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Instrucciones para cortarse las uñas de los pies

'Quien se corta la uñas de los pies vuelve a ser el niño que empieza a caminar y que al tratar de alcanzar los objetos que le sustraen los muebles más altos solo atina a rozarlos con las puntas de los dedos.'

Miami

 

Una de las tareas más difíciles asignadas al ser humano es la de cortarse las uñas de los pies. No se explica cómo Dios, tan piadoso en otros órdenes, permitió que tan grande e incómoda distancia se abriera entre nuestras extremidades superiores e inferiores.

Es probable que la separación fuera más corta en el primer hombre, y que el abismo que ha continuado abriéndose entre ellas esté entre los frutos de la desobediencia de aquél. Sin ánimo de cuestionar los dictámenes divinos me atrevería a señalar que no me parece lógico que, también en este sentido, paguen justos por pecadores.

El solo acto de rebasar, encorvándonos, abdomen y rodillas es ya una proeza. Quien se corta la uñas de los pies vuelve a ser el niño que empieza a caminar y que al tratar de alcanzar los objetos que le sustraen los muebles más altos solo atina a rozarlos con las puntas de los dedos. Es posible que este género de dificultades no sea sino aviso de las que vendrán después; que gracias a esa escuela de imposibles en la que se matricula al infante, la calidad de inalcanzable de mucho de lo que le atraerá de adulto no logre desalentarlo.

Es posible, incluso, que la manía de algunos niños de chuparse el dedo pulgar —tan parecido al dedo gordo del pie— sea un mecanismo de compensación anticipada, no responda sino a la premonición de cuán incómodo les será, de mayores, tener acceso a esos otros dos dedos marginales, y por marginales, igualmente apetitosos.

Pero lo que no tiene perdón es que décadas después, cuando el adulto ronde la ancianidad y sepa demasiado bien cuán arduo es todo, advierta que cada día le es más difícil cortarse estas uñas, como si los propios pies comenzaran a abandonarlo y los brazos a contraérsele, y todo lo que hay por medio, a abultar más. "La distancia entre los dos/ es cada día más grande", dice una canción mexicana. No me sorprendería que su autor la hubiera compuesto mientras se cortaba las uñas de los pies.

De haber designado a los pies el lugar de las rodillas —es decir, la media pierna—, y a las rodillas el lugar de los pies, todo sería más fácil, y además de cuidar mejor de sus uñas, el género humano andaría en perpetua oración, consciente de su humildad, inconsolable en su arrepentimiento, convertido en un creyente de tiempo completo. Pero esas uñas distantes, donde uno termina y comienza la bola del mundo, son un fastidio: el suplicio de Tántalo en crescendo y, por durar una vida, en cámara lenta.

Basta ver a alguien intentar cortarse las uñas de los pies para comprender lo que esto significa. Hay quienes prefieren sentarse al borde de la cama y al descubrir que el vientre les impide tantear el suelo —no sé si los senos, en el caso de las damas, constituyen un obstáculo adicional— dar una voltereta hacia atrás, en un afán desesperado por aproximar los pies no ya a las manos sino a los ojos, y con los pies en alto, a un paso de la nariz, atacar las uñas. Pero lo único que consiguen es quedar patas arriba, con ambas rodillas, compadecidas, mirándoles.

Un manual de instrucciones para cortarse las uñas de los pies deberá exigir, ante todo, la complicidad de una silla donde la persona pueda alojar su trasero con holgura —no importa el tamaño que éste amase— y apoyar medio pie al frente de éste: del calcañal al arco.

El manual advertirá que una vez que dicho pie quede delante del sujeto, con el talón bien afincado en el borde de la silla, aparecerán nuevos obstáculos, y que el más fastidioso será el muslo correspondiente a la pierna de la que cuelga el pie escogido: el muslo aparecerá delante del rostro estorbando el libre acceso a las uñas, oprimiendo el abdomen y obligando a la persona a circunvalarle, a asomar la cabeza por un lado del fémur y a extender el brazo y la mano que empuña las tijeras por el otro.

Con la sien y la oreja correspondientes arrimadas a la parte interior y superior del muslo (como atentas a lo que el muslo, en secreto, pudiera indicarles), el brazo extendido y las tijeras en ristre, la persona podrá utilizar su otra mano para ir levantando cada dedo del pie, separándolo del racimo al que pertenece y permitiendo a la mano armada podar la uña de turno. Entre un corte y otro, la persona deberá tomar un breve respiro, dejando caer los brazos, escapar el pie al suelo y liberando el abdomen, que le agradecerá la devolución —no importa si provisional— de la holgura constreñida.

Las uñas no crecen, gotean lentamente, pero ¿cómo impedir que tanto las de los pies como las de las manos miren al suelo, adopten posiciones donde la fuerza de gravedad tire de ellas? Si no cristalizaran tan pronto, lejos de cortarse se enjugarían.

De las inconveniencias que ocasiona la ubicación caprichosa de los pies en relación con la parte superior del cuerpo da cuenta Yosa Buson:

 

Junto al brasero

los pies. El corazón

me queda lejos.

 

Un recipiente de metal, lleno de carbones al rojo vivo, podrá calentar los pies de un hombre triste en pleno invierno. Pero el corazón, aislado en las alturas del tronco, seguirá tiritando.

 


Orlando González Esteva nació en Palma Soriano en 1952. Fondo de Cultura Económica ha publicado una antología de sus textos: ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (México, 2008). Este texto pertenece a su libro de ensayos Los ojos de Adán (Pre-Textos, Valencia, 2012).

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