En la introducción a Diario (1951 - 1957), de Alejo Carpentier, algo leemos sobre el origen y las características de este material dado a conocer recientemente por la editorial Letras Cubanas. Tras la muerte de Lilia Esteban, viuda del escritor, una extensa papelería quedó en manos de los investigadores; entre lo hallado estaban este diario de su etapa venezolana y una nota de Lilia (fechada en 1998 e incluida en el volumen) que lo declara impublicable debido a que muchas de las personas a las que su esposo hace referencia estaban vivas aún.
En realidad, no era para tanto.
Está claro que Carpentier siempre tuvo en mente la publicación de esas páginas. No solo porque se tomó el trabajo de pasarlas a máquina, corregirlas y actualizarlas con notas en los márgenes: estamos ante un diario cuyo autor ha reseñado en más de una ocasión diarios de escritores —para su columna en El Nacional de Caracas— y es perfectamente consciente del formato diario literario. No puede evitar, incluso, alimentar su diario con otros diarios ya publicados, situarse en esa órbita.
En una entrada de diciembre de 1951, por ejemplo, Carpentier apunta que terminó de leer el Diario (1941 - 1943) de Ernst Jünger. Le molestó que su autor consignara los nombres de los restaurantes elegantes que frecuentaba ("comida en Prunier", "comida en La Perouse"), y al respecto nos comenta:
"No sé, pero cuando se ama una ciudad, como Jünger parece amar París, no era ese el momento de gozarse —con el uniforme nazi encima— de sus mejores posibilidades. Me entiendo a mí mismo: en una época en que mi trabajo, en La Habana, me obligaba a pasar cada día por barrios misérrimos, teniendo dos automóviles a mi disposición, uno sencillo y barato, otro de gran lujo, nunca usaba el de gran lujo para recorrer las calles de la pobreza."
Y agrega que si él hubiese sido Jünger, hubiera elegido restaurantes más modestos.
Más adelante lo encontramos metido de lleno —son sus palabras— en el Diario de Kafka. Una de las parafilias kafkianas ("Tomo, con toda intención, por las calles donde hay putas. Pasarles por delante me excita como una posibilidad lejana, pero no por ello inexistente, de dirigirme a una de ellas.") lo lleva a recordar cuando tenía dieciséis años y caminaba por el barrio de San Isidro, de noche, fascinado pero sin atreverse a entrar a ninguna de aquellas casas.
A continuación escribe: "La prostitución de bajo nivel tiene, en las ciudades tropicales como La Habana, una cierta poesía que ignora la prostitución de ciudades como París, con sus pobres mujeres paradas en las aceras, envueltos en sus abrigos de lainages baratos con falsos cuellos de piel. En las calles de prostitutas de La Habana, las persianas hablan. Surgen quedas llamadas hechas por bocas invisibles. Y hay voces que son hermosas, de timbre cálido, lleno de promesas, que nos hacen pensar, por un instante, en la posibilidad de un hermoso cuerpo, de un rostro sonriente".
Las putas parisinas son la decadencia. Las habaneras, susurrantes, poseen la autenticidad del misterio. No hace mucho la televisión cubana pasaba un spot con imágenes de niños que montan chivichana en calles como las de San Isidro, descalzos pero felices, iluminados, bellamente fotografiados. Ni qué decir que esas postales forman parte de la misma trama. La miseria atravesada por la poesía. Lo real maravilloso.
Sin embargo, en París hasta las putas falsas tienen algo: el idioma.
"L. me señala que de un tiempo a esta parte leo muchos libros franceses o traducidos al francés" —informa Carpentier unas líneas después de reprender a Jünger—. "Es posible, aunque esto choque un poco con ciertos propósitos míos de leer, casi exclusivamente, libros que alimenten mi conciencia de lo americano, y me ayuden a escribir libros futuros."
Uno pudiera pensar que la conciencia de lo americano supone una batalla contra el francés. Yo creo que el mero hecho de proyectar lo americano revela que la batalla estaba ya perdida antes de empezar. No a pesar de esa derrota, sino gracias a ella, es que sus libros se hicieron posibles.
Cuba a distancia
Mientras americaniza su visión, por aquellos años, ¿qué ve Carpentier cuando mira hacia Cuba? En abril de 1953 vuela a la Isla y de regreso a Caracas anota en el diario: "Me obsesiona la idea de estar entre muertos que tuve en La Habana, no hace un mes aún, en la comida del Pen Club".
Menos de un mes atrás había escrito sobre esa cena y su énfasis mortuorio: "Una reunión de hombres muertos, que nada tienen ya que decir, y se empeñan en actuar como ujieres de la cultura, sin los títulos necesarios. Mañach, francamente, me da lástima. Es el raté magnifique".
De su visita a La Habana trae, por otra parte, una buena impresión de Lezama Lima y los de Orígenes. Les dedica unas diez líneas donde recurre tres veces a la palabra criollo.
En enero de 1955 hay otro apunte sobre la Isla, pero en el medio han sucedido varias cosas que el diario registra con puntualidad. El reino de este mundo encandila a los críticos franceses. Los pasos perdidos (que ya tiene su versión francesa, por supuesto) se va a traducir al inglés. El acoso, listo para la imprenta, en lista para la exportación.
