A María Pía López
Prontuarios y rúbricas truncas, garabatos en tinta roja y planes de alguna clase dictada en la Universidad de Buenos Aires. Son los últimos materiales de trabajo. El archivo de David Viñas puede leerse de dos formas alternas, aunque complementarias: como unidad de restos ("desperdicios", los llamó en un ensayo una vez el crítico Daniel Link), y como registro de proyectos futuros. Al igual que en el caso de Macedonio Fernández o de José Martí, el archivo de Viñas es voluminoso en proyectos postergados que nunca se concretaron, o que el tiempo, siempre preciso y escaso, no llevó a su correspondida conclusión.
Como me había alertado Ricardo Piglia en algún momento sin equivocarse, en sus últimos años David tuvo la rara persistencia de escribir algo así como la "historia moderna de la literatura latinoamericana". Vasta empresa de una crítica materialista de la literatura. Algo había adelantado a través de algunas pistas: en su momento había escrito sobre Rómulo Gallegos. Y algunos recordamos sus antologías críticas sobre Simón Bolívar o los anarquistas en América Latina. Los "dos ojos" de Viñas puestos en lo nacional y latinoamericano [1].
En efecto, en algunas carpetas de ese archivo que ahora guarda la Biblioteca Nacional de Argentina, gracias a la gestión de dos de sus más próximos amigos, María Pía López y Horacio González, puede encontrarse apuntes en forma esquemática de un programa "general" para una "Literatura y p prolítica en América". Proyecto benjaminiano en curso no solo por su esfuerzo totalizante, sino también, quizás, por la copiosa y enigmática estructura de formular los problemas y los nombres propios. Junto a la escritura, las formas visuales: notas de colores, subrayados, y enumeraciones, van dando un contorno de la imagen inacabada que pudiera haber tomado aquel proyecto. Trabajados, como en todo Viñas, sobre un tema y una figura que lo encarna. Porque, a contrapelo de modismos estructuralistas, Viñas defendió desde temprano una epistemología de la unidad entre obra y autor. La escritura respondía directamente a una dimensión corpórea concreta, y a su vez el cuerpo era entendido como lugar archivístico y conjunto material de memorias y grafías.
Pareciera que Viñas persiguió atentamente la idea de volver sobre proyectos totales, o al menos sobre trabajos que excedían, quizás a contracorriente de su labor intelectual desde la década del 50, el espacio simbólico de la cultura argentina del pasado siglo. Si desde Los dueños de la tierra y Literatura argentina y realidad política hasta Cuerpo a cuerpo y Menemato y otros suburbios, la literatura de Viñas se traza sobre el cuerpo de lo nacional como problematización contra el orden burgués y las grandes jefaturas del poder (sea la oligarquía, el ejército, o el nuevo poder económico que introduce el neo-liberalismo), el último trayecto de esa serie estuvo caracterizado por lo que pudiéramos llamar una "internacionalización de las temáticas". Una extensión que, sin perder el arraigo en la singularización de sus investigaciones, hace posible una constelación que desborda el ámbito nacional-popular.
Solo retrospectivamente es que uno puede decir que ese rasgo se explicita y se materializa ya presente en una en el archivo, es decir, cuando una obra que ha llegado a su final. Sabemos que en el centro de las preocupaciones de Viñas —ese amplio registro que el dio la franja de "literatura" y "política" en tono sartreano, pero que en realidad esconde formalmente lecturas de Bachelard y Lukács— el desplazamiento, el viaje, y la fisura, develan una preocupación sobre mutaciones supranacionales que hoy conocemos bajos otros nombres más sofisticados como "literatura global", "regionalismo hemisférico", o "mundos literarios" [2].
