De todas las obras de teatro de Thomas Bernhard, quizá la más lograda, la más personal, la más mezquina, sea precisamente su Correspondencia. Esa que desde 1961 fue engranando con Siegfried Unseld, su editor y antagonista en la editorial Suhrkamp, y la cual solo vino a verse trunca por el fallecimiento del primero en 1989, justo después de que el autor de Trastorno le escribiera al segundo: "bórreme de su editorial y su memoria".
Y si digo es la más mezquina, es porque a los encefaloplanos de Bernhard (personajitos que siempre repiten todo lo que escuchan y se mueven obsesidos más que por sus ideas por la ausencia de ellas) resulta difíciles ganarles en odio y queja. Sin embargo, después de leer estas cartas entre el austríaco y su editor uno no deja de sorprenderse por lo Bernhard que era Bernhard; por lo bernhardiana que resultaba su vida, sus cartas y sus relaciones con otros.
Su Correspondencia, que además de inmensos tira y afloja sobre dinero, está llena de ira, engaño, jugarretas, atorrancias, delirios, tiene también algunos pasajes sobre literatura, o sobre cómo escribió algunos de sus libros, que son de las mejores reflexiones que se han hecho en los últimos años; con una frase que lo define bien y, todo escritor (todo escritor que se respete), debería tener tatuada en su frente: "Detesto los libros malos, pero por uno bueno tiraría sin vacilar a un abismo la mitad de mi patria".
¿No es exactamente eso lo que hizo el maese Bernhard simbólica y factualmente: tirar al basurero lo que los cagatintas llaman la patria y mostrar cómo el mismo concepto está lleno de bajeza, frío, mala historia y crimen?
Bernhard, quien por lo visto tenía tres manías —coleccionar casas, exigir constantemente dinero y escribir compulsivamente—, convirtió a Siegfried Unseld en el blanco de todas ellas (lo que es algo así como sacarse el gordo de la lotería habiendo comprado solo una papeleta). Y para esto, como estas cartas demuestran, no solo montó shows histéricos y feminoides (los despechos de Bernhard y de los personajes de Bernhard darían para hacer una única antología futura), sino que chantajeó y en innumerables ocasiones amenazó a su editor de falta de sensibilidad económica y moral, de usura.
Ahora, ¿no es un autor genial como Bernhard alguien que necesita cuidados especiales, reconocimientos, de la misma manera que un zapato fino —de gamuza y tacón enchapado— necesita de manos expertas, de alguien que sepa resguardarlo de toda maldad babosa?
Evidentemente esta era la opinión también de alguien tan "vivo" como Siegfried Unseld, quien podrá ser acusado de cualquier cosa menos de torpe. Bernhard, lo bernhadiano, no solo era una renta segura para el día a día de su editorial (o sus editoriales, ya que a partir de 1963 Suhrkamp chupó a Insel). También, era una renta de futuro, un cheque en blanco, tal como tiempo y reediciones confirman.
Esto hizo que entre los dos se dieran una de las relaciones amor-odio más fuertes de toda la literatura contemporánea. Más fuerte incluso que la que algunos escritores mantienen con su familia, esa familia achacosa que siempre atenta contra el tiempo escritura, o su madre, como es el caso del francés Houllebecq, otro loco que ha intentado convertir la bronca en estilo.
Bernhard, de quien recientemente se ha editado un relato largo apenas conocido en español, Goethe se muere, y quien, tanto por su teatro como por sus discursos, es noticia un año sí y el otro también en lengua hispana, era, como ya se ha repetido muchas veces, una máquina negativa, una máquina de burla y a la vez de odio, una máquina de multiplicar gritos. Y estas cartas vienen a corroborar lo que ya de alguna manera sabíamos: en su vida privada era exactamente igual, un sin-límite, un desbordado, un trampero, un enojoso. Suerte que se topó de frente con alguien como Unseld (dicho sea de paso, sus informes sobre sus encuentros con Bernhard son excelentes). ¿Se imaginan qué hubiera pasado si Unseld en vez de rogarle por sus novelas se hubiera comprado una pistola?
Hmmm..., los genios tienen suerte. Conozco a algunos que por menos de lo que cuentan estas cartas han perdido un ojo.
Thomas Bernhard y Siegfried Unseld, Correspondencia (selección y traducción de Miguel Sáenz, Cómplices Editorial, Barcelona, 2012).