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Crítica

Luciérnagas políticas

Pier Paolo Pasolini, Leonardo Sciascia y Georges Didi-Huberman entienden la aparición y desaparición de las luciérnagas como imágenes de lo político.

Madrid

Ocho meses antes de ser asesinado, Pier Paolo Pasolini mencionó en un artículo suyo unas luciérnagas. Escribía acerca del vacío de poder en Italia y recordó cómo a inicios de los años sesenta dejaron de verse en los campos las lucecitas de las luciérnagas. La historia natural se hacía historia política: aquellas luces apagadas venían a significar sus últimas esperanzas de operar en lo público.

Por entonces Pasolini sentía disminuida su capacidad de leer señales. No alcanzaba a reconocer dónde residía el poder (Poder, escribía), aunque afirmaba que allí donde estuviera, le faltaba rostro. Se mostraba incapaz de distinguir en un grupo de jóvenes a un joven fascista. "Mientras que hace tan solo diez años bastaba, no digo con una palabra: con una simple mirada para distinguirlo y reconocerlo." El fascismo, en su opinión, no había hecho más que continuar después de la guerra. Existió el fascismo propiamente fascista y vivían ahora bajo fascismo democristiano, que era peor aún.

Pasolini usaba a la ligera términos como genocidio y racismo. Hablaba de un fascismo consumista. "El afán de consumo es un afán de obediencia a una orden no pronunciada", escribió. En la Italia de 1975 el Poder no tenía rostro, resultaban indiscernibles los rostros del extremismo, las órdenes eran obedecidas sin haber sido pronunciadas, y en los campos no quedaban luciérnagas.

Georges Didi-Huberman, estudioso de las imágenes y quien se ocupara del desaparecer y aparecer de las mariposas, terminó por fijarse en aquellas luciérnagas. Preguntó por qué, consumido su "fulgor de escritor político", consumido su deseo (las luciérnagas fosforecen para la cópula), Pasolini radicalizaba su desesperación hasta inventarse la extinción de los insectos. Pues él daba fe de una colonia de luciérnagas en plena Roma, en los años ochenta, en la colina del Pincio.

Desmentir una observación naturalista lo llevaba a a desaconsejar el pesimismo que había detrás de aquella imagen, a declarar que incluso en las peores condiciones eran factibles ciertos gestos políticos. Didi-Huberman aportaba ejemplos. No mencionaba, sin embargo, el caso de Leonardo Sciascia, directamente implicado en el emblema de las luciérnagas.

Tres años después de la muerte de Pasolini, Sciascia era miembro de una comisión parlamentaria que investigaba el secuestro y asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Escribía sobre ello un informe y un libro, y recordó una frase de Pasolini sobre Moro que aparecía en el artículo de las luciérnagas. No pudo menos que comenzar su libro con esta epifanía: "Anoche, saliendo de paseo, vi una luciérnaga en la grieta de un muro. Hacía al menos cuarenta años que no veía ninguna por estas tierras…"

El descubrimiento de aquel ejemplar le despertó el deseo de comunicarse con su colega muerto. Como si reanudaran carteo, dirigió a Pasolini estas palabras: "Las luciérnagas que creías desaparecidas están volviendo. Anoche, después de tantos años, vi una".

Así que, en contra de lo sostenido por Didi-Huberman, sí que había existido un tiempo sin luciérnagas, incluso desde mucho antes: hacía al menos cuarenta años. El malestar político de Pasolini no se había inventado un síntoma, aunque la suerte de esos insectos no parecía condicionada por los avances y retrocesos de la cuestión pública y, en medio del triunfo del terrorismo, se atrevían a brillar otra vez.

Didi-Huberman citaba una frase de Walter Benjamin acerca de la organización del pesimismo, de organizar el pesimismo para descubrir en lo político un espacio de imágenes. Leonardo Sciascia, diputado y encargado de investigar en torno a un crimen político, organizó el pesimismo en informe y en libro. La desesperación de los últimos artículos de Pasolini puede constituir una lectura apasionante: es el agobio de la lucidez. La crítica que Didi-Huberman le hace, desde un optimismo escarmentado, resulta aleccionadora en tiempos como estos.

 


Pier Paolo Pasolini, Escritos corsarios (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 2009)

Georges Didi-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas (Abada Editores, Madrid, 2011)

Leonardo Sciascia, El caso Moro (Tusquets, Barcelona, 2010)

Este texto apareció en Babelia, suplemento de libros de El País.

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