Del Diccionario de la Real Academia Española (en su acepción más común) leemos: contragolpe: golpe dado en respuesta a otro. También usado en sentido figurado.
Por los desfiladeros de la imagen entramos de improviso a una galería poética. En El contragolpe (y otros poemas horizontales), Juan Carlos Flores (La Habana, 1962) ha curado su propia exposición: la exposición simultánea de una idea. Y allí, ¿qué encontramos? PeaNut Gallery/ desfiladeros/ puertas para entrar y salir desde adentro, y también la impresión de un mundo material que ha sido seccionado en trozos más o menos disformes, más o menos caóticos, más o menos intensos: astillas de una visión acelerada y fija de la realidad, donde el estar del hombre común ha sido condicionado por el absurdo.
Si en Distintos modos de cavar un túnel (Unión, La Habana, 2003) habíamos visto la expresión del horror, de cierto horror de lo material, digamos, el proyecto de un hueco; ahora en El contragolpe..., hallamos el relato del vacío que ha dejado ese hueco. El horror aquí ha sido reducido a cenizas: el absurdo, la burla en el absurdo, es asfixia. Este es, en esencia, el relato del desatino de un proyecto que no trasciende. De ahí la circularidad de una idea, el eterno-retorno nietzscheano, muestras de la visión caótica de una realidad cóncava y mezquina, que el poeta intenta amalgamar/explicar en cada vuelta de página. "Mi cabeza es un aspa, mi cabeza es un aspa, mi cabeza ha usurpado la función de mis pies" , dice, y sentimos un gong metálico, el sonido incesante de una campana en el oído.
Esta no es una lírica lúcida, no es un tratado ontológico del ser ni sus hallazgos son bellos productos del hombre moderno. La poesía de Juan Carlos Flores es en realidad un objeto, la imagen de un objeto armado con piezas extraídas de un submundo, de un túnel, de una cañería, un objeto mordaz que abofetea por contigüidad, a la manera en que golpea la visión del juguete de un niño pobre y marginal que ha sido construido con fragmentos de otros juguetes y que ahora parece divertirlo porque lo ama.
No es tampoco una mirada existencial de su propio contexto; el poeta es simplemente un fisgón, un fisgón arrebatado y útil: aquel que mira, observa, piensa y punto. Luego (solamente luego), escribe. El contragolpe… no es la explicación de un hallazgo, sino el hallazgo mismo. El tendero ha colocado sus mercancías sobre la mesa, y (ahora) están allí para ser también observadas por nosotros: la ausencia del hombre, la impotencia más aterradora, la crónica objetiva y amarga. Solo eso: la amargura y el desarraigo de una vivencia condenada de antemano al fracaso, la asfixia. El relato de una asfixia que ya no se puede cortar, no se puede evitar, que no es posible narrar sin encono. "Yo, pero este yo es otra rodilla astillada, sujeta con fijadores", dice, y es la angustia de no poder nombrar el vacío, porque solo es posible mostrarlo, atarlo con fijadores, como astillas de un objeto doméstico que se ha deshecho, como fragmentos de un mundo en descomposición.
Hay aquí el hedor de lo material, de los sitios menos solicitados por la ciudadanía, pero también de la indigencia física del hombre, de su espíritu. No se cuenta nada, porque la realidad no es posible contarla, solo vivirla de manera oblicua, de soslayo, sin afectarse. No se cuenta nada porque no existe nada que contar que no sea la asfixia, el hueco de la asfixia, cierto inmovilismo apocalíptico y aplastante, cierta nulidad. "Duele saber que pese a todos los afanes uno es como esos cines de barrio, habitualmente ofreciendo viejas películas y solo de vez en vez película de estreno."
La tensión y el enfrentamiento con la realidad hacen que se pierda todo referente. Esta es poesía sin miramientos ni frenesí histórico e inútil. No se enarbola nada; más que contar, se muestra, digamos, aquello que se filtra entre el ojo y la percepción cerebral de las cosas. Ver la herrumbre (humana y material) es también recibir un golpe. Y la escritura es entonces el golpe dado en respuesta a aquel primero que se ha recibido.
Cierto que "ser poeta es una enfermedad", pero asimismo es el oficio de un monje. Y Juan Carlos es además un monje oficioso, que observa y escribe. Pero (sépase) tal oficio es duro, porque entraña un desgarramiento, una extrañeza. "Exiliado de mí, si pudiera regresar a algún sitio, me gustaría regresar a mí mismo, lugar con arboledas."
Este libro es el juguete de un niño pobre y marginal que ha sido construido con fragmentos de otros juguetes, de piezas extraídas del entorno más inmediato, y cuyo resultado es PeaNut Gallery/ desfiladeros/ puertas para entrar y salir desde adentro a una galería de espejos cóncavos, amargos, difíciles de observar, donde se muestra sin amparo la realidad más acre, es decir, a nosotros mismos.
Juan Carlos Flores, El contragolpe (y otros poemas horizontales) (Letras Cubanas, La Habana, 2009).