Contra un historicismo cerrado y teleológico, frente al aglomerado de sistema-redes globales, Viñas previó que en la formacion de toda materialidad literaria tiene como suelo la base misma del desplazamiento, del gesto post-soberano, de lo que, en su fraseología, el llamó el "revés de trama". El desplazamiento no era posterior a la fundación legitima de la soberanía, sino que, por contrario, la fundación nacional y sus productos simbólicos tienen su a priori en un ir y venir de una exterioridad que lo nacional silencia y encubre. La entelequia crítica consistía, por consiguiente, en ese traer-ahí-delante de los residuos oblicuos tachados por los tejidos de todo poder que supone toda práctica de canonización letrada.
Quienes vuelvan sobre las páginas del primer tomo de Literatura y realidad política, esa especie de libro infinito que fue mutando a lo largo del tiempo, comprobará la función analítica del desplazamiento y el desmarque en la hipótesis que Viñas trazaba sobre los "autoritarismos literarios" en la configuración de la ciudad letrada. ("Ciudad letrada" que, por cierto, Viñas fue el primero en articular concretamente como operación política en la literatura latinoamericana, adelantándose y probablemente influyendo al más conocido crítico uruguayo Ángel Rama). Repetido hasta el agotamiento en varios "lugares", sabemos que el autor de Dar la cara definió la relación con lo político como la organización de la ciudad.
Se pudiera decir que todos sus libros —e incluso las novelas, las obras de teatro, y algunos de los cuentos— están apoyados sobre esa base primaria en donde la formación discursiva, la unidad del enunciado del escritor, se pone sobre el entramado del contexto de un espacio histórico. Avisado "escritor heterodoxo", Viñas no solo adelanta varias de hipótesis que hoy se encuentran instaladas sobre el estudio de la política, historia, y literatura, sino que también tempranamente urdió en el estudio de la "frontera" de lo nacional, o lo que hoy llamamos "subalterno" para periodizar las genealogías de la dominación en el importante libro Indios, ejército y frontera [3].
En algún momento Horacio González, quien probablemente haya sido uno de sus interlocutores más brillantes desde su regreso del exilio en la década del 80, refiere este libro como una contribución a un debate futuro sobre el post-colonialismo. Debate que, sin dudas convendría revisar, sobre todo a partir del reanimado interés por el post-colonialismo, la subalternidad, y el marxismo, como propuestas en juego en el interior del campo latinoamericanista. Viñas no descartó ninguna de las tres núcleos teóricos, e incluso en su narrativa (tengo para mí que su escritura se hilaba a partir del ensayo y solo desde ahí era posible habitar otros géneros), no se dificulta trazar las coordenadas materiales para una lectura marxista, subalterna, o post-colonial.
Trabajando con los "restos" excluidos de la hegemonía estatal e incorporándooslo desde una formalización "materialista", el mundo literario de Viñas construye un raro cruce entre un marxismo heterodoxo (en época, donde la ortodoxia seguía siendo una posibilidad de exigencia política, como es posible de ver en los libros de Juan Carlos Portantiero, Juan Marinello, o Héctor Agosti sobre literatura y realismo), que buscaba una ampliación del mundo popular y capilar, con sus voces altisonantes, y materiales inconexos que experimentaban e intensificaban la producción de un "realismo crítico", como él alguna vez lo llamó significando al Lukács de Significación actual del realismo crítico. Un escritor que, como Melville o Lawrence, estudiados por Gilles Deleuze, reúne en un mismo tejido la relación contradictoria de la inmanencia de la vida y la materialidad de la letra.
Otro de sus últimos proyectos —del cual no se registrada nada en el archivo— fue la fundación de una revista que tenía como título tentativo Rodolfo. Al igual que aquellas notas de "literatura y política de América", Rodolfo pretendía ser no solo un homenaje a un amigo muerto (el escritor Rodolfo Walsh), muy en sintonía con el revival de Walsh en la Argentina a propósito del antagonismo con la prensa, sino también la extensión continental de lo que en su momento fue la revista Contorno que, en la década del 50 junto con Ismael Viñas, Juan José Sebreli, León Rozitchner y otros, colocó la articulación de sociedad y política en el centro del debate cultural argentino.
