A Gastón Baquero, una tarde conversando sobre Rimbaud en Alcobendas.
Je fixais des vertiges
Sabía que las nociones siempre son difuminadas, como discutirían los filósofos al recordar a los presocráticos. Sabía que cualquier acontecimiento no era más que una breve iluminación en la noche de Orfeo. Sabía reírse de los absolutos porque la razón —comentaba— nunca ha pasado de extraer usos, costumbres, como ese sombrero suyo que tanto llamaba la atención al fotógrafo Étienne Carjat.
Une saison en enfer
Arthur pensó que el disparo de Paul en la estación de trenes había sido un nuevo juego, ahora con su muñeca, como de niño en Charleville. Un cuento de hadas persas o un cargamento de armas traficado por el Mar Rojo. El carcinoma o la gangrena hasta la amputación, que su madre, Vitalie Cuif, casi presencia en el hospital de Marsella como otro juego de su niño terrible.
Ce fuit d'abord une étude
La verdadera estación en el infierno —se dijo— es el salón del Hotel Des Etrangers, en el boulevard Saint-Michel, entre poetas de florecitas y acordes. Y esa revista —Le Parnasse Contemporain— donde las correspondencias de Baudelaire mueren entre intrigas y vanidades. Huyo de cenáculos, corro fuera, lejos —decidió.
J'ecrivais des silences
Jean Nicolas Arthur nunca creyó aquella madrugada que solo se podía ser vidente a través de absenta, intercalado con hachís. No hacía falta para alcanzar su modo de libertad, convertirse —decía— en un "ladrón de fuego". Entonces, al borde de cumplir veinte años, descubrió que solo se trataba de alcanzar silencio, un poco de silencio.
Quelques lectures, réceptions
Quizás Oliverio Girondo iba trasladando París a Buenos Aires, cambiando nombres y locaciones y ánimos, mientras Enrique Molina asociaba. ¿Y qué estaría pensando el joven Cintio Vitier cuando en La Habana de principios de los cincuenta traducía Les Iluminations, escribía su ensayo para el número 36 de Orígenes? Intrigas. Liendres.
Alchimie du verbe
Gerard de Nerval es nuestro único alquimista —comentó al bajar los escalones mugrientos del 8 de Great College Street, Camden Town, rumbo al British Museum, donde tenía calefacción, papel, pluma gratis. La llovizna londinense —neblina helada— no era más impertinente que esa certeza. Verlaine tampoco.
Le bateau ivre
Les dejo un equívoco. Aunque huelan, beban, inhalen, inyecten lo que se les ocurra... Porque yo —cuando lo escribí— todavía no había visto el mar, pero estaba "infusado de astros".
Je notais l'inexprimable
Es posible porque es imposible, como el hijo de Dios hecho hombre que le contaba su maestro George Izambard tras una traducción del latín. Y colgó dos preguntas en la libretica verde de apuntes: ¿Por qué ese nogal vive sin expresarse, apenas exhibe —contundente— que es? ¿Podrán mis renglones ser tan reales como el Sena cuando las inundaciones carmelitas cruzan los puentes?
Villains bonhommes
Corría 1869 en aquella cena donde Théodore de Banville y André Gill sonrieron al adolescente procaz, melenudo, lampiño, rosado, hechicero, que se burlaba de sílabas y rimas, de acentos rítmicos y aliteraciones, mientras los seducía. Un desdén académico, ingurgitado, fue la respuesta al puñado de versos que soltó el recién venido. Y hasta hoy, donde casi nadie recuerda a Théodore y André, como a Antonio Salieri con Mozart.
Je est un autre
Mentira. No quisieron entenderme. No soy —nunca he sido— otro. La paradoja es existir sin pronombres —le dije una vez a un suizo que también traficaba opio afgano en Adén, sin la menor intención de que me entendiera. Lo que no pensé fue en tantos historiadores. Lo juro. Las máscaras son una pesadilla, quizás la peor, porque nunca pude ser otro.
Délires
Un concierto de muecas donde aparece una virgen loca que conversa con el Demonio, porque su pareja nunca le inspiró celos; unas vocales coloreadas para que los sentidos no se excluyan, aunque el verde de la U no se abra a ninguna prole; un carpintero bebiendo aguardiente de melocotón en un techo de Croisset, Baja Normandía, cerca de Gustave Flaubert. Muecas.
Dans la prison de Mons
¿Y qué esperabas, Paul? ¿Acaso prefieres ser esclavo de los honorables que estar encadenado a la roca como Prometeo? ¿De qué te arrepientes ahora, tarde, cuando los poetas que siguen cantarán nuestra saga-borrasca, nuestra noche de pájaros, nuestro aullido? Ah, querido, cruzaré Abisinia contigo al hombro, bajo los desiertos, por la pasión. ¿Y qué esperabas, Paul, qué esperabas del Mundo?
Atlanta, septiembre y 2014