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Sociedad

Una banda surcoreana 'desquicia' a adolescentes cubanos... y a sus padres

'Es una fiebre, pero mejor eso que el reguetón', comenta una madre.

La Habana

Es sábado de mañana y medio centenar de adolescentes de entre 12 y 16 años, algunos acompañados por sus padres, esperan en los bancos del parque que está frente al Palacio de la Rumba, en el barrio capitalino de Cayo Hueso, para tomar su dosis colectiva de éxtasis con el grupo surcoreano BTS.

Una madre que acompaña a su hija cuenta que esperan a que el portero llame para entrar. "BTS es un grupo musical surcoreano con una increíble fanaticada en La Habana y en todo el país", explica. "Es una fiebre, mi hija anda desquiciada con ellos, igual que el resto de estos muchachos, que se autodenominan 'Chicos BTS'".

Le pregunto si BTS se va a presentar en el Palacio de la Rumba y responde asombrada: "¿Estás loco? Si se presentan aquí seguro que hay muertas y desmayadas. Es una pantalla gigante donde ponen vídeos del grupo. Los muchachos bailan, chillan, cantan, son como una secta, una religión".

"Es verdad que es una furia. Míralos, se visten y se peinan como los integrantes del grupo; los imitan en el caminar, en los gestos. En la calle enseguida se identifican, se presentan y se hacen amigos", interviene otra madre.

"Tienen sus cuartos llenos de afiches y fotos de los BTS. En la Feria del Libro tuve que gastarme una millonada comprándole a mi hija poster, mochilas y sellos", añade. "Los sellos BTS valen 50 pesos cada uno y llenarles la mochila se las trae, porque hasta que no la llenan no están satisfechos".

"A las hembras BTS le llaman 'army', y a los varones 'army boys'", precisa.

Pese al asombro de los padres, una adolescente asegura que lo que pasa en el Palacio de la Rumba "es poco".

"Si vieras cómo se pone la DisKorea de la Casa de la Música de Plaza, te caerías para atrás. Van diez veces más personas", apunta.

"Para ser BTS es obligatorio vestir con alguna pieza negra y usar en el pelo iluminaciones y queratina. Y los varones, el pelo bien corto con largas patillas", detalla.

El portero se asoma y llama para la entrada. Se organiza una cola muy distinta a las acostumbradas en Cuba, donde suelen primar la indisciplina y el desorden. El ticket cuesta diez pesos (moneda nacional) y todo los army boys y las army muestran el dinero en la mano, junto a su identificación personal.

Los encargados del establecimiento van permitiendo pasar a los jóvenes de diez en diez, y al poco rato la calle queda vacía. Las madres se van a dar una vuelta hasta el mediodía, hora en que terminaba la actividad.

"Preferimos que bailen y canten esa música antes que el vulgar reguetón, con su carga de agresividad verbal y su incitación a la violencia. Ojalá esta adicción les dure por lo menos hasta el preuniversitario", comenta una de ellas.

Interrogadas sobre si sus hijos han aprendido coreano, responden que no.

"Nosotras los molestamos diciéndole que los BTS son chinos y eso los enfada mucho. ¡Coreanos, hay que llamarlos coreanos!".

Dentro, en un enorme salón oscuro con muchas luces con micas de colores verde, amarillo y azul, los jóvenes cantan y se contorsionan al ritmo de la música. Al fondo, una pantalla muestra videoclips de los BTS.

En ciertos momentos, como en el clímax de la canción que conocen de memoria, los muchachos gritan y alzan los brazos.

"¿Viste que locura?", dice una madre a la salida. "Me recuerda mi juventud, la época de Los Beatles, con la diferencia que en aquellos tiempos teníamos que escondernos para escucharlos. Creo que hasta nosotras terminaremos convirtiéndonos en madres BTS".

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