Las artes plásticas no escapan a los prejuicios y a las miopes visiones que desde el género masculino "dominante", se ejercen a la hora de concebir o proyectar exposiciones, obras e incluso indagaciones sobre artes visuales.
Por regla general, tienen mayor presencia en los medios especializados los artistas hombres que las mujeres.
Hay quienes piensan que existe un arte femenino que no amerita mucha atención. Opiniones así nos muestran lo lejos que aún estamos en la equidad de géneros y, por tanto, de oportunidades. Creadoras como Antonia Eiriz, Loló Soldevilla, Marta María Pérez Bravo, Ana Mendieta o Belkis Ayón, han tenido que lidiar en un mundo creativo signado por lo masculino, y sus obras demuestran el empuje, la fuerza y la originalidad de nuestras creadoras.
Aunque biológicamente seamos distintos y nos complementemos, intelectual y socialmente somos iguales y hasta me atrevo a decir que las mujeres nos superan en casi todo, para no pecar de absolutos. Ahora bien, ¿existe una idea femenina del amor? Pues esta pregunta la lanza al ruedo artístico cubano, la joven y experimentada curadora Chrislie Pérez Pérez, en Amora, exposición colectiva conformada por mujeres y que por estos días puede verse en Galería Habana.
Nosotros creemos que sí y la visita a la muestra reafirma dicho criterio. Las mujeres sienten, participan y ven el mundo de otra manera. En un breve pero intenso texto, Chrislie también esboza la idea principal de la exhibición: "Amora resulta una palabra extraña. Es la feminización del sustantivo masculino amor".
Aunque sea una palabra creada para la ocasión, no deja de ser un punto sobre la i, un toque de atención en plural que se nos ofrece a modo de banquete visual y conceptual. Para abordar la idea desde distintas aristas y con visión de género, fueron convocadas diez artistas.
La nómina esta conformada por Adriana Arronte, Ariamna Contino, Adislen Reyes, Dayana Trigo, Glenda León, Glenda Salazar, Mabel Poblet, Amarilys González y Yailyn González del Proyecto Plastic Guajiras, y Rachel Valdés. Creadoras de generaciones distintas y con propuestas bien diferenciadas. En la muestra los espectadores podrán encontrar instalaciones, fotografías, dibujo, performance, pintura y collage.
De la exhibición tres piezas llamaron nuestra atención. La primera es un díptico de Adislén Reyes (La Habana, 1984), conformado por las piezas "Cráter" e "Isla", de la serie Injertos, ambas de 2019, realizados con suma delicadeza utilizando grafito, hilo y collage sobre passepartout. Las obras, de marcado carácter intimista, reflejan su universo personal. De una parte, el vacío, de la otra, el aislamiento. La ausencia de color confiere a las obras un marcado carácter autobiográfico, espacio cerrado o abierto donde el cielo (principio femenino) y la tierra (entidad masculina), se convierten en manifestaciones directas de lo trascendente, de la creación en equilibrio de todas las cosas existentes.
Mabel Poblet (Cienfuegos, 1986), deja los vestigios de "Resistencia", performance realizado por la artista en la inauguración de la muestra. La obra puede verse en la pantalla que acompaña al artefacto utilizado. Mabel diseñó un artilugio similar a un tira piedras o ballesta, el cual está situado en una esquina del recinto expositivo y se conforma por 16 ligas ancladas a las paredes y una pieza de piel central, sobre la cual permaneció la artista, mientras tensionaba con su peso corporal las cuerdas. A medida que sus fuerzas menguaban, la resistencia era menor y las ligas tirantes la acercaban peligrosamente a las paredes, pudiendo ser proyectada con violencia hacia ellas.
Acorralada en esa realidad, Mabel Poblet, nos hace reflexionar sobre como las circunstancias ajenas a nosotros pueden llegar a violentar nuestro comportamiento social, al punto de lanzarnos contra muros infranqueables capaces de destrozarnos. Por supuesto, estas barreras nos solo son físicas, existen en los prejuicios, en la discriminación de género, en la violencia doméstica, en todos los órdenes sociales y, por supuesto, en el amor o lo sagrado. Resistir es la opción que nos queda cuando tenemos razón y el mundo cree lo contrario, la disidencia como axioma, desobediencia en estado puro.
La tercera obra, "Trabajos de amor perdidos (Cedar Bark Lodge)", de 2019, nace del talento de Dayana Trigo (La Habana, 1990). La creadora, según sus propias palabras, "se basa en la suspensión de un deseo y, en consecuencia, se refiere a esa fuerza de irrealización que se halla potencialmente contenida en toda causa amorosa".
La obra reproduce el célebre balcón de la la mansión Cedar Bark Lodge, cuya construcción fue realizada en 1890, por orden de Frederick Prentice, septuagenario propietario de una cantera de, para su amada adolescente Lydia Amanda, en una de las Islas Apóstoles del Gran Lago Superior, el mayor de los grandes lagos de Norteamérica. Amanda renunció a vivir en ella y el proyecto sentimental quedó abandonado para siempre, aun cuando se trataba de una majestuosa vivienda de la cual a día de hoy solo quedan imágenes fotográficas.
El balcón reproducido por Dayana encierra los anhelos y las esperanzas perdidas. Lo que pudo ser y no fue. Espacio que salta de lo privado a lo público y con el paso del tiempo se convierte en decálogo del amor y otros demonios.
Amora podrá ser visitada hasta principios de octubre, en Galería Habana, en la calle Línea 460 entre E y F, en El Vedado.