"La labor cumplida crea distancias entre nosotros y los que nada cumplieron de lo prometido" —reflexiona satisfecho Carpentier—. "Hay gente en Cuba cuya opinión mucho me hubiera preocupado hace diez años. Ahora, apenas si sabría de qué hablar con algunos, si me los encontrara. Se refocilan en su contexto local de no hacer nada, en sus éxitos debido a un artículo de periódico, en un mundo que dejé atrás de modo tremendo. Solo Julián Orbón, en Cuba, tiene las ambiciones que le permiten su talento. Estoy cansado de los hombres que se contentan, magníficamente, de ser los primeros en su aldea."
Y en mayo del mismo año, a propósito de sus conversaciones con Wifredo Lam, que expone en Caracas: "En Cuba se tiene envidia, siempre, a los que logran saltar las barreras de la insularidad".
Diario (1951 - 1957) documenta un salto en la vida del escritor. "Muchos complejos vencidos, muchas victorias ganadas", celebra en la última página (donde también leemos: "Hay unas ochenta páginas de El siglo de las luces. Me gusta más y más. Veremos".) Salto que en buena medida tiene que ver con la confianza que va adquiriendo en su propia escritura, los caminos que ve abrirse ante él.
"Mi verdadera obra está aún por hacerse" —apunta el día de su cumpleaños 47. Ya estaba escrito El reino de este mundo, tal vez su obra más resistente—. "Pero esa obra bulle en mí."
El Carpentier que tacha
No estamos, sin embargo, ante un diario que se asome con lucidez a las interioridades técnicas o conceptuales del oficio literario. Al bullicio. No hay muchas sorpresas por ese lado. De buenas a primeras puede aparecer una sentencia extraordinaria como esta:
"Un escritor consciente solo debe hablar de oficios que ha practicado, de enfermedades que ha padecido, de idiomas que habla, de lugares que ha visitado, de personajes —mujeres, sobre todo— que ha conocido íntimamente, lo demás es mala literatura."
Un Carpentier hemingwayano (que, como el Hemingway carpenteriano, es de esas criaturas imposibles que muchos narradores cubanos han buscado, y tal vez algunos sigan buscando, desesperadamente) circunscribe la ficción al terreno de la experiencia práctica. Se escribe con un expediente —escolar, laboral— entre las manos. Más adelante, ejemplifica de esta manera:
"Quien no haya sido carpintero, quien no conozca siquiera el nombre de las herramientas del carpintero, y tenga que buscarlas en un diccionario, hará siempre 'literatura'. Fabricará un carpintero literario. Si tanto me emocionan las tiendas donde se venden incubadoras, alimentos para aves, huevos artificiales, bebederos de gallinas, etc., es porque de niño en El Lucero tuve a mi cargo una pequeña granja avícola. Hay un olor a avicultura —granos, plumas, avenas, excrementos— que tiene, para mí, todo un sentido que puedo describir. Luego, puedo manejar algún día el personaje de un avicultor, como he manejado uno de músico, por haber estudiado la música a fondo."
Fragmentos como los anteriores contrastan con este otro, de inspiradas mayúsculas:
"Solo la Desobediencia es fecunda; solo la Desobediencia es creadora. [Cuando un hombre acepta un yugo de Partido, admite la retractación política, el mea culpa empieza a oler a sapo.]"
Los corchetes que encierran la frase, por cierto, pertenecen a la edición de Letras Cubanas. Una nota a pie de página señala que esas líneas fueron tachadas por Carpentier del mecanuscrito original. (Además de tachaduras, las notas al pie avisan de páginas faltantes, de páginas recortadas, de anotaciones posteriores.) Otras dos frases tachadas, ambas de 1955, son:
"[Si nos ponemos a ver, los comunistas de las nuevas hornadas negaron a Kafka, a Stravinski, a Schoenberg, a Berg, a Claudel, a Hindemith... A todo el que inventó algo en este siglo.]"
"[El comunismo ruso ha desembocado —artísticamente, se entiende— en la peor música, la peor literatura, la peor pintura, la peor arquitectura, de la época.]"
El Alejo Carpentier que escribe y el Alejo Carpentier que tacha. Lo interesante es que este último, el que corrige lo escrito en La Habana, en la insularidad que había superado, no pertenece a este diario. Y sin embargo está ahí, por encima del hombro del lector, muchos años después. Un personaje lastimero, fantasmal, tan falto ya de sustancia como un carpintero literario.
No es el único, claro. Según quién lo lea, habrá otros Carpentier más o menos familiares arrojando su sombra en las páginas de este Diario. Yo, que ya no soy capaz de volver a sus libros, a pesar de haberlos leído con cierta fascinación, prefiero quedarme ahora con aquel que el 18 de agosto de 1952 se propuso algo como esto (no importa que luego haya perdido el camino):
"Arrojarse adelante, siempre adelante, hasta llegar a la zona difícil —esa es la que pocos alcanzan, porque ni siquiera se la huelen— donde no quedan modelos, y no hay modo de hacer litterature d’après la littérature, porque nadie ha tratado de hacer literatura en ese sentido."
Alejo Carpentier, Diario (1951-1957), Letras Cubanas, La Habana, 2013.