Rodolfo, tomando como nombre propio uno de los tantos fantasmas de la cultura argentina, se ponía en servicio de la nueva "realidad política latinoamericana". Claro está, "realidad"' en Viñas nunca es meramente la posibilidad de un reflejo dado en la eventualidad de un coyuntura, sino más bien el tejido que atraviesan las contradicciones que se materializan en modos concretos de la producción cultural y discursiva. "Al servicio" tampoco implicaba un lugar de subordinación a los nuevos procesos políticos de la región, sino más bien la puesta en escena de una hipótesis próxima al viejo espíritu del humanismo sartreano por el "compromiso".
Desafiando los lugares comunes y la polarización permanente generada en el interior de la sociedad argentina a partir de la irrupción de Néstor Kirchner en la escena política de 2003, Viñas apuesta por la radicalización de un otro proyecto que diera lugar a un permanente diálogo con las realidades heterogéneas de las nuevas gobernabilidades latinoamericanas.
Como explicitan sus últimas colaboraciones en Página/12, Viñas veía que la "vanguardia política" cobraba limitaciones bajo el gobierno neoperonista "K" de Néstor y Cristina, sino que potenciaba sus horizontes en el frente antiimperialista de Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, o Chávez en Venezuela. Esto puede que hable, además de su visión "americanista", de su coherente línea antiperonista que va marcando su obra desde un inicio si pensamos en el relato anti-eva-peronista "Esa Señora" hasta su famosa exclamación "¡yo no soy K!" que aún es posible recordar en algunas de sus intervenciones públicas.
La coyuntura latinoamericana "después del 9/11", para recortar la época a la manera de John Beverley, tenía un inmenso interés para Viñas. Un interés que estaba dado no tanto por una política de la filiación ni de subordinaciones, sino como "conjetura" que materializaba algo "nuevo" luego de las dictaduras militares del Cono Sur, y de la larga noche del neoliberalismo puro y duro durante la década de los 90s [4]. Latinoamérica, entonces, funcionaba como lugar de problematización de lo político, y no como fórmula terminante de procesos que, si bien atravesados por contradicciones diversas, no dejaban de cargar consigo tradiciones emancipatorias que hacían eco de su propio itinerario político (el yrigoyenismo en su primera etapa, luego el socialismo a partir del triunfo de la Revolución Cubana en los 60).
Como figura crítica de la intelectualidad argentina, Viñas representó al outsider del ala kirschnerista (en principio me refiero a su relación con Carta Abierta, grupo que surge en la Biblioteca Nacional como fuente de apoyo crítico al conflicto luego del conflicto con el campo). Como ha quedado demostrado en una carta reciente de Eduardo Gruner, aún hoy ciertos actos oficiales refieren a Viñas como miembro fundador del grupo Carta Abierta, cuando en realidad, si bien sostuvo diálogo con algunos de los integrantes, siempre mantuvo distancia del grupo.
Tampoco hay que situarse en el presente para comprender el intento de apropiación simbólica de Viñas por parte de la intelectualidad kirschnerista. En el que quizás sea el mejor libro sobre las batallas culturales de los últimos años, Kirchnerismo: una controversia cultural (Colihue, 2011), el ahora director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, escribe lo siguiente en la sección dedicada a la recepción del gobierno en el campo intelectual: "¡Cuánto hubiéramos querido que a Viñas le hubiera gustado más lo que tan trabajosamente se presenta ahora ante la reflexión política! ¡Cuánto hubiéramos querido que lo que políticamente se presenta ahora hubiera hecho más esfuerzos para reconocer lo que implicó una vida literaria como la de Viñas! Pero no podía ser, porque su biografía intelectual era un desafío, el más fuerte que pudiera imaginarse, a las configuraciones rutinarias de la cultura nacional" [5].
