En Hallandale alinean los yates por tamaños,
entre la yerba que a cierta altura se pulveriza y el agua mansa
de una mezcla de azul con un gris tenue como las de un río
que por años ha mantenido el mismo cauce,
arrastrando las mismas piedras, solo las oriundas.
Absorto, no dejo de mirar un paisaje
que parece extraído del sueño de un niño.
Quizás el que vi en brazos de una vanidosa madre
que lo mostraba a sí misma,
como si ese reflejo de anteponerlo entre la luz y ella
le fuera imprescindible a su hijo.
Me amodorra la perfección pero preciso de ella
para darla por cierta a la hora de volver a necesitar
el sosiego que siento a cierta altura
por encima de mi imaginación.
Me hubiera gustado traer de regalo una iguana, un tomeguín
en una jaula de güines,
un catauro reboso de platanitos manzanos
que crecieron silvestres en el patio,
guayabas de Motembo, fáciles de encontrar
en los recuerdos de mi infancia,
no un libro de versos en los que puede encontrarse
bestiarios, figuras ficcionadas de una realidad
incomprensible, poco amena.
No por gusto escondo el libro, no por gusto me olvido
de todos sus versos.
Sobre la mesa de centro hay cáscaras de maní
que no retira Guadalupe,
como si fuesen parte de los mínimos adornos de su apartamento.
Recorro con la vista un librero frente al que me he acomodado.
A través del balcón veo el cielo balancearse sobre las hojas secas,
en busca de un sitio entre los libros,
donde el poeta cuenta su historia en las diversas lenguas
habladas en las tierras que a sus espaldas arrastra
como Patria única las recuesta a la sombra de una palma
nacida en un solar yermo de Santo Suárez.
Escucho la conversación, intervengo lo menos posible.
Son ellos los que están diestros para tomar por el camino
de la maleza verbal que alude a un pasado y presente
alineado en una misma historia
en que las palabras son solo afluentes
de un terreno baldío que mi vista roza
después de estacionarse en los yates,
uno al lado del otro, según su calibre,
entre las aguas y una pradera
que se pierde solo si cierro los ojos.
Arístides Vega Chapú nació en Santa Clara, en 1962. Sus últimos libros de poemas publicados son Días a la deriva (Reina del Mar Editores, Cienfuegos, 2003) y la antología personal Que el gesto de mis manos no alcance (Unión, La Habana, 2007). Este poema pertenece a su libro inédito Las otras ciudades.
Otros poemas suyos: Encarnación Vega, Memorial del holocausto, Thank you for not smoking y Al lado de Lidia, convaleciente.