Alumbro a Cachita con una vela para matar insectos, qué diría mi madre, tan nupcial como nunca tras el manto de la virgen.
La virgen que hace un guiño desde su cómodo recato, quiere beber conmigo en los espejos del cuerpo. Pero yo no quiero, la única voluntad de este silencio es golpear con mis zapatos. Qué diría mi madre de esta oblicuidad tan persistente, tan dada a la nada. Alumbro porque nada más correcto que la buena intensidad, que refrescar el aire. No soy más esa violeta que pensaban, refractaria y retráctil como la mano de Dios.
Me anulo, quiero alumbrar su ojo distinto. Correctamente azul, diría mi madre, tan correcta que se le estrujan las canciones en el pelo y ya no canta.
Mi madre, le digo a la virgen, es una ciudad inadvertida que amasa panes y costuras.
No la olvides, le pido cuando la vela parece arrepentida de su trazo, cuando argentadas ciruelas caen sobre mi pelvis en busca de otra que no está.
Hay una sola divinidad que me prefiere cuando vuela poseída por las cercas de mi patio.
Nada pertenece. Ella marcha, se detiene en el centro de otra ola para saltar al pecho del ahogado. Tengo que salvarme de esta mierda, del imaginario terrible, de la nación en manos de los muertos.
Que el provincianismo se diluya en los ojos del gato, en la sequedad de los discursos y las peras.
Alumbro a Cachita con una vela para matar insectos, me da la gana, le grito a mi madre que me abraza desde el circo de su noche, que me quema con la punta de su hambre.
Alumbro a Cachita con mi silencio de hace siglos. Ya no me atrevo a la luz para contarme, ya no me atrevo.
Y le pido, le ruego que me deje en paz con el silencio.
Lleny Díaz nació en Placetas. Ha publicado el libro de poemas Sobre mi espalda desnuda otro silencio vive.
Otros poemas suyos: Placenta colectiva, Estrategia modular de los paisajes y Desorden mayúsculo.