Al igual que León Rozitchner, Viñas se distancia del kirchnerismo, no por un voluntarismo que favorece la pureza de una autonomía intelectual frente a la cooptación de una organicidad gramsciana que siempre exige lealtades incondicionales ad hoc como frente cultural populista, sino más bien como respuesta que organiza un discurso a la problematización de un modelo nacional que encontraba sus límites al ser constatado en la "realidad concreta" —diría el mismo David— de nueva configuración geopolítica latinoamericana más amplia. Su apuesta intelectual tiene su correlato en la propia obra tardía que se propuso escribir y de la cual hoy solo quedan restos.
El libro prometido sobre Mansilla
Otro de esos restos, quizás el más fecundo y de posible publicación para el interés de los estudiosos en algún momento, es el trabajo sobre el escritor decimonónico Lucio V. Mansilla, cuyo contrato Viñas había firmado desde el año 2000 con la editorial Adriana Hidalgo (con el provisorio título Mansilla: entre Rosas y París), y que pudiéramos decir ocupó su última década.
Escrito y planeado a lo largo de los años, con la inquietud de quien lee los trabajos sobre el personaje (hay varios ensayos en inglés, francés, y castellano sobre Mansilla anotados por él), Mansilla pudiera haber sido leído como la biografía intelectual de un letrado decimonónico, reverso de un historicismo desencantado y liberal de libros como Redentores del historiador mexicano Enrique Krauze, por tan solo poner un ejemplo de ese lugar del cual Viñas siempre quiso alejarse.
En Mansilla, Viñas captaba los ecos sonoros y las contradicciones del making del "escritor profesional". Aunque el tema de la profesionalización del escritor atraviesa libros como Literatura y realidad política, o De Sarmiento a Cortázar, Mansilla condensaba los "desencuentros" del escritor latinoamericano situado en el entorno de la exportación-importación cultural, así como de los nuevos aparatos tecnológicos de la escritura, como los ya ha estudiado por el crítico Julio Ramos.
Dandy, guerrero, intelectual, viajero, sarcástico, ensayista: Mansilla pareciera unificar los dos registros por los cuales Viñas hizo posible su escritura. El primero, una cierta noción del cuerpo, materializado, una vez más, como el lugar concreto de la escritura que se ocupa de las "grandes obras" (aquí habría que estudiar la intersección de marxismo y existencialismo, ya no de Sartre, sino también del checo Karel Kosik, leído y discutido en América Latina).
Acaso como Marx con Balzac o Lukács con Tolstoi, Viñas veía en escrituras de gran envergadura la totalidad de un mundo que permitía entender las formacion de las burguesías nacionales, sus lenguajes, sus gestos, y sus contradicciones materiales [6]. Esta sería el registro hegemónico, el de una totalidad social que emerge de lo que se produce y se inscribe en tanto organización cultural. En la otra, Viñas encuentra en Mansilla los rasgos de lo que queda fuera del funcionamiento del aparato de la escritura, es decir, sus "fisuras" o "movimientos aleatorios", diríamos en la determinación althusseriana. Para dar cuenta de ello, Viñas desarrolló un fecundo vocabulario materialista: codeo, sudor, cuerpo...Todos lugares, donde la presión del poder se proyecta desde los intersticios de la materialidad del cuerpo, desde una zona infrapolítica de las potencias alegres.
Según cuentan algunos de sus amigos más cercanos, Viñas no eran un "coleccionista" ni de sus propias cosas (en ese aspecto difería de Benjamin y de los marxistas-coleccionistas). Las "cosas" parecían solo tener vida material en el régimen del lenguaje, y no en el reino del neuma o de la fenomenología, si bien es común identificar a Viñas con la idea de "poner el cuerpo". De ahí lo incompleto de su archivo, pero también de la posibilidad de leer sus restos.
Le bastaba con sus monólogos, y para ello su última novela, Tartabul, ilegible como Finnegans Wake o Gran Sertón, es prueba de ser también parte del misterioso género de los soliloquios literarios que se entrecruzan, como bien vio Carl Schmitt en Hamlet, la intromisión directa con la Historia. De ahí tener ante nosotros un archivo incompleto, garabateado, asaltado por lo ilegible y por las últimas pulsiones de una vida que pretendió cuestionar y a la vez exceder la endogamia de lo nacional.
