura. Imagina poder hacer lo mismo con todo lo que ves. Imagina poder hojear cualquier cosa que haya a tu alrededor."
El entomólogo Saviano, el condenado a muerte. Algo hay que hacer con las palabras. La palabra narcocapitalismo, nos dice, a él se le ha convertido en un bolo que aumenta de tamaño, no la consigue deglutir. Uno piensa en las mulas, en el estómago como depósito en constantes travesías. "Todas las palabras que masco se pegan al bolo, y la masa se expande, como un tumor", confiesa. "Quisiera tragarlo y dejar que sea atacado por los jugos gástricos. Quisiera fundir esa palabra y aferrar su núcleo."
CeroCeroCero —el título, esa palabra, me gusta más a medida que lo escribo— es testimonio de ese deseo y al mismo tiempo de esa imposibilidad. Hay algo conmovedor ahí. Al inicio, en la dedicatoria, el autor agradece a sus guardias armados; al final, terminando la página de los agradecimientos, dirige esta línea a todos aquellos que lo han leído: "Las mafias no temen a los escritores; temen a los lectores".
Y a uno le gustaría creer que tiene razón, que en realidad es así.
Roberto Saviano, CeroCeroCero (Anagrama, Barcelona, 2014)