En 1989, Leonardo Padura y Raúl Arce publicaron por la editorial Abril un libro de entrevistas a peloteros cubanos de la década de los 60 y parte de los 70. Pasaron los años. Arce continuó su carrera como periodista de béisbol y en 2009 se mudó a los Estados Unidos y Fidel Castro, en unas líneas antológicas, lo tildó de pobre diablo, sujeto repugnante y baboso. Padura se convirtió en Padura. Y aquel volumen, el que ambos compusieron, acaba de reeditarse en La Habana.
Fuera de esto, del morbo que representa ver ahora, sumados en la misma portada, un nombre que despierta el entusiasmo masivo de los lectores cubanos y otro donde se condensó, en todo su esplendor, el desprecio del Comandante, los verdaderos protagonistas de El alma en el terreno. Estrellas del béisbol son 17 figuras que brillaron en su paso por las primeras Series Nacionales. El libro abre con Manuel Alarcón, y cierra con Agustín Marquetti.
En no pocas ocasiones, Padura ha declarado que antes que escritor él quiso ser pelotero. A todos los entrevistados les cae, de una forma u otra, esa pregunta: ¿qué otra cosa hubieran querido ser? Por supuesto, ninguno se sintió nunca ni remotamente atraído por el oficio de escritor. Casi todos responden que la pelota, una y otra vez, siempre. Algunos mencionan otros deportes, como el voleibol. Ñico Jiménez, en cambio, hubiera querido estudiar ingeniería (más sobre la conexión amateur béisbol-ingeniería en un relato de Padura: "La pared", también de 1989). Y al relevista Raúl "La Guagua" López le hubiera gustado ser oficial de la Seguridad del Estado. "Es que yo tengo alma de policía", confiesa.
Pero si El alma en el terreno tiene una constante, esta es precisamente la comparación entre dos terrenos: dos estilos, dos épocas; entre la pelota que jugaron los protagonistas del libro y la pelota de los 80, que era entonces el presente. Ahí el criterio de los entrevistados es unánime: béisbol de verdad era el de antes, aquel béisbol sí se jugaba con fervor y pasión.
Todos rememoran (y sin duda idealizan) un deporte más dinámico, más enérgico, más explosivo y alegre. Y lo que ven, lo que veían ellos en los jugadores de los 80 era frialdad, acomodamiento, individualismo, falta de dedicación y de entrega. Una palabra clave: amor. Amor al uniforme, amor al público, un gran amor que se ha ido perdiendo. "Aquella pelota se jugaba con más vergüenza deportiva", resume Modesto Verdura.
Frases retóricas del tipo darlo-todo-en-el-terreno y salir-siempre-al-terreno-a-ganar, tomadas casi al pie de la letra. "Cuando se perdía un juego la gente no merendaba, no comía, y había muchos que hasta lloraban", recuerda Aquino Abreu. En algo relacionado con ese llanto, esa pérdida del apetito, esa desmaterialización tras la derrota, podía estar pensando Fidel Linares cuando se refiere a "el espíritu que tenía entonces la pelota cubana".
Manuel Hurtado ilustra la diferencia con un nombre: Víctor Mesa. Actitudes provocadoras como las de Víctor Mesa —el show— hubieran sido impensables cuando Hurtado jugaba, porque "en aquella época había que respetar al contrario". Paradójicamente, Wilfredo Sánchez menciona a Víctor Mesa como ejemplo en sentido contrario: "Existe una apatía generalizada que puede acabar con nuestra pelota", observa. "Hoy día a nadie se le rompen los pantalones, nadie se riega. Por eso un jugador como Víctor Mesa es una excepción."
Romperse los pantalones, regarse: los peloteros de los 60 echan de menos la pelota dura, el juego fuerte. La violencia como signo de autenticidad. Como añorando una arena de gladiadores, Gaspar "Curro" Pérez nos cuenta: "Yo vi hombres con tres puntos de sutura disimularlas con un esparadrapo y meterse en el juego". (El esparadrapo de la vergüenza deportiva.) Los peloteros que vinieron después optarían por cuidarse más (hay más eventos internacionales). El mismo Curro Pérez lo sentencia de un modo admirable: "a este paso, el béisbol se podría convertir en un deporte para señoritas, que jugarán con tacos y no con spikes".
Otra palabra clave, que repetirán varios entrevistados, es coraje. "Los de aquella época tenían más coraje", apunta Urbano González. "Antes se guapeaba mucho más", señala Braudilio Vinent, "era una pelota de guapería y coraje, y de mucho amor por el equipo". Y, según Marquetti, "hoy día falta la guapería que siempre caracterizó la pelota cubana".
Lo curioso es que esta dialéctica amor/guapería no ha desaparecido, y tampoco ha cambiado mucho con el tiempo. La generación posterior —los Omar Linares, Kindelán, Muñoz, Gourriel, Casanova, Víctor Mesa...—, al comparar su propia época con el béisbol del presente, empleará términos y frases hechas muy similares a las que desfilan por este libro. Y los peloteros que se han retirado en los últimos años dirán esencialmente las mismas cosas si se les pregunta por la diferencia entre la pelota de ellos, la más reciente, y la que se sigue practicando. Y los jugadores en activo ahora mismo, además de que no paran de decir, a la menor oportunidad, que hay que salir a darlo todo en el terreno, algún día opinarán sobre la generación venidera —que seguirá dándolo todo en terrenos fuera de Cuba— cosas como que vestir el uniforme del equipo nacional ya no es como era antes. O algo así. Lo veo venir.
Más allá de las razones más o menos obvias que explican lo anterior, se diría que el pasado es la sustancia del béisbol cubano. Que la pelota en Cuba, desde hace décadas, está hecha únicamente de pasado (el pasado como la caja cuadrada, como las costuras). Que la pelota en Cuba es una lengua que no conoce conjugación en presente y mucho menos en futuro. El pasado es el encuadre de lo real. Así, cuando miramos un partido, una serie, un torneo, estaremos mirando siempre al pasado. Siempre. Es que no es posible mirar otra cosa.
En los puestos de libros de la Plaza de Armas, entre viejas postales, monedas y memorabilia, de vez en cuando se podía avistar algún que otro ejemplar de aquella primera edición de El alma en el terreno. Estrellas del béisbol. Siga o no el mismo camino, la reedición que ahora pone a circular Extramuros —y que forma parte de la movida archivística de los últimos años— ostenta un bonus track, un valor añadido: las últimas páginas son un ensayo de Padura fechado en 2011, "La pelota en Cuba: cultura e identidad en trance". Trance que ya certificó el final de lo que se conoce como "béisbol revolucionario".
Leonardo Padura y Raúl Arce, El alma en el terreno. Estrellas del béisbol (Extramuros, La Habana, 2014).