El gesto fundamental de la re-totalización nacional que aparece en sus primeros ensayos hasta Indios, ejército y frontera, o la última novela Tartabul muestra un revés de trama: la categorías no cambian, pero si muestran una tenue zona de lo representable. La ciudad de las letras ha quedado postergada, fuera de tiempo, o al menos devuelta en su impotencia de significación. Cuerpos, restos, viajes: configuraciones post-soberanas que mediadas en tanto totalidad, muestran la condición de posibilidad de una dialéctica trunca en detención, una órbita que buscaba pensarse de otro modo [7]. Es sobre ese eje, sin embargo, donde también es posible comenzar a releer los restos de una obra que exige volver sobre los pasajes y contradicciones entre marxismo y literatura, entre el realismo de un heterodoxo y la formacion de una crítica materialista latinoamericana.
[1] En esta distinción sigo a Beatriz Sarlo. Ver el artículo "Los dos ojos de Contorno". Buenos Aires, Punto de Vista, n°13, p.3-8, Nov. 1981.
[2] En "Poderes de la literatura, y literaturas del poder: trabajadores, burócratas, y francotiradores" (Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, 1975), Viñas escribía aproximándose a posiciones comunes como las de Pierre Macherey en Para una teoría de la producción literaria: "La producción literaria como trabajo. Teatro, novela, ensayo, cine... No hay saltos. No. Yo hablaría de desplazamientos. De desplazamientos que tienen como soporte un determinado continuo, un sustrato común: el trabajo literario. Es decir, una misma preocupación literaria".
[3] A Viñas le interesó las grandes tramas y personajes del poder letrado y la burguesía en sus manifestaciones culturales y representacionales, algo que vuelve a retomarse en la discusión de la teoría critica contemporánea en libros como Against Democracy: Literary Experience in the Era of Emancipations (Fordham, 2012) de Simon During, donde se estudia la función antidemocrática de la literatura, o más reciente The Bourgeois: Between History and Literature (Verso, 2013) de Franco Moretti, donde se piensa la representación de la burguesía en la novela.
[4] En tanto postura intelectual frente a la coyuntura actual latinoamericana, una posición como la de Viñas pudiera ofrecer una posición intermedia en dos lugares que ocupan hoy el centro de la discusión latinoamericanista: la política de alianza hegemónica propuesta por John Beverley en Latinamericanism after 9/11, que sigue de cerca el estatismo de Álvaro García Linera, o la de "post-hegemónicos" que rechazan de partida la configuración neopopulista latinoamericana, y que proponen, de diversas formas, una politización radical alterna. Viñas se situaba en lo que pudiéramos llamar una "alteridad crítico-política" que evitaba tanto las posturas "ultraizquierdistas", como las populistas. Visto desde ese marco, la postura de Viñas tiene resonancias con la del grupo Colectivo Situaciones, quienes definen una politización en el impasse de los nuevos gobiernos latinoamericanos sin apelar al derrotismo o a la succión estatal.
Ver carta de Eduardo Gruner. http://anarquiacoronada.blogspot.com/2013/07/david-vinas-no-ha-lugar.html
[5] Horacio González. Kirschnerismo: una controversia cultural (Colihue, Buenos Aires, 2011).
[6] En cuanto al "materialismo" en Viñas, María Pía López ha notado su íntima relación con lo corpóreo que quizás sea otro forma pensar el uso práctico de "figuras literarias" en su obra crítica: "Viñas procura un modo materialista de la escritura, capaz de decir sobre los cuerpos porque, como decía Américo Cristofalo, allí se inscriben las violencias y las formas más extremas de suplicio". Ver "Entre la murga de los derrotados y la perseverancia micropolítica" (Revista de la Biblioteca Nacional, N. 12, primavera de 2012).
[7] Tomo el concepto de post-soberanía en su sentido más amplio. También ver el uso de Oscar Ariel Cabezas en su Post-Soberanía: literatura, política, y trabajo (La Cebra, 2013).