Jesse Antonio Fernández nació en la Habana en 1925 y murió en Diel ni Neuilly-sur-Seine, Francia, un 13 de marzo de 1986. Sus restos descansan en el cementerio de Père-Lachaise, en Paris. Entre su fecha de nacimiento y la de defunción hay una rica vida marcada por su vocación por la fotografía y su constante peregrinaje por el mundo. Este movimiento perpetuo en cambio de geografías comenzó cuando a los siete años su familia, de origen asturiano, dejo Cuba por Asturias para escapar del machadato. Regresaron a la Isla en 1936, en el último barco que salió de Santander al estallar la Guerra Civil.
En Cuba, Jesse Fernández ingresó en la academia de San Alejandro, donde cursó estudios de pintura y conoció a los artistas de su generación: Agustín Fernández, Roberto Estopiñán, Agustín Cárdenas, Gina Pellón, etc., al igual que escritores de su época; desde los mayores como Lezama a sus contemporáneos como Cabrera Infante y Carlos Franqui.
Más tarde, Fernández cursaría brevemente estudios de ingeniería en la universidad de Pennsylvania, los cuales abandonó por la pintura, trasladándose a Nueva York, donde tomó clases de dibujo y pintura en la Art Student’s League con importantes pintores como George Grosz y Preston Dickinson. Estando en Nueva York en 1948, conoce a Wifredo Lam y le sirve de traductor cuando este visita los talleres de importantes artistas del momento. Por su cuenta, Jesse participa en la vida bohemia del Village, donde vivía, hace amistad con los pintores abstractos expresionistas que tenían talleres en la calle 10 (De Kooning, Kline, Joan Mitchell, Grace Hartigan, etc.), y escucha jazz "desesperadamente".
En los años 1952-54 se radica en Colombia y es entonces cuando se decide seriamente por la fotografía: "Me encerré a estudiar fotografía por mi cuenta y decidí aprender de los fotógrafos que más admiraba: Henri Cartier-Bresson y Walker Evans, a quienes sigo considerando mis maestros". Como Cartier Bresson, Jesse era una magnifico dibujante, y como Walker Evans, era un francófilo en literatura.
Ya a finales de los años 50, está de vuelta en Nueva York, donde lo representa la agencia Gamma y sus fotos aparecen publicadas en las principales revistas (Life, Time, Paris Match, Bohemia). En 1958 acepta el puesto de director de arte en la revista latinoamericana Visión, y aumentan sus viajes por América Latina, siempre acompañado por su cámara.
En los primeros días de 1959 regresa a Cuba, invitado por Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante a ser parte del equipo de fotógrafos del periódico Revolución y su suplemento literario Lunes. Pero ya para finales de 1959, se convierte en un exilado por segunda vez, radicándose de nuevo en Nueva York, donde simultáneamente trabaja la fotografía y vuelve al dibujo y la pintura y a su tema obsesivo de la calavera. Enseña fotografía en la School of Visual Arts, vive de nuevo en el Village y participa de su vida cultural. Durante los años 60, Fernández vive viajando entre Nueva York y Puerto Rico. En los 70 vive y trabaja entre Toledo y Madrid, y eventualmente encuentra su hogar más permanente en Paris, donde se radica a partir de 1977. Esta es su base durante los últimos once años de su vida, en los que sigue de peregrino con cámara, viajando por todo el mundo.
En vida, Jesse publicó tres importantes libros de fotos: Cajas (1976), Les Momies de Palerme (1980) y Retratos (1984). Desde su muerte, tres significantes publicaciones han salido a la luz: Jesse Fernández (2003), Tours et dètours de la Havane á Paris (2012), y el año pasado Errancia y fotografía. El mundo hispánico de Jesse A. Fernández.
El mismo Jesse escribió sobre sus retratos: "Estos retratos no fueron concebidos para un libro, sino todo lo contrario: ellos fueron acumulándose con el transcurso del tiempo y solo ahora (1984) surge la idea de reunirlos y divulgarlos en un volumen… mis retratos delatan un dialogo sin palabras, una empatía entre el fotógrafo y el fotografiado. No ha sido mi propósito realizar, por lo tanto, un retrato formal, fingido, de estudio. Yo intento plasmar, con la mayor autenticidad posible, la imagen intima de un ser humano situado en su ambiente habitual o en las circunstancias en que me fue dado conocerle… No pretendo falsificar la personalidad del retratado, ni alterar el entorno en el cual se mueve. Por ello rechazo toda técnica pictórica aplicada a la fotografía. Resumiendo, me importa la persona. No me importan su función, ni sus títulos, ni sus premios".
Su gran amigo Guillermo Cabrera Infante lo definió de esta manera:
"El ojo incansable que lo ve todo, la máquina que atrapa cada instante para inmovilizarlo, un hombre apocado y audaz, un individuo vulnerable que detrás de la cámara se convertía en un héroe que no conocía el miedo, un americano de atuendo que conocía donde estaba lo cubano, un dandy popular que nos influyó a todos con su vestuario novedoso: camisas azules de obrero, pantalones de caqui, zapatos de cuero virado y un cigarrillo Player entre los labios. Había otro aspecto inquietante de Jesse: era capaz de llevar al viaje que hicimos por todo el territorio cubano tomando fotos para un numero de Lunes titulado "A Cuba Con Amor", un inusitado volumen de las poesías completas de Rimbaud —que leía cada noche de viaje al fin de la Isla. Jesse era un hombre culto oculto". (El País, 23 de marzo, 1986).
La ensayista norteamericana Susan Sontag, que sabía unas cuantas cosas sobre fotografía, escribió que el retrato fotografiado tenía una tendencia a la banalidad formal, pero claro, había excepciones: Man Ray, Berenice Abbott, Cartier Bresson: estos lograban algo muy particular: captaban instantes poéticos/existenciales donde aparecían persona, es decir, cuerpos y almas integradas. A mí no me cabe la menor duda que Jesse Fernández, este fotógrafo nacido en Cuba y peregrino por el mundo entero, era uno de esos retratistas excepcionales, y ahí están esas almas, desde Amelia Peláez hasta la Sontag —"and everybody in between" —como pruebas concretas de su poética.
*Dedicatoria, Congreso del Centro Cultural Cubano de Nueva York, 21 de octubre, 2018, The New School.