Tan pronto comienzas a leer el volumen de cuentos Carne de perro, la nueva entrega de Pedro Juan Gutiérrez*, adviertes que, como en todo serial killer, hay una marca identitaria, una suerte de firma.
En aquella trilogía sucia publicada en Anagrama en 1998 —cuyo escenario era La Habana, digamos Centro Habana—, las historias iban estallando a la vista de los lectores. Una reacción en cadena coordinada desde el lenguaje mismo. Trilogía sucia de La Habana: rápida, brutal, apenas dejaba chance a nada. Su belleza se gestaba en la desnudez, el desparpajo, la suma de detritos y pérdidas, la desolación, incluso la derrota —esta enumeración vale tanto para el lenguaje como para las historias. En aquella concatenación de piezas narrativas todos o casi todos los personajes habían sido expelidos hacia los márgenes de la sociedad —algunos vencidos, otros derrotados; los había peleando contra todas las banderas, incluso la suya propia, con un solo fin: subsistir—. El propio narrador, un tal Pedro Juan, se mantenía pegado a las cuerdas, sin bajar los puños, como en un infinito round.
Aquella máquina narrativa que vi alzarse forma parte del Ciclo de Centro Habana; quien narraba el naufragio de toda una sociedad había sido periodista, en su nueva condición estaba dispuesto a casi cualquier cosa con tal de mantenerse medio vivo, medio lúcido de remate.
La nueva entrega de Pedro Juan Gutiérrez se aleja de aquel escenario (Centro Habana) para irse a las afueras de la ciudad: las Playas del Este y ciertos barrios de la periferia. Pero la voz que narra supuestamente es la misma (en su biografía está el periodismo, la literatura, el alcohol, una azotea, el Malecón, mujeres, viajes, soledad), al igual que su aliento. La desnudez, el desparpajo, la suma de detritos y pérdidas, la desolación incluso la derrota matizan cada una de las piezas narrativas.
Como pueden advertir, carne de Pedro es esta concatenación de cuentos o reacción en cadena coordinada desde el lenguaje mismo. Al igual que en el Ciclo de Centro Habana, los personajes sobreviven, batallan y mueren en los márgenes de la sociedad, ya sea por las aceleraciones o bruscas paradas de las relaciones de poder, de tráfico y trasiego de bienes e influencias, o las propias decisiones tomadas en su devenir, o por el azar, la suerte.
Carne de perro es la posibilidad de asomarse al páramo que muchos llevamos dentro, o al desfiladero que se abisma entre nuestro pecho y espalda. El efecto no es tan devastador como aquel en que por primera vez vi alzarse aquella sucia trilogía en donde Centro Habana y quienes carenaban en ella eran el coto de caza y las piezas a cobrar.
Carne de perro revela un muestrario de personajes que puedes encontrarlo en cualquier barrio de este breve y tórrido archipiélago: desde el alcohólico que se alimenta y vive donde le sorprende la noche al egresado del sistema de educación superior que tampoco tiene un patrimonio del cual vanagloriarse. En sus cabezas reverberan el placer y el desespero, copulan y comen, beben y delinquen, aman, gozan, traicionan y sufren en un entorno precario, extremo (todos los escenarios supuran precariedad, revelan una alta tensión entre los actores sociales que allí aparecen); sus relaciones amorosas, o su vida en pareja transcurre entre la violencia, la escasez, incluso la miseria en una ciudad —ya sea su centro o la periferia— erigida en los predios de la ficción, pero que posee sin lugar a dudas su referente en el contexto de Lo Real, es decir La Habana.
A pesar del ruido de la ciudad, de la música que como tromba sale de las bocinas de los autos, kioscos o cafeterías, de los gritos de las gentes mientras "conversan" o pelean, o de intervenciones transmitidas por la TV en donde se habla de un mundo mejor y posible quizá posible solo en la TV, hay demasiado silencio y soledad en este libro. Soledad y silencio alrededor de los personajes, todos, aunque vivan cercados por personas y ruidos el sonido y la compañía no es tal; el narrador tampoco escapa a la soledad, al silencio (incluso cuando por propia decisión deja atrás su azotea, las mujeres, el barrio, transita de esa condición en donde cree que está acompañado a otro tipo de aislamiento). Todos intentan luchar, huir, sobrevivir, pero solo consiguen un remedo de vida.
Libro sencillo como gota de agua que escapa de una cañería rota en una pared o techo. Incontenible. Gota a gota va construyendo su propia realidad, o una realidad: la evidencia de un problema o desastre mayor. Cada gota es igual y a la vez diferente, repite desde la diferencia, no hay mejor comparación para intentar la maroma de la exactitud o una suerte de definición para con los cuentos de Carne de perro. En esa mutación, el autor elige la periferia de la ciudad como entorno común o retablo donde interactuarán los personajes que irán apareciendo más de una vez al sucederse los textos; esa no es la única razón por la cual en la contratapa se le advierta al lector que asistirá a una lectura con cierto carácter episódico, porque estallan los conflictos uno detrás del otro y en ellos se ven envueltos los personajes centrales, pero en el fondo están los contornos de otros individuos a los que les llegará el momento de exhibir sus miserias, derrotas, malabares de sobrevivencia.
La decadencia, como el salitre, corroe. Desgasta poco a poco no solo inmuebles, también vidas. Personas que se amenazan y discuten antes, durante o después de alcoholizarse o revolcarse como perros, o simplemente con el transcurso de las horas. Fluye el alcohol, el ruido, el odio, la ira. El espacio privado como el público en franca descomposición y ruina: una pareja decadencia tan real como el cáncer.
El libro de cuentos de Pedro Juan Gutiérrez no es la tarima en donde se exhiben la carne y las vísceras de no pocas vidas bajo el tórrido sol, el polvo, las moscas de este breve y tórrido archipiélago, Carne de perro no es simplemente la imagen de un naufragio, sino la invitación a preguntarse cuánto de nuestra realidad, es decir de nosotros, hay en esa realidad narrada, también cuán profunda será la caída —porque lo narrado tiene como período de tiempo los duros 90 y la empinada pendiente no parece tener fin.
Pedro Juan Gutiérrez, Carne de perro (Unión, La Habana